“Este año la campaña de
recogida de juguetes ha sido un éxito -me dijo satisfecho el concejal de
festejos del ayuntamiento. A pesar de las grandes carencias que sufren
nuestros ciudadanos por la crisis han sabido ser solidarios y no habrá un solo
niño en la ciudad que no sonría ante la felicidad de los juguetes”, fue la
frase con la que puso punto final a la entrevista. Luego se despidió amablemente,
no sin recordarme antes que “Juguetes para todos” habría de ser mi
titular en el periódico.
Al salir del despacho municipal me crucé con un hombre extraño,
venía envuelto en una túnica y calzaba unas babuchas. Bajo un trapo enmarañado
a modo de turbante sombreaba su rostro una barba de acaso un mes. No pude
disimular mi sorpresa y me quedé absorto al contemplarlo, con la mano sobre el
pomo de la puerta. Él me miró y me preguntó: “¿Ya puedo entrar?”, y sin
que me diera tiempo a contestar cruzó el umbral, confiado en que yo cerrase
tras su entrada. No lo hice del todo. Amague hacerlo, pero puse el pie para que
quedase una pequeña apertura por la que pude ver y oír el inicio de la
conversación.
¡Qué tal, Javier! ¿Qué te
trae hoy por aquí?, le preguntó el concejal con paciente autocontrol.
“Pues mire, señor concejal, que estaba yo pensando en mi casa sobre el problema
de los hijos. 8 años tiene uno y el otro 7, ¿sabe usted? Que uno ya no sabe qué
hacer para que no dejen de quererme, porque, como se imaginará, si un padre
nada puede dar a sus hijos, ni una alimentación adecuada, ni un cálido hogar en
este terrible invierno, ni siquiera ilusiones en un futuro sombrío, te acaban
despreciando. Yo ya me he resignado a mi designio, señor concejal, ya sé que a
mis casi 50 años no valgo para nada y que a mis 6 años de paro tendré que
sumarles muchos más. Ya no soy productivo y tan sólo puedo aspirar a la
caridad. Así están las cosas en esta puñetera crisis y nada puedo hacer para
cambiarlas. Sé que todos lo estamos pasando mal, también ustedes. ¡Qué puede
hacer un ayuntamiento sin un duro! ¡Cómo van a ocuparse de nosotros con todas
las carreteras que hay por arreglar y todos los festejos que nos quedan por
celebrar! No, esta vez no vengo a pedirle que mejoren de alguna forma mi
economía familiar. Al final he comprendido que, cuando se reparte el pastel, nada
queda para nosotros, los olvidados. Ésta vez vengo a pedirle algo diferente, le
solicito encarecidamente un hecho sentimental. Verá usted, mis hijos están ya
en la edad en la que empiezan a dejar de creer en los Reyes Magos y si yo fuese
este año el Rey Mago que les entregase los juguetes del ayuntamiento, quizás,
volvieran a creer en mí, volvieran a admirar a su padre, en vez de
despreciarme. Ve, incluso me he confeccionado el traje de Gaspar con cuatro
trapos. Y la barba, de aquí a los 15 días que faltan, seguro que alcanza su
justa consistencia. ¿Qué me dice? ¿Cree usted que sería posible lo que le
pido?”, dijo aquel hombre y rompió a llorar.
El silencio se hizo sólido en
aquella estancia. El concejal no sabía hacia donde mirar, dubitativo e inquieto
durante un instante fugaz y, tras un minuto de hondo escozor por el zarpazo,
supo rehacerse y reaccionar. Recolocó su sonrisa y se levantó de la silla,
dirigiéndose a aquel hombre con las manos abiertas, como si fuese a abrazarle.
Pero no, le puso ambas manos en los hombros y le habló en tono paternal. “Javier,
lo tienes que entender, la personificación de los Reyes Magos está destinada
desde hace tiempo a tres personas relevantes del municipio y uno de ellos, el
que hará de Gaspar, es el delantero centro de nuestro equipo. Lo que me pides
es imposible por dos razones evidentes. Como sabes el ayuntamiento carece de
fondos y esas personas relevantes nos hacen jugosas donaciones, además de
costear los caramelos de la cabalgata. No podríamos prescindir de ciudadanos
con grandes recursos como ellos en estos momentos de nula liquidez. Y, aún así,
la otra razón es la más importante. Su prestigio, la gran admiración que les
profesa el pueblo. Te imaginas a tus hijos recibiendo un balón de manos de
nuestro mayor héroe, el gran goleador de nuestro equipo. No puedes negar tan
grandiosa ilusión a tus hijos, seguro que sueñan cada noche con algo así. Eso
sí que no te lo perdonarían jamás”.
No quise seguir escuchando,
sentí asco y repulsión. Necesitaba tomar aire, apartarme de aquel edificio.
Cerré la puerta del todo y me encaminé hacia la salida. En el trayecto volví a
abrir mi cuaderno de notas para confirmar la personalidad de los otros dos
Reyes Magos. Uno era el presidente de la Diputación Provincial y, el otro, el
presidente de la federación de empresarios de la ciudad.
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