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sábado, 24 de agosto de 2024

VOCES. ÚNICO HUESO IMPOSIBLE DE QUEMAR de Rafael Falcón Lahera y Ágata Navalón (fragmento I)


 


un fémur fracturado y sanado

sexto diálogo

 


 

 

“Un estudiante preguntó a la antropóloga estadounidense Margaret Mead cuál consideraba ella que fue el primer signo de civilización en la Humanidad. El alumno y sus compañeros esperaban que Mead hablara del anzuelo, la olla de barro o la piedra de moler. Pero no. Ella dijo que el primer signo de civilización en una cultura antigua fue un fémur que alguien se fracturó y luego apareció sanado.

 

Mead explicó que en el reino animal, si te rompes una pierna, mueres. Pues no puedes procurarse comida o agua ni huir del peligro, así que eres presa fácil de las bestias que rondan por ahí. Y ningún animal con una extremidad inferior rota sobrevive el tiempo suficiente para que el hueso se suelde por sí sólo. De modo que un fémur quebrado y que se curó evidencia que alguien se quedó con quien se lo rompió, y que le vendó e inmovilizó la fractura. Es decir, que lo cuidó ”.

 

 

 

 

 

Durante la pandemia la mayoría de la gente se volcó y los trabajadores de la residencia fueron un ejemplo. Hicieron un esfuerzo superlativo, ponían en riesgo su salud, porque la gente se contagió, se contagiaba y ellos seguían, no les paralizó el miedo, y luego estaban los familiares que fueron comprensivos, los familiares de los que estábamos aquí, trabajando en este abismo de aire que pensábamos que traía muerte ,y también fueron comprensivos los familiares de los residentes, al principio nerviosos pero siempre comprensivos porque nosotros siempre nos comunicábamos  con ellos y siempre -y Jesús nos mira y repite la palabra “siempre” con su “s” fricativa alveolar sorda,  acariciando un recuerdo de teclas de máquina de escribir de academia de mecanografía de clases de verano- siempre decíamos la verdad. Esa verdad caleidoscópica para algunos, única para ellos, porque la verdad es que la muerte paseaba por  el aire.

 

Los residentes estaban aislados, encerrados. Limitamos las zonas, vigilábamos para que se cumpliera el aislamiento, y nadie, ni ellos, ni nosotros, sabíamos nada, solo veíamos que la gente se “ ponía mala”, cogía neumonía, se moría.

 

Luchamos con los medios que teníamos, que al principio no fueron muchos, trajes de vendimia, por ejemplo, tomábamos medidas según íbamos entendiendo y según nos iban diciendo.

 

Estaba sola de día y de noche porque vinieron la cosas así y así había que hacerlo. Estaba sola .Me dejaron sola, perdí amistades, ahora es tan difícil hacer nuevas en la vejez.




voz una

 

La mujer se levantaba en la noche y salía al pasillo. Era un acto no consciente de rebeldía no calculada. Nunca llevaba nada, tampoco mascarilla. La iluminación tenue, denominada de emergencia, situada a dos metros  exactos sobre el nivel del suelo, favorecía el espectáculo del pase performático. Desnuda,  en paralelo a su puerta y los cuadros de láminas florales, paseaba abriendo los brazos en cruz, estirando los dedos de las manos hasta que los dedos corazón tocaban ambas paredes, entonces con las uñas abría surcos lentamente sobre la pared empapelada de azul celeste. En la primera vuelta levantaba el papel, en la segunda el papel se hacía polvo y llegaba el yeso, luego la sangre de las uñas rotas teñía el yeso y  convertía el surco de la pared en piel rosada. Eso le gustaba, le recordaba a la ropa interior de una mujer joven a punto de parir, ropa manchada de agua, luego de sangre ,luego de vida y muerte. La muerte que es lo que somos, pensaba, la muerte que ella esperaba. Cuando ya no le quedaban uñas se iba a acostar. El olor a lejía la despertaba en las mañanas. El olor a lejía y el roce de los uniformes plásticos de ellas, que no sabía quiénes eran, pero limpiaban, ángeles plásticos de selva o de nieve, un romance de Santa Catalina en los versos finales, cuando la Santa ascendía acompañada. Un día alguien puso la radio y sonó una canción irreconocible para ella. A cada golpe de voz de la cantante sentía los golpes en la búsqueda de una pared distinta, la suya propia, interna. Intuyó un rayo de vida habitando su propio cadáver,  un pico sensorial variable y transitorio,  según leyó  en el ordenador de la biblioteca. Aún retenía esa definición en algún rincón de su  cerebro. Quizás era un reminiscencia  errónea, un caballito de mar dentro de su cabeza o de la cabeza del libro de Anatomía. Miró las fotos en la estantería y cerró los ojos.

 

 ***


Voces. "Único hueso imposible de quemar" dentro de la Colección Literaria Ojo de Pez escrito por Rafael Falcón Lahera y Ágata Navalón y prologado por Antonio Méndez Rubio acaba de salir.

Voces es un libro con muchas voces dentro y que puede ser leído o escuchado a través de su QR o en iVoox.En Ivoox está completo entrevistas y poemas en su canal que tiene el mismo título que el libro."Voces.Único hueso imposible de quemar"
Se puede leer a través del diálogo de sus voces o puedes elegir a la voz una a la dos ...la voz una es Ágata Navalón, la voz dos es Rafael Falcón

Se escribió durante dos años tras decenas de entrevistas realizadas a los supervivientes de una pandemia.

La fotografía de la portada es del fotógrafo Jesús Gabaldón.

El libro solo se puede adquirir de momento en Agapea.

En iVoox se puede escuchar al completo exceptuando el prólogo.

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