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miércoles, 12 de junio de 2024

6 poemas de Aleksandar Vutimski



 

 

¿Por qué?


¿Por qué acaricias mis manos?
¿Por qué tan serenamente me besas las palmas de las manos?
¿Por qué sonríes en silencio
mientras me tocas la mano?
¿Por qué junto a mis labios respiras
en la esquina junto al silente mostrador?
¿Por qué tan sigilosamente bailas
al anochecer mientras llueve?
¿Será esta la noche lluviosa y azul
en la que nos hundamos ebrios en el silencio?
En la sombra de la oscuridad de algún parque
¿gemiremos abrazados de nuevo los dos?
¿Por qué en esta vieja taberna siempre
me buscas tú y yo te busco solo?
Solo de día, pero sediento de noche,
sediento de tu voz, de tu baile, de ti...
Siéntate a mi lado ahora... Baila más conmigo...
...Aunque caiga rendido...
El tabernero mañana me dirá en voz baja:
“De nuevo está usted solo, amigo, ¿por qué?”.

 

 

Poemas al muchacho azul


1.
El muchacho de plata, aquel de la boina azul
y las charreteras, resultó ser un sueño.
Que me halle hablando con gatos y estrellas
posiblemente se deba al ron.
Yo no he vivido en un patio entre árboles
bajo nubes y anaranjados atardeceres.
Para el muchacho de plata cogí el retrato
del negro del calendario francés.
Borrachos y dorados ángeles he anhelado.
No ha llovido, pero la lluvia he oído.
En la oscuridad atardeceres he presenciado
y no son manos lo que he besado, sino farolas...
Desde el azul solo he contemplado
labios y ojos imaginarios,
copas vacías, lágrimas y bailes...
He estado ebrio, entiendo que he estado loco.
2.
Ya no te espero... ¿Marcharás
junto al sol que se escabulle?
Quizá vuelvas a ser ocaso
sin llamas, sin sangre ni lágrimas...
Viaja, fúndete en el crepúsculo, saluda a la lluvia.
No soy quien te besa, no soy el que llora de nuevo,

[ni siquiera quien sonríe.

...¡Me temo que solo has sido un ángel imaginario!
Y eres ocaso.
Pero el muchacho azul no ha sido
Muchacho de gorro azul y plata
con ojos de baile sureño,
aquel ebrio muchacho que de lejos susurra: Sasha [1]

Y esta noche

...Ay, la vieja farola me llevaba a la iglesia

[bajo el horizonte nocturno.

Cúpulas de niebla, cúpulas de luna e invierno.
Yo también he caído en la nieve
bajo dos fríos y mudos ojos...
¡Policía! ¡Policía!
Sálveme de mis recuerdos.
¡Policía!
Haz que el día tenga lugar...

Pero voy a llorar...
Es posible que el muchacho azul haya existido.

 

 

Versos a un muchacho
 

I

El muchacho iba paseando por el viejo y oscuro bosque.
De rocío sus botas hace tiempo que se cubrieron de plata.
Iba silbando, con los árboles hablaba,
y con sus manos rozaba la corteza rojo-dorada.
Los pájaros silentemente cantaban escondidos entre las oscuras ramas,
el muchacho con tristeza les alzaba la mano, llevaba una pluma sobre su sombrero.
El bosque llegó a su límite por la tarde. Se expandió el gran horizonte.
Una carroza iba tirada por caballos viejos, cubiertos de polvo.
El muchacho se detuvo en el camino y miró el dorado atardecer.
La carroza azul en el crepúsculo; el bosque, oscuro y silencioso.
Con su frente dorada por el sol, con sus ojos en llamas y de color escarlata,
el muchacho se puso a llorar en silencio y la noche en tristeza aconteció.
 

II
Soy aquel muchacho que viaja por un oscuro bosque.
Sol enfermo, aire enfermo, pájaros enfermos.
Tal como flor débil, crecida en algún lugar a la oscuridad,
así de bello y mórbido es el muchacho de oscuras pupilas.
No vivo al sol, respiro, crezco entre tinieblas.
Amo las habitaciones sombrías, aquellas con retratos y cómodas amarillentas;
mi espejo, el que reflejaba la oscuridad, junto a la pared;
a su lado el gato, morador de las tinieblas, mi mejor compañero.
Amo las grandes y vacías tabernas, inaccesibles para el sol azul.
Deliraba horizontes morados, farolas bailando en lo negro.
estoy loco, estoy enfermo, el aire a mi alrededor está infectado.
Ciérrate, enorme horizonte... Cerrad, cerrad la antesala.
 

