un fémur fracturado y sanado
sexto
diálogo
“Un estudiante preguntó a la
antropóloga estadounidense Margaret Mead cuál consideraba ella que fue el
primer signo de civilización en la Humanidad. El alumno y sus compañeros
esperaban que Mead hablara del anzuelo, la olla de barro o la piedra de moler.
Pero no. Ella dijo que el primer signo de civilización en una cultura antigua
fue un fémur que alguien se fracturó y luego apareció sanado.
Mead explicó que en el reino
animal, si te rompes una pierna, mueres. Pues no puedes procurarse comida o
agua ni huir del peligro, así que eres presa fácil de las bestias que rondan
por ahí. Y ningún animal con una extremidad inferior rota sobrevive el tiempo
suficiente para que el hueso se suelde por sí sólo. De modo que un fémur
quebrado y que se curó evidencia que alguien se quedó con quien se lo rompió, y
que le vendó e inmovilizó la fractura. Es decir, que lo cuidó ”.
Durante la
pandemia la mayoría de la gente se volcó y los trabajadores de la residencia
fueron un ejemplo. Hicieron un esfuerzo superlativo, ponían en riesgo su salud,
porque la gente se contagió, se contagiaba y ellos seguían, no les paralizó el
miedo, y luego estaban los familiares que fueron comprensivos, los familiares
de los que estábamos aquí, trabajando en este abismo de aire que pensábamos que
traía muerte ,y también fueron comprensivos los familiares de los residentes,
al principio nerviosos pero siempre comprensivos porque nosotros siempre nos
comunicábamos con ellos y siempre -y
Jesús nos mira y repite la palabra “siempre” con su “s” fricativa alveolar
sorda, acariciando un recuerdo de teclas
de máquina de escribir de academia de mecanografía de clases de verano- siempre
decíamos la verdad. Esa verdad caleidoscópica para algunos, única para ellos,
porque la verdad es que la muerte paseaba por
el aire.
Los residentes
estaban aislados, encerrados. Limitamos las zonas, vigilábamos para que se
cumpliera el aislamiento, y nadie, ni ellos, ni nosotros, sabíamos nada, solo
veíamos que la gente se “ ponía mala”, cogía neumonía, se moría.
Luchamos con
los medios que teníamos, que al principio no fueron muchos, trajes de vendimia,
por ejemplo, tomábamos medidas según íbamos entendiendo y según nos iban
diciendo.
Estaba sola de día y de noche porque vinieron la cosas
así y así había que hacerlo. Estaba sola .Me dejaron sola, perdí amistades,
ahora es tan difícil hacer nuevas en la vejez.
voz una
La mujer se levantaba en la noche y salía al pasillo.
Era un acto no consciente de rebeldía no calculada. Nunca llevaba nada, tampoco
mascarilla. La iluminación tenue, denominada de emergencia, situada a dos
metros exactos sobre el nivel del suelo, favorecía el espectáculo del
pase performático. Desnuda, en paralelo a su puerta y los cuadros de
láminas florales, paseaba abriendo los brazos en cruz, estirando los dedos de
las manos hasta que los dedos corazón tocaban ambas paredes, entonces con
las uñas abría surcos lentamente sobre la pared empapelada de azul celeste. En
la primera vuelta levantaba el papel, en la segunda el papel se hacía polvo y
llegaba el yeso, luego la sangre de las uñas rotas teñía el yeso y
convertía el surco de la pared en piel rosada. Eso le gustaba, le recordaba a
la ropa interior de una mujer joven a punto de parir, ropa manchada de agua,
luego de sangre ,luego de vida y muerte. La muerte que es lo que somos,
pensaba, la muerte que ella esperaba. Cuando ya no le quedaban uñas se iba a
acostar. El olor a lejía la despertaba en las mañanas. El olor a lejía y el roce
de los uniformes plásticos de ellas, que no sabía quiénes eran, pero limpiaban,
ángeles plásticos de selva o de nieve, un romance de Santa Catalina en los
versos finales, cuando la Santa ascendía acompañada. Un día alguien puso la
radio y sonó una canción irreconocible para ella. A cada golpe de voz de la
cantante sentía los golpes en la búsqueda de una pared distinta, la suya
propia, interna. Intuyó un rayo de vida habitando su propio cadáver, un pico sensorial variable y
transitorio, según leyó en el
ordenador de la biblioteca. Aún retenía esa definición en algún rincón de
su cerebro. Quizás era un reminiscencia errónea, un caballito de
mar dentro de su cabeza o de la cabeza del libro de Anatomía. Miró las
fotos en la estantería y cerró los ojos.
***
Voces es un libro con muchas voces dentro y que puede ser leído o escuchado a través de su QR o en iVoox.En Ivoox está completo entrevistas y poemas en su canal que tiene el mismo título que el libro."Voces.Único hueso imposible de quemar"
Se puede leer a través del diálogo de sus voces o puedes elegir a la voz una a la dos ...la voz una es Ágata Navalón, la voz dos es Rafael Falcón
La fotografía de la portada es del fotógrafo Jesús Gabaldón.
El libro solo se puede adquirir de momento en Agapea.
En iVoox se puede escuchar al completo exceptuando el prólogo.
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