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viernes, 15 de noviembre de 2024

EL PULSO DE LO ETERNO



                                                                                                                                                                   

          A Miguel Ángel Velasco, in memoriam.

TAN puro y mineral yaces ahora,

tan hueco y tan distante de labios y licores,

del polvo de la vida y sus cortejos

que apenas veo horizonte si recuerdo

lo tanto que sufriste y lo temprana

que levantó en tu ser la muerte el vuelo.

No exagero si digo que viviste

con los ojos abiertos como un niño que mira

la espuma de los días romper su hechizo

sobre el óxido letal que embriaga el sueño.

   Si acaso regresases, desde la luz quimera,

a este lugar de niebla y desencanto,     

no sabría qué ofrecerte de vuelta ya a este mundo:

tal vez unas cervezas rodeado de amigos,

o unas cuantas palabras de aliento y compromiso,

aunque intuyo, sin más, que no rechazarías

la emoción de un poema latiendo en las entrañas

o el silencio que dejan, después de las hogueras,

dos cuerpos que se aman.

Sin embargo, amigo, objeto que quisieras

regresar a la verdad de nuestros días,

alzar la vista al frente y ver que todo

como un dios de cristal se desmorona.

La vida en estos lares  —si te sirve—

sigue siendo un corazón de cal y espinas,

un hombre cicatriz que aguanta y que sostiene

los muros del desahucio, promesas, corrupciones,

el olor a podrido por los barrios del alma

y la mucha tristeza disfrazada de espanto.

 

Más allá de esta soga que oprime con su sombra,

nos queda respirar, lamer la miel amarga

de los días, jugar a ser acero, tragar tierra,

y bebernos el sudor de las entrañas.

 

A los que aquí quedamos —tan breves, a la espera,

en cálices de barro o de cenizas—,

la muerte una vez más nos ha brindado

las brasas de la luz para seguir viviendo.

 

 


Mario Lourtau. El lugar de los dignos. Ed. Algaida. 2021

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