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lunes, 13 de abril de 2015

POEMA A UN TRABAJADOR DE LA II REPÚBLICA



Quería ser tremendo, inmenso, apoteósico,
capaz — no sé— de abatir mil gigantes,
de encender y cuidar millones de estrellas,
de entablar combate cuerpo a cuerpo con los mares.
Desde pequeño lo supo: “¡Quiero ser
formidable —no sé—,
quiero tomar al mundo con las manos,
ser vertiginoso como los planetas,
tener la fortaleza de las manos de padre!”
Lo sabía, y se conformaba de momento
con ser hermano mayor
de prole numerosa,
en función más modesta que ser padre.

Pero no tuvo prisa en crecer,
apuró las etapas,
y creció con un arado rebosándole el pecho,
con palabras que otros no tenían,
con un resplandor invernal en las mejillas,
con un puño en la frente,
con párpados color añil a rebosar,
con la fecundidad briosa y aguerrida.

Le esperaba la vida, lo que llamamos vida,
porque él vivió siempre de igual manera.
Le esperaba un trabajo pagado,
una buena muchacha, la camaradería de los compañeros;
también los codazos, las patadas, la insolidaridad, el desaliento,
muchas muchachas que no eran su muchacha.
En las noches de viento se entretenía
arengando a los suyos, elevando
la voz por sobre el estrépito
y dando lo mejor de su garganta,
hasta la epifanía del lema compartido.

Por su voz lo mataron
poco después de empezar la guerra.
Por aquella voz potente, viril, pero tierna
que tan fácilmente agitaba a la gente,
que llegaba al subsuelo de la mina,
y al aviador, y al jornalero, y al poeta,
arrastrando ecos milenarios.
Murió la muerte que quisieron darle.

Quería ser tremendo, inmenso, apoteósico;
vivió la vida toda para serlo, siéndolo.
Y no se equivocó, se equivocaban,
aunque muy bien sabían lo que hacían:
matar y correr una manta basta sobre el cadáver
de uno que hablaba bien, para el gusto de algunos

demasiado.



Txisco Mandomán. En Voces del Extremo: poesía antidisturbios. Ed. Amargord. Logroño, 2015

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