Páginas

miércoles, 9 de agosto de 2023

La flauta del sapo

 



 

Tras veintiséis años de exilio en tierras americanas, Alejandro Casona volvió a España en 1963 movido –según sus palabras- “por una llamada que es la voz de la sangre”. Su insoportable melancolía, sin embargo, no fue tolerada por la izquierda intelectual de los sesenta, especialmente crispada por la persistente buena salud del Dictador y, a esas alturas, incapaz de entender que Casona se dejara aplaudir en los escenarios por la derecha casposa y eternamente vencedora. Ni siquiera su muerte en el otoño de 1965, muy poco tiempo después de su regreso, le deparó el perdón de la historiografía literaria que, en líneas generales, lo ha ido tildando en las últimas décadas de escritor poco comprometido con su tiempo.

Al siniestro olvido que sobre la escritura de los exiliados ha mantenido este país se suma, por tanto, en el caso del asturiano, un cierto resquemor hacia el que volvió a España antes de tiempo, por mucho que lo hiciera para morir. Todo lo cual ha llevado, primero, a una interpretación parcial y sesgada de su obra teatral y, en lo que nos ocupa ahora, a una ignorancia imperdonable sobre su poesía, tan necesaria como tantas otras para entender cabalmente los diversos caminos creativos de la Generación del 27.

Porque, antes que dramaturgo, Alejandro Casona fue poeta (lo siguió siendo toda su vida, no hay sino versos espléndidos tras muchos de sus diálogos teatrales); de hecho, nació a la literatura como poeta, pues es en su segundo poemario, La flauta del sapo, donde por primera vez deja de llamarse Alejandro Rodríguez Álvarez y se apellida Casona, en honor explícito a la casa que servía de escuela para los maestros (sus padres) en la pequeña aldea asturiana de Besullo, donde Alejandro nació cuando 1903 estrenaba su primavera.

De Faustina Álvarez (su madre, además de la primera mujer en España que alcanzó a ser inspectora de enseñanza primaria) Alejandro recibió el amor por la literatura y la pedagogía, y sobre todo un ideario krausista que fue su guía vital y que proyectó en su oficio de maestro, en su pasión de director y autor teatral y desde luego en su creación poética. La educación igualitaria y laica para mujeres y hombres, para ricos y pobres, el aprendizaje como conquista de la felicidad y la formación a través del arte y del contacto con la naturaleza, principios krausistas que sostuvieron la escuela pública española hasta ser decapitados por la Dictadura, son los mimbres esenciales que articulan toda la obra casoniana. Con ellos arribaría el autor a Lés, un pequeño pueblo del Valle de Arán (Lleida), en su primer destino como maestro, y desde ellos y allí fundó un grupo de teatro infantil, El pájaro pinto, y escribió La flauta del sapo (1928-1930).

No era su primera incursión en la poesía: en 1926 había publicado El peregrino de la barba florida, una leyenda en verso que se sitúa en Galicia y cuya lectura –según García Martín- “nos remite a la prosa milagrera de Flor de santidad y a los sonoros versos galleguistas del primer Valle-Inclán”. Aunque es visible en El peregrino… la voluntad de desintoxicar al poema de oropeles modernistas, también lo es que Casona aún no ha interiorizado las vanguardias, algo que sí se hará evidente en La flauta del sapo, que se abre con imágenes tan innovadoras como estas:

Salud, hermano sapo. Te maldicen las gentes

porque dicen que tienes la baba empozoñada,

porque eres triste y feo, porque embrujas las fuentes,

porque pareces una canción despatarrada.

 

La edición artesanal, y de muy corta tirada, hecha por el propio Casona en la imprentilla de su escuela de Lés, incluye una dedicatoria a su recién estrenada esposa, Rosalía Martín Bravo (“A Dama Rosalía del Valle”); en el archivo familiar se guarda un ejemplar dedicado a Federico García Lorca, convertido ya, por esos años, en referencia poética inexcusable para el asturiano. En tal sentido, La flauta del sapo es, por una parte, expresión del apego a la infancia rural de Besullo y, a la vez, devocionario de la tradición oral, temas y tonos que sitúan al libro en la vertiente del neopopularismo desarrollado en esos momentos por Lorca o Alberti.

La canción aldeana tiene que ver directamente con la infancia de Casona, que –según evocara él mismo tantas veces- transcurrió en los campos verdes y húmedos de Asturias, entre las vacas color de miel, el aroma a manzana de las pomaradas, el refugio secreto de los castaños, las altas brañas adonde el ganado subía para pastar, el canto de los pájaros, el croar de las ranas, el miedo a las tormentas y la alegría por la lluvia. Olores, colores y sonidos que fueron siempre vértice de la creación casoniana. “Mi infancia sabe a música de tu flauta rural” culmina el inicial Poema del sapo, dirigiendo el libro hacia una sucesión de evocaciones sensoriales:

 

La luna pesca en el charco

con sus anzuelos de plata;

el sapo canta en la yerba,

la rana sueña en el agua.

Y el cuco afila la voz

y el pico contra las ramas…

 

Las sombras, alagartadas,

y los nidales sin voz.

Suenan las doce en los pinos,

la hora redonda del sol…

 

Rodando por el monte

bajó la niebla al campo.

Se enredó en las aliagas,

se despeinó en los álamos,

se prendió en los espinos,

se recostó en los pastos…

Dejó todo el paisaje

con los ojos vendados.

