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lunes, 19 de mayo de 2014

POEMA PARA UN AÑO QUE SE VA






Salgo a volar mis sienes por el campo
y camino como un dedo entallado por un hierro de invierno.
En el árbol del sol tiendo la juncia de mis ojos,
tiendo a secar las páginas de mis pupilas clavadas en la lluvia de los números,
tiendo a secar la ropa de mis huesos y el pájaro de paja de mi alma.
Los poetas de América me mandan un pedazo de mar,
los poemas son nubes-mariposas, o peñascos de humo, o ramajes
de ortigas de muchachas violadas, o niños hambrientos con los
vientres hinchados, o mujeres preñadas con lámparas de lepra en las entrañas.
En una larga caña un muchacho llevaba de bandera
una serpiente de agua.
Un hombre arranca olivos
y una nube gris cubre el árbol del sol,
y baja el invierno con su golpe de maza para romper la nuca de los pobres.
Huele a salas de fiestas lejanas,
huele a “feliz” como una campanada de ceniza de sol en los ojos de un ciego,
huele a obrero español en Alemania,
a pieles de suburbios
y a canciones de lata.
La tradición es una caja llena de polvo oscuro de carcomas pegadas,
los agujeros suenan a reliquias,
tienen saliva azul de estampa,
árbol de Navidad de millonario,
sonidos de campanas.
Suena un tractor tosiendo debajo del veneno del crepúsculo.
Por el monte de pinos baja lenta la escarcha.


Manuel Pacheco

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