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viernes, 13 de enero de 2023

Billie Jean por Michael Jackson

 


 

Billie Jean tiene la fórmula del clásico, ritmo percutivo, cuatro elementos que se repiten, que entran y salen salpimentando el tema y miles de horas de televisión como coreografía. Michael Jackson sabía comprar y por eso sabía vender. Se hizo con los derechos de Los Beatles porque sabía que los de Liverpool eran el Arguiñano del pop. Además era negro y bailaba como si fuera Michael Jackson.

Naudo, tiene el oído en las manos, por eso su Billie Jean tiene el carnaval dentro como si Brasil fuera una forma de menear la cadera que en literatura es Jorge Amado, en arquitectura Niemeyer y en fiestorro Carlinhos Brown. Naudo tiene cintura en los dedos, por eso es capaz de bailar el Billie Jean en cada nota, deslizando las falanges al son de su sombrero.

Un libro te cambia, una película interroga, pero la música divierte. Donde hay música hay alegría le decía Don Quijote a Sancho. A mí no hay cosa que más me divierta. Ni escribir ni hostias. Es un disfrute efímero y ahí reside su grandeza, en esa miseria irrepetible del instante como la calada y el beso.

La asepsia de la música no sabe a humo ni deja frío de saliva. La música cría gusanos que taladran a Oliver Sacks y Luis Fonsi. Para estas 59 mentiras anduve pensando que algún músico me hiciera el prólogo, pero a excepción de Santiago Auserón aquí no escribe nadie porque nadie lee. Este es el gremio narcisista por excelencia. Todos creen que cantan más, que su polla toca mejor y más rápido. Todos quieren ser Paco de Lucía, pero ensayando como Enrique Iglesias. A mí la música me da asco. “Desde que se fue Gillespie, Zappa, Mercury, Camarón”, solo me desganan los Duodeno.

Universal parece una cadena de peluqueros que hace el pelao andrógino a toda la plantilla: Pablo Alborán, Pablo López, Antonio José, Orozco y Alejandro Sanz (ándate con ojo, Mercé). Barbita de tres días y pelo estirado a lo Justin Bieber. Un horror.

Cada año su hornada de triunfitos y cada pueblo su banda tributo. Nacer no da humanidad ni tocar bien hace músico. Hay que poner interés. Por eso me dio por escribir No quiero ir al WOMAD con los duodenales, porque la gente se traga lo que le echen y no solo le parece bien, sino que lo defienden. De los quince mil borregos de la Plaza Mayor nadie había escuchado aquel grupo de Mongolia y probablemente no vuelvan a escucharlo pese a que “eran la hostia, tío”.

Si te gusta la buena música. Búscala. Ahora no hay que esperar a que venga un amigo de tu primo a que te traiga un disco del Nepal. Con Internet, tenemos al espía en casa. Usémoslo.

El músico, como el cineasta y el escritor, lo es aunque no toque, filme o escriba nada. Desde Duchamp sabemos que el arte es una óptica. El WOMAD es otra moto. El “buen rollo oficial” que se celebra todos los años a costa del erario público y el beneficio privado. Es otra tutela: “Bebes, fumas en la calle,/ hasta se puede tocar./ Si al día siguiente lo intentas/ a ti te van a multar”. Pues eso.

 

 

Jonás Sánchez Pedrero. Trilogía 59. Ed. Ediciones del Ambroz, 2021.

 

 

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