III
El muchacho bajo la vieja y triste farola sonríe con impotencia.
No toquéis nunca sus dedos, ni tampoco sus oscuros ojos.
Su infección penetrará en vuestro feliz y apacible hogar.
Entonces despreciaréis el mundo, aquel que sufre y canta bajo el sol.

 

 

Europa depredadora

El mundo estallando y nosotros ensordecidos,
abrumados por las noticias, los discursos, los eventos.
Las noticias vuelan como un rayo.
Y tú ajeno ante este panorama.
Europa pierde su aliento por la destrucción,
asolada bajo banderas de guerra.
París está muerto. Londres desolado
se derriba por todos los tiempos.
Un desagradable líder fanático
traza una cruz sobre los dos polos.
Ya está decidido que desde hoy mismo
lo que Europa necesita no son libros sino bayonetas.
¿Qué más da que de este mismo aire aquí
hayan respirado Rembrandt, Kant y Dostoyevski?
Con una bayoneta Europa apunta decidida
a su propia cultura y a su progreso.
¿Será en el oeste donde acontezca la puesta de sol,
o un nuevo mundo nacerá bajo los estruendos?...
El mundo estallando y nosotros ensordecidos,
una desgracia que nos hayamos vuelto impasibles.

Eran pequeños pero tu ferrocarril
y tus ciudades han construido.
Han excavado tu tierra en búsqueda de minerales.
Con tractores, palas y heroísmo
han surcado tus tierras, tus llanuras,
con la esperanza de que nunca los patearías
ni los ignorarías como a tristes y malvados hombres:
tus trabajadores, oh, Europa.
Y así ocurre, que por tus pecados estás pagando.
Habiendo olvidado que existe la justicia,
mimada, sotisficada y avariciosa,
has chupado el oro de los continentes.
Has robado dátiles y diamantes,
cacao, fruta, hierro, carbón,
los has saqueado a cambio de una miseria
frente a los ojos de las mulas de carga:
tus trabajadores, Europa.

Ahora te escondes aterrada y patética
en las oscuras mazmorras de Londres.
Ya no bostezas de aburrimiento detrás del abanico,
ni escuchas jazz y no, ya no bailas más.
Los estallidos son ahora tu música
y los incendios tu digno atrezo.
Pero otra vez, por desgracia, por ti mueren
bajo el resonante estruendo de las bombas, desgarrados:
tus trabajadores, oh, Europa.


No detesto a tus pueblos.
Y creo que ya agonizas.
Y no será sobre la tumba de tus trabajadores
donde logres acabar con tu oficio depredador.
Estas manos, que todo construyeron, servirán para demolerlo
y toda la tierra será distinta.
Eh, Europa, mátame... mátame, bruja.
Sobre tus calderas de sangre y oro
respiraba alcohol vaporizado.
Bailaba, cantaba, escribía versos.
Y aquí estoy ahora, mírame, más viejo que tú
y al igual que tú, amenazado de muerte.
Los listillos al leer mis versos sonreirán
sabiamente. Luego los ignorarán.
Poeta reaccionario, exclamarán.
Por enésima vez no desaprovecharán la ocasión
de charlar sobre fundamentos y posiciones.
Seguirán discutiendo sobre Hitler
y viviendo en su estética sublime
de panfleto de barrio.
Oh, Europa depredadora, tienes hijos:
un rebaño de imbéciles parlanchines.
Oh, Europa, deja que al menos ellos sirvan
de abono para un fructífero y deseable futuro.
Retuércete, muérete y maldice.
Eh tú, bruja... ojalá toda la gentuza se extinga junto a ti.
Ya tengo de qué morir.

