Calor de lava. Calles blancas como tapias dolientes. Buscar la sombra siendo la sombra o lo
suficiente para no caer sola porque los otros alargan su copa para no dejarte desfallecer.
La poesía no es un parche, la tirita. Es la tiza a la espera de lluvia, la harina, el hambre que
dejará atrás. Las migas de pan de Antonio han traído a los niños a un kilómetro cero de
esperanza irreversible, el péndulo humano del otro Antonio, el temblor que me alcanza. Las
manos templadas de MariÁngeles en mis manos ardientes. El abrazo de Enrique queda en la
imperfecta resiliencia que madura en el paso junto a sus voces, la de sus alumnos que son
Faro. La voz de Marisa, el cuento amable de su vida, el parlanchín juego de Amalia con la vida,
la canción de Celia, las brisas al capricho de las casas de Juan Ramón, los brindis, los
encuentros, las cenas, el baño feliz junto a Agatha, Marisa y su canto amable de vida, las
recomendaciones cotidianas de Cristina, la hija pródiga que es Azahara y su risa, la sonrisa y
campo amplio de Cristina con su radio certera, los cuentos impagables de Yolanda, el cante, la
cercanía de Rafa, la pera en las manos de Ferrán, Lara y su fuerza, el frío de Acoyani, el Tintilla
y su salmorejo de remolacha, Vera y su fuerza, Lourdes y su trigo y su bondad, el gesto de
Jorge respecto a una lágrima que no se avergüenza, Matías Escalera que es más cordero que
escalera, Calatayud es un estado vital y una intención, Moguer es un estado vital, una realidad,
un oasis que no complace a los durmientes, un reino libertario hacia poniente, poniente que es
amanecer y deseo de tejerme a sus gentes, traer a mi gente a su gente que es mi gente. El
sueño de la resonancia se ha hecho realidad.
Moguer ha sido mucho más, la memoria de Manuel, los cinco minutos de Eddie para los otros,
Moguer es la prueba de que estamos vivos y diluidos en el blanco de las púpilas de quién nos
mira, nos escucha, nos acerca al uno.
Estoy en Moguer, abuelas, y el Espacio se resquebraja a través de mí, flores raras me han
abierto el pecho en dos.
Las palabras no son un parche, la tirita, los cuerpos no son la escultura, sólo barcazas.
Estamos para vivir, hacer, hacer que la palabra sea el canto pródigo. Hemos cantado, hemos
sido cántico, coral de voces del Extremo. Y los últimos serán los primeros…
Señor Orihuela, gracias por tejer, abrir, este lugar para mi vulnerabilidad y hacerla un pequeño
jardín que darse a quién se acerca.
Balbina Miño-Gómez
Miraflores de la Sierra
29 de julio de 2024.
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