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jueves, 7 de marzo de 2024

Vuelvo por miedo

 



La carta permanece sobre el escritorio helada, entre proyectos de denuncia y gritos de traiciones, y las pocas noticias no censuradas que se cuelan entre líneas por las rendijas de los periódicos.


La carta permanece muda, tiritando, mientras Trotski se aleja por el jardín.

Tiene poco horizonte para perder la mirada. Menos ánimo para recordar aquellos años de Revolución, que día a día se van desmoronando en un reflujo putrefacto de miedos y de calumnias.


Bujarin vuelve a Moscú sabiendo que Moscú se convertirá en su tumba, tarde o temprano.

Vuelve con su mujer embarazada y una esperanza prendida con hilos de esperanza en los labios.

Lo sabe.

Nadie escapa del mortal aliento de venganza del Sepulturero de la Revolución.

Nadie sobrevive a la sombra de una crítica, al abrazo más amistoso en el teatro de los desfiles.


Vuelve sabiendo que la muerte le espera en Moscú.


Vuelve sabiendo que de nada le valdrán los sacrificios del pasado, sus prisiones, sus discursos y titulares de Pravda ni tampoco los elogios que siempre escuchó de los labios de Lenin.

Un Lenin cada vez más mudo, más solitario, más muerto.


La Revolución no reconoce Historia ni historias.


La Revolución se va construyendo al impulso ciego de la voluntad enfermiza del Zar Rojo.

La Revolución no duda en trucar fotografías históricas ni en cambiar las líneas heladas de los recuerdos. Todo es posible en la nueva tierra del proletariado.

Pero ya ha tomado la decisión sobre los puentes luminosos de su embajada francesa.


Vuelve por miedo.

Vuelve a Moscú sabiendo que la orden es clara y que, tarde o temprano, terminará por convertirse en ley,

en sentencia firmada el mismo día que comience la farsa que le arrebatará los galones del pasado y le impondrá los grilletes injuriosos del presente.


Él que dio alas a la Revolución, que tiñó con su sangre los discursos de la victoria,

será declarado Enemigo del Pueblo, conspirador y asesino a sueldo, brazo ejecutor de los yugos imperialistas.


Pero Bujarin lo sabe.

Lo sabe y así lo lee Trotski en una carta que recibe en su helado exilio sin tierra.


Vuelve por miedo, con la esperanza absurda de ser anónimo entre tantos enemigos, una muerte que por anunciada no sea necesaria verse cumplida.


Vuelve por miedo, con la esperanza de volverse transparente entre los sabuesos sangrientos que tiñen de rojo las esquinas de las nuevas avenidas de Moscú.


Vuelve por miedo, para no convertirse en un nuevo Trotski,

para no tener que huir de la certeza constante, diaria, cotidiana como el sudor,

para no tener que saberse condenado sin fecha ni juicio, sin tiempo,

sentirse amenazado a cada segundo que le queda de vida,

espiado por todas las ventanas, las puertas que se abren a su paso,

reconocer que es una prórroga cada nuevo amanecer,

una limosna cada noche en la que es capaz de dejar caer su cabeza sobre la almohada del sueño.


Vuelve por miedo de convertirse en Trotski.

 

José Manuel Lucía Megías. Los últimos días de Trotski. Calambur, 2014


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