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lunes, 7 de septiembre de 2015

AUTOCONSTRUCCIÓN (II)



Pues a los destructores del mundo no vamos a llamarles conservadores, ¿verdad? Sería un enorme contrasentido… En la sección de “Psicoactualidad” de la revista mujer hoy, que el diario monárquico ABC regala junto con su edición sabatina, nos impresionó el artículo correspondiente al pasado 5 de mayo de 2012: “Cómo ayudar a los hijos a emigrar”. (Estaba por cierto emparedado entre los reportajes ilustrados sobre las óptimas técnicas de fotodepilación y los secretos de belleza para tener mejores tetas que tu vecina.) Tal es el tipo de descomposición moral a que conduce el sistema de la mercancía. Por eso, llamarles “conservadores” es hacerles un regalo inmerecido. Son destructores de casi todo –incluyendo casi todo lo que merece ser conservado…

Pero, por otra parte, a quienes nos meten en callejones sin salida y acaban por hacernos retroceder a tiempos aciagos tampoco podemos llamarles progresistas, ¿no creen ustedes? “El eterno mensaje de la izquierda es el progreso”, sermonea Manuel Valls, presidente del gobierno de Francia (entrevista en El País, 23 de julio de 2014). ¡En 2014! ¡Como si fuera un liberal de hace siglo y medio! Pero ¿este hombre no se da cuenta que hace ya tiempo que el progreso se nos convirtió en retroprogreso, en un paradójico avanzar hacia atrás cuando se piensa ir hacia delante, en un movimiento trágicamente contraproductivo? La izquierdecha que asume los valores de la derecha neoliberal globalizadora puede seguir entonando acríticas loas al progreso, pero ¿la izquierda? ¿No va a tomar nota de que el progreso, después de la terrible historia del siglo XX,  ya no es lo que era? ¿La izquierda cuyos valores debieran ser igualdad, libertad, solidaridad, sustentabilidad, biofilia…?


Jorge Riechmann. Autoconstrucción: la transformación cultural que necesitamos. Libros de la catarata. 2015

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