Volviendo a eso de los momentos estelares de la Humanidad creo que el más triste momento estelar de España fue durante los veinte años centrales del siglo XVI, cuando en la ciudad de Trento, quizá elegida porque el nombre procede de tridente y tres fantasmas divinos formaban en la Trinidad un dios uno verdadero, se celebró un concilio ecuménico, con desdichada gran influencia española por nuestro poder en la época. En aquel concilio se debatía algo de una importancia tan grande que marcó el destino del mundo: decidirse por un dios reaccionario, celoso e intransigente, o un dios progresista, liberal y que obligaba a saber leer rindiendo culto a la imprenta. España capitaneó la opción primera y se condenó a sí misma a la pereza intelectual, al embrutecimiento, a la sumisión y al analfabetismo, se avergonzó de saber y pensar, y puso el destino de toda su gente en manos de la Iglesia que leía e interpretaba por ella. Los países que se decidieron a elegir la opción segunda tuvieron como primera obligación valerse por sí mismos y traducir los libros sagrados para ponerlos al alcance de la gente, y la gente tuvo que aprender a leer, primero Biblias traducidas y después otros libros por habérseles fomentado la curiosidad como base del deseo de saber, y la consecuencia natural fue que de todo eso surgió un progreso imparable en las ciencias e incluso en el comercio. Los de la opción del dios más permisivo inventaron, los de la opción por el dios celoso gritamos el que inventen ellos. España capitaneó la decisión por el culto extrovertido basado en la imagen de un dios sufriente, torturadísimo y tétrico, los países alejados de su influencia aprendieron solidaridad en cantos colectivos y se relacionaron con su dios en secreto e intimidad. Así se detuvo España anclada en el inmovilismo, y así perdió España para siempre el interés por evolucionar. En 1970, cuatro siglos después, todavía ser buen español es ser reaccionario, tradicionalista, sumiso y despreciativo hacia el progreso, por pura pereza intelectual y por un falso sentido del orgullo, y solo el normal puñado de disidentes, casualmente gente que ha leído lo que ha querido y no lo que le han mandado, mantiene viva la esperanza de que un cambio se produzca alguna vez, pero ya con la sospecha de que de tanto cultivar la indolencia el daño haya quedado gravado en la genética.
Antonio Santos Barranca. Diario Nocturno en un país feo. Letrame Ed. 2024
¿Quién sería la Iglesia sin todos esos seguidores ignorantes y dóciles a los que tanto engañó? ¿A quién le hubiera vendido sus pedruscos infumables?
ResponderEliminarChiloé