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lunes, 25 de noviembre de 2024

UN SOLLOZO DEL FIN DEL MUNDO de MATÍAS ESCALERA CORDERO (fragmento II)

 





Donde la desintegración y el desmoronamiento del antiguo orden industrial fueron más visibles, traumáticos y agudos, pero por motivos diferentes a los de la convulsa caída del arco escandinavo, fue en la Gran Bretaña, que, tras casi un siglo de coquetear con la absoluta decadencia imperial, cayó en un abismo de dimensiones imprevista. Aunque, como siempre sucede en estos casos, los especialistas, una vez concluido el fenómeno, lo explicaron todo de un modo sumario y carente de contradicciones… Según ellos, todo ese proceso de desmoronamiento social había comenzado durante el oscuro periodo del gobierno conservador de Margaret Thatcher, simbolizado por aquel tremendo grito fundacional del neoliberalismo postmoderno, el famoso ¡No existe eso que se llama sociedad!...


Si solo existían individuos que buscan su propio interés egoísta y si así es como se levantan y se mantienen los imperios, no había nada más que esperar a que la decadencia azotase a la propia metrópolis para ver cómo se lanzaban a disputarse los últimos despojos, cual fieras hambrientas, los hijos y nietos del Thatcherismo… Aquí había una anotación en uno de los márgenes: «¡¡¡Y vaya si lo hicieron!!!» La letra de su abuela, fina y elegante, se había hecho contundente y rabiosa, como el subrayado…


Los estallidos cíclicos de violencia que han arrasado, en estas últimas décadas, parte de la principales ciudades inglesas tuvieron su prolegómeno más conocido en Londres, un par de generaciones después de aquellas rotundas afirmaciones de la Dama de Hierro acerca de la inexistencia de la sociedad y de lo colectivo, como si los jóvenes y los desesperados que las calcinaban quisiesen dar la razón, por vía de los hechos y de la acción, a la líder conservadora, mostrándole a ella y a sus herederos cómo el desarme de los valores sociales les había despertado ese ansia desbocada de autosatisfacción primaria de los instintitos individuales, que, sin sujeción ni contrapeso social alguno, acabaron por invalidar la idea misma de comunidad, que fue sustituida de nuevo por el de feudo y horda…


Aunque esto mismo pasó en muchos territorios y estados de la Europa continental, en las islas británicas se vivió este proceso de disolución del viejo orden de una forma especialmente cruda y demostrativa… Los dispositivos de represión y control funcionaron un tiempo, hasta que fueron completamente desbordados… El paro masivo, la precarización extrema, los salarios miserables, la limitación del derecho de huelga en 2016, con el apoyo del aparato sindical y político del Partido Laborista, y la prohibición definitiva de la misma, unos años después; el control paulatino y la destrucción definitiva de la BBC y, en general, de todos los medios de comunicación críticos, o que mantuviesen aún, por entonces, una moderada independencia, la desprotección general de los nuevos esclavos, junto con la pérdida de continuidad en la memoria de lucha de los trabajadores organizados, tras la ruina y vencimiento de sus sindicatos –sustituida, en una buena parte de la población, por un rancio nacionalismo aislacionista, agravado durante el contencioso que rodeó al Brexit–; todo ello, de una u otra forma, permitió el paulatino y estrepitoso resurgimiento de los viejos usos anteriores a la modernidad, mitad espasmos, mitad actos reflejos de los siervos, tendentes al sabotaje, al motín y a los levantamientos sangrientos, que rebasaron con el tiempo todas las medidas de coerción y de control arbitradas, incluidas las referentes a los vigilantes y el permiso para matar… «¡Hacemos el trabajo que la policía no puede hacer!», decían… «England, England, our pride!», era su lema preferido…


Qué claro estaba todo ahora, leyendo estas notas desperdigadas de su abuela. Le hubiese encantado ser uno de sus alumnos. Cuando dejó la Universidad, muchos de ellos, en un gesto desconocido en aquella institución obsoleta y decadente, se reunieron para rendirle un agradecido homenaje a su dedicación en todos esos años y el esfuerzo para explicarles el mundo en que vivían.


Cierra los ojos él también, reclina su nuca contra el cabecero y se los imagina alrededor de ella, de pie, como una gigante diminuta, hablándoles de su marido, un viejo loco que se lleva a los pobres y desheredados a la ópera o que habla a unas jóvenes cajeras del Che; les está recitando su última lección, antes de los AI/Masters, de los estándares de aprendizaje dirigidos, de la evaluación algorítmica variable. Y compara aquella escena imaginada de su abuela y los antiguos alumnos que le rinden homenaje con su propia educación, la fría relación con sus tutores humanos, las innumerables pantallas, las innumerables evaluaciones objetivas y los programas dinámicos AI/Masters superados.


Al cabo de unos minutos, abre los ojos y continúa leyendo.

Como sabemos, debajo de la fina capa de civilización, se esconde agazapada la barbarie más salvaje; y la avidez y el afán de rapiña del Capital rasgó y arañó esa fina capa social hasta que dejó en carne viva los deseos egoístas y exasperados de millones de personas. Al final, una especie de desconcierto utilitario se estableció como norma por doquier, porque ya nadie pudo soñar en un mundo mejor, pero sí en un par de zapatillas mejor, en un televisor mejor, en una tablet mejor, en un i-watch mejor, en un hybrid mejor, en un A.406/coupé mejor, etcétera, etcétera. Era el nuevo fascismo, tan semejante en todo al viejo régimen de terror añorado, en secreto, por una parte de las élites británicas y europeas, casi un siglo…



Matías Escalera Cordero. Un sollozo del fin del mundo. Kaótica Ed. 2023

Obra gráfica de Amable Arias

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