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jueves, 22 de mayo de 2014

ZIMMER



No le pidan nada a los poetas, aparte de su algarabía de mutaciones y misterios, no sueñen con que se conviertan en las primeras antorchas de gasolina primaveral en sus plazas para acabar con un sistema sin el que no sabrían como vivir; no conozco a nadie medianamente cultivado capaz de convivir en un grupo organizado, igualitario, auto-gobernado y auto-suficiente, aún menos a alguien qu
e incluya insectos en su dieta, como hacen en épocas de escasez los pocos cazadores-recolectores que aún habitan la tierra. Un niño del primer mundo puede reconocer miles de logos y marcas comerciales de bienes de consumo, pero apenas podría reconocer una pocas plantas comestibles cultivadas, y de las silvestres ni una. Desde que terminó la guerra fría todas las guerras y revoluciones son profundamente asimétricas, el enemigo pequeño y débil siempre es considerado terrorista, el terror se siembra con bombas, las bombas se fabrican con fertilizantes y otros químicos fáciles de conseguir -la composición e instrucciones circulan hace años por la red-, pero la poesía es un combate aún más difícil, más delirante e imposible, la poesía no es un arma, ni está cargada de nada, a no ser de inocencia y fértiles nadas, es un hábil e inconcebible medio de acción mágica o irracional, un metalenguaje de frontera imposible de interpretar o traducir fuera de ella misma, el ejercicio de un pensar simbólico superior impregnado de tal delicadeza moral, de tal dulcísima humanidad, que de ser obedecido colectivamente como prédica produciría al día siguiente en las calles algo parecido a esas estampas del paraíso prometido que tan abundantemente imprimen a todo color los testigos de Jehová. Por todo eso, les ruego que no le pidan nada a los poetas, tienen mucho trabajo inventando idiomas nuevos por si nuestros nietos los escuchan, y aún más, si está en sus manos, déjenle a uno una habitación con vistas y comidas incluidas, como hizo el ebanista Zimmer con Hölderlin -sí, su lector-benefactor se llamaba habitación-, y podrán observar ese hamster en su laberinto, contemplar como ese parásito envejece y enloquece sin dañar a nadie, como entretiene a sus visitas hablando incongruencias sobre las estaciones, Grecia, o los dioses, da largos paseos por el campo o deja marrones a su nombre por los bares, hasta que un día comprenda que su inversión ha merecido la pena al descubrir unos versos incomprensibles tallados a cuchillo sobre su mueble favorito:


"A Zimmer 
Variadas son las líneas de la vida,
como los caminos o las siluetas de las montañas,
lo que aquí somos, un dios puede completarlo allí
con armonía, recompensa eterna y paz."


Daniel Macías. Niño Edén. Ed. Amargord, 2014













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