He visto muchos
laberintos:
El laberinto de
Cnossos,
que servía para guiar
a las danzantes
en un sensual baile que
ejecutaban al llegar la primavera.
El laberinto que hay
tallado en una roca
cerca de la ermita de
Nª. Sra. de Piedra Escrita.
El laberinto de las
paredes del CBGB,
en el
Bowery, Lower East Side de Manhattan.
El laberinto de una
camiseta de Paris Hilton
en la que
se lee DEATH TO THE RICH.
El laberinto de las
calles de Rabat Es Sefli, del Aaium,
del Husts, del Auki,
del Mel-lah, todas confundidas
en los ojos de una
paloma blanca llamada Tetuán.
El laberinto de las
civilizaciones, de las religiones,
de los ladrones.
El laberinto de los
Gobiernos, los ministros, los banqueros,
los jueces, los
abogados y los medios de comunicación.
El laberinto de los
trust, los holding, los lobbies.
El laberinto del
mercantilismo, de los negocios,
de la corrupción, del
egoísmo.
El laberinto de la
estupidez, de la vulgaridad, de la sangre.
El laberinto abismal
del proletariado.
El laberinto de los
sueldos de miseria
y las
jornadas extenuantes.
El laberinto del
trabajo infantil, del hambre
y la falta de vivienda.
El laberinto del
fracaso del capitalismo
para gestionar la
riqueza.
El laberinto de los
cuerpos.
El laberinto de aquella
adolescente que me decía
que no quería ser
recordada
porque se consideraba
una más
del montón de gente
que no será recordada.
El laberinto de la
infelicidad, de los suicidas.
Todo en el laberinto,
sin afueras,
nuestra casa sin centro
donde el único cobijo
es andar por él,
perdidos,
desorientados, fragmentados,
sin mucha idea del
sentido o del sinsentido de la vida,
un enigma que crece con
las preguntas que lo nombran
y que siempre nos gana
la partida,
porque somos nuestra
propia presa
y tendríamos que saber
vivir con esta certeza,
y disfrutar hasta el
final con esta cacería
donde Teseo tira del
ovillo de Ariadna
y se encuentra que el
hilo
termina en su propia
boca.
Antonio Orihuela
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