Las cuatro estaciones por Vivaldi

 

Entre las muchas taras que tiene la educación (con permiso de Ivan Illich) está la enseñanza musical. El cazurro que llevamos dentro reconoce la música clásica en función del anuncio de coches en que salga. “Esa es la del C3”, “sí hombre, la del Megane nuevo”, y así. Como mucho, sabemos reconocer Las cuatro estaciones de Vivaldi porque el aleteo de violín de la primavera es inconfundible.

La primavera es el tiempo de la mujer. Quiero decir que la mujer consiente la primavera. Insinúa lo que quiere. En primavera la mujer muestra sus virtudes. Si tiene pierna pues falda, si tiene pecho pues escote. La primavera le sienta bien a la mujer porque es su escaparate. Muestra su mejor que ya vendrá el verano con la lorza del Cuore.

Cuando iba al instituto se daban dos horas de música a la semana durante segundo de BUP. Nuestro profesor El Pingüino se negó a darnos clase: “Llevo cuarenta años estudiando música todos los días y apenas sé nada, y quieren que os enseñe su Historia Universal en cincuenta clases de cincuenta minutos”. Cuando un profesor arranca así ya tiene algo que el resto del profesorado le falta: honestidad. Le recuerdo por eso. El resto se había creído la pedagogía, o lo que es peor, lo fingían. Algún profesor suplente ofrecía algún destello de dignidad, fruto de su peregrinaje interino: “Todo lo que os vamos a enseñar aquí no os va a servir para nada”, dijo el de Ética. Bien. Así sí. Luego me he encontrado a cardiólogos fumadores, un otorrino que me curaba los acúfenos diciéndome que no lo pensara y el neurocirujano de «tienes dos tumorcillos».

El Pingüino sufría del corazón y desalojaba sus clases al primer síntoma de penterre. Tenía una mujer que era su contrario. Una valkiria proporcionada que le trataba con veneración. Y le fuimos cogiendo estima. Aquel profesor se negó en rotundo a darnos clase “Estáis todos aprobados. El que quiera subir nota, que se lea el libro y se examine. El que no quiera venir a clase que no venga y el que quiera venir que dibuje, que estudie otras asignaturas, pero que no moleste”. Recuerdo que entonces estaban muy de moda las “Técnicas de estudio”, nos querían enseñar a estudiar con quince años. Ya ves. También se estilaban los talleres de “Educación sexual”. Ahora andan con el PIN parental, los usos y abusos de móvil, el bulling y por ahí. Cada LOGSE tiene su ESO.

Recuerdo que El Pingüino trajo un cuarteto de cuerda a un auditorio cerca del instituto. No enseñó música, pero nos enseñó a valorarla y eso es valorable, como las enciclopedias obreras de Círculo de Lectores. También nos llevó al ensayo general de la Orquesta de Radiotelevisión Española en el Auditorio Nacional que estaba por Ciudad Lineal.

¿Por qué lo hizo? Sigo preguntándome cómo un descreído excursionaba con un centenar de cazurros jugándose un infarto. Entendía y apreciaba nuestra educación y por eso renunció a ella. Hizo lo único que puede hacerse: prender la curiosidad para valorar lo desconocido. Se lo agradecimos tácitamente que es como agradecen los chavales.

Jonás Sánchez Pedrero. Trilogía 59. Ed. Ediciones del Ambroz, 2021.