 

 

 Restaurante


¡Ay! ¡Este restaurante ruidoso y brillante!
¡Ay! ¡Estas mesas ordenadas y limpias!
Escuchar la atronadora y salvaje banda de jazz
desde la esquina, escuchar también, ensimismado,
las agradables y resonantes voces
de las damas, aquellas vestidas con estupendos
trajes de noche: ¡Oh, restaurante!
¿Cómo es que he acabado aquí esta noche?...
Pero todo esto me es tan ajeno.
Pero todo esto me produce tanto rechazo:
No puedo aguantar estas risas.
No puedo aguantar esta gente.
He crecido y vivido en otro lugar.
He conocido el hambre, el insomnio, la necesidad.
y me he acostumbrado a vivir y luchar
por mi mundo: el de los oprimidos e injuriados,
el de los barrios periféricos, las buhardillas,
el de los sofocados sótanos de la ciudad.
¡Ay! ¡Este restaurante tan brillante!
¡Ay! ¡Esta atronadora y salvaje banda de jazz!
Contentos y despreocupados caballeros
perfumados con la solapa bien planchada,
y vosotras, damas con preciadas joyas:
si yo os llevara
ahora a aquel pobre y viejo barrio,
donde he crecido, sufrido y vivido:
¿acaso resonaría vuestra risa despreocupada
sobre el barro pegajoso
y las viejas cercas rotas?
Oh, puede ser
que vuestros corazones latan de alegría,
al ver que vosotros no sois como aquellos
que sufren
bajo los bajos y perforados tejados...
Y puede ser también que os sintáis mal:
pero solamente
cuando veáis vuestro estupendo y brillante calzado
cubierto de fango y encharcado...
¡Ay! ¡Este restaurante ruidoso y brillante!
¡Ay! ¡Esta salvaje canción de la banda de jazz!...
No puedo estar más tiempo aquí.
Mi corazón lucha con toda su fuerza
por la gente sufrida y de rostros demacrados.
Mi corazón late, palpita locamente,

envuelto en la esperanza, el entusiasmo
de aquella gente necesitada.
Y ustedes, ustedes, espléndidos caballeros
del restaurante, ¡me sois totalmente ajenos!



 

Hotel


Subo por las viejas escaleras de rojas alfombras,
aquellas con barandillas de madera e hierro, con un espejo en cada esquina.
En la oscuridad hallo mi reflejo, mis manos, la frente: azules, oscuros,
mi cuerpo larguirucho, mis prendas y mi abrigo amarillentos por el sol, por el polvo.
Suavemente llamo a mi puerta, la abro, y dentro todo está en silencio.
Mi propio retrato de la pared me recibe con su apacible rostro.
Desde la ventana... mira, la cortina me saluda con benevolencia.
El reloj está detenido y las dos rosas en su jarrón, marchitas.
Permanezco junto a la ventana alumbrado por una lejana farola.
Las chimeneas son negras y la luna destella en la oscuridad.
Débiles perros abajo en la oscura esquina dormitan.
Las casas son negras, negro es el cielo, negra es mi habitación.
...¿Desde dónde he venido a este viejo y recóndito hotel?
¿De qué país, a través de qué océanos y atardeceres?
No lo sé. Pero en la noche la nostalgia me angustia:
¿acaso ando? ¿sueño? ¿lloro? Estoy aquí, ¿seré un forastero?
Seguramente hable un idioma desconocido y olvidado.
Puede que mis tatarabuelos sean incas: sumos sacerdotes de un templo misterioso.
No lo sé. Yo no lo sé. Aquí la luna permanece sobre una chimenea.
Las dos rosas marchitas siguen en el jarrón. Silencio. En el hotel estoy solo.

 

 

 

 

Aleksandar Vutimski (Svoge, 1919 – Yugoslavia, 1943) fue un poeta y filólogo clásico por la Universidad de Sofia. Casi toda su familia se vio afectada por la tuberculosis, por lo que de pequeño se mudó a Sofía (Bulgaria). Es considerado uno de los poetas más significativos, pero menos conocidos en su país. Su poesía está dedicada a la ciudad y al amor en la que domina una visión del mundo nostálgica y melancólica. Está entre los primeros autores búlgaros en tratar la homosexualidad y la estética en su obra. No publicó ningún libro en vida, aunque algunos de sus poemas fueron publicados en revistas literarias de la época, como Zlatorog.




Traducción del búlgaro de Marco Vidal González

puede adquirir este libro en: https://latortugabulgara.com/libreria/

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