 

Por su parte, la tradición oral, la poesía primera que se oye y se canta, la que antecede a la letra domesticada y silenciosa del libro, modula el ritmo y la métrica de todo el poemario y revela que Casona se sitúa –como en muchos momentos de su teatro- en el privilegiado lugar del autor-recreador: no quiere nunca ser poeta endiosado, de los que hacen oídos sordos a las viejas canciones transmitidas por la voz y la memoria de muchas generaciones, sino que intenta sumar su palabra, su canción, a todo ese venero poético y musical que también aprendió en la infancia y que tanta felicidad le proporcionó en su aldea natal.

 

Por eso estos poemas son canciones, melodías en las que resuenan los ecos de lo que jugaron antiguos niños. Detrás de los versos de la Canción oscura, por ejemplo (“Hoy se ha muerto la fuente, / ya la van a enterrar…”) está la cadencia, el ritmo, la asonancia y la melancolía de Mambrú y de La niña del carabí; cuando la rana cuida a su lucerito recién nacido, las tareas de la pareja evocan a las de la Virgen y San José de los villancicos navideños (“La rana tiende pañales / y el sapo toca la flauta”); cuando los niños de la escuela temen la tormenta rezan a Santa Bárbara, patrona de los truenos, y cuando la tormenta cesa la alegría se expresa con la retahíla ancestral: “los pajaritos cantan, / las nubes se levantan…”; cuando la luz del alba entabla un diálogo con el pequeño renacuajo, preguntas y respuestas reproducen el encuentro mágico entre el hombre y el demonio en el viejo romance de Marinero al agua:

 

¯ ¿Cuánto me das, lucerito,

porque te saque del agua?

¯ Yo no quiero que me saques,

ni ser estrella de plata,

que yo tengo sangre verde

de yerbas y de espadañas

 

Junto a la tierra-patria, varias estampas marineras completan La flauta del sapo: unos pocos poemas que hablan de la irremediable madurez, de la partida, del deber de abandonar la infancia para hacerse a la mar. El fondo verde de algas que nutre esta parte del libro es, también, la canción popular, oscuros romances que hablan de las heridas y de la muerte, como el de No me entierren en sagrado, de las querencias desgarradoras de quien parece presentir el exilio:

 

Mi barco nació en el monte.

Era un abrazo de pinos

verdes en el horizonte.

 

Hoy, salobre y mareante,

¡qué alborozo de la costa,

y qué relincho de savias

en los mástiles sin hojas!

 

Verdes pastos de mi sangre,

pinares de la ribera,

campo verde, viento verde…

 

¡Capitán! Cuando yo muera,

entiérrame en tierra verde,

de cara a la primavera

 

Hay, evocada, una vieja leyenda que resume el viaje vital del autor: el cuento prodigioso de San Ero, el monje gallego que salió una tarde a pasear por el bosque y al que el canto de un pájaro dejó dormido durante trescientos años…, aquí amorosamente recreado en la Cantiga de la vaca mansa.

 

Era una vaca enorme

solitaria en la braña.

 

En un rayo de sol

cantaba una calandria,

y la vaca la oía

sencillamente mansa.

 

Todo el campo calló.

 

Y en un sueño la vaca

vivió trescientos años

oyendo la calandria.

 

Enramadas de yedra

florecieron sus astas;

se helaron en el viento

sus dos hilos de baba;

se le durmió el paisaje

sobre los ojos de agua,

y sintió –mansamente-

que le nacía un alma.

 

Fue en mi niñez vaquera.

Yo recuerdo esa vaca

entre la yerba verde

paciendo leche blanca.

 

Casona, como tantos de nuestros exiliados, congeló su memoria durante la vida desvelada en tierra extraña, allí se le durmió el paisaje infantil. En México primero, luego en Buenos Aires, se helaron en el viento sus dos hilos de baba, y tuvo que regresar porque necesitaba volver a oír a la calandria: añoraba su aldea, las vacas color de miel, el aroma de las pomaradas, los caminos verdes de Asturias y el canto del sapo.

 

                                                                                                                    María Jesús Ruiz



REFERENCIAS:

Además de la edición artesanal realizada en 1930 por el propio Casona, La flauta del sapo viajó al exilio con su autor y conoció una edición mexicana en 1937. En España se publicaría en 1967, formando parte de las Obras completas preparadas por Carlos Sáinz de Robles (Madrid, Aguilar, vol. I, pp. 51-74). En 1997 una amplia selección de poemas fueron musicados y editados como disco por Jerónimo Granda (Asturias, Roncón). En 2022 La flauta del sapo verá la luz en forma de álbum ilustrado (selección y comentarios de María Jesús Ruiz, Santa Cruz de Tenerife, Diego Pun Ediciones).

Pueden consultarse otras referencias en:

GARCÍA MARTÍN, José Luis: “Alejandro Casona y la poesía española de los años veinte”. Actas del Homenaje a Alejandro Casona (1903-1965), Universidad de Oviedo, Ediciones Nobel, 2004, pp. 39-49.

RAMOS, Andrea: Besullo, el pueblo mágico de Alejandro Casona (fotografías). Gijón, Sociedad Canguesa de Amantes del País, 2020.

RUIZ, María Jesús: “De Sanabria a Buenos Aires: el destierro de Alejandro Casona”. Pequeña memoria recobrada. Libros infantiles del exilio del 39 (ed. de Ana Pelegrín). Madrid, Ministerio de Educación, Política Social y Deporte, 2008, pp. 119-129.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario