Pues a los destructores del mundo
no vamos a llamarles conservadores, ¿verdad? Sería un enorme contrasentido… En
la sección de “Psicoactualidad” de la revista mujer hoy, que el diario monárquico ABC regala junto con su edición
sabatina, nos impresionó el artículo correspondiente al pasado 5 de mayo de
2012: “Cómo ayudar a los hijos a emigrar”. (Estaba por cierto emparedado entre
los reportajes ilustrados sobre las óptimas técnicas de fotodepilación y los
secretos de belleza para tener mejores tetas que tu vecina.) Tal es el tipo de
descomposición moral a que conduce el sistema de la mercancía. Por eso,
llamarles “conservadores” es hacerles un regalo inmerecido. Son destructores de
casi todo –incluyendo casi todo lo que merece ser conservado…
Pero, por otra parte, a quienes
nos meten en callejones sin salida y acaban por hacernos retroceder a tiempos
aciagos tampoco podemos llamarles progresistas, ¿no creen ustedes? “El eterno
mensaje de la izquierda es el progreso”, sermonea Manuel Valls, presidente del
gobierno de Francia (entrevista en El País, 23 de julio de 2014). ¡En
2014! ¡Como si fuera un liberal de hace siglo y medio! Pero ¿este hombre no se
da cuenta que hace ya tiempo que el progreso se nos convirtió en retroprogreso,
en un paradójico avanzar hacia atrás cuando se piensa ir hacia delante, en
un movimiento trágicamente contraproductivo? La izquierdecha que asume
los valores de la derecha neoliberal globalizadora puede seguir entonando
acríticas loas al progreso, pero ¿la izquierda? ¿No va a tomar nota de que el
progreso, después de la terrible historia del siglo XX, ya no es lo que era? ¿La izquierda cuyos
valores debieran ser igualdad, libertad, solidaridad, sustentabilidad,
biofilia…?
Jorge Riechmann. Autoconstrucción: la transformación cultural que necesitamos. Libros de la catarata. 2015
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