EL
BAILE RUSO
Juan Vargas
Monje lo tenía muy claro
que el cante largo, y el
toque virtuoso,
convertían al cante jondo en
folclore.
Que la dicción del cantaor,
convertida en locución de
telediario,
mata el melisma.
Que el abuso
del baile
alargado estéticamente hasta
la extenuación
de cualquier reloj,
completa el horario político
del teatro.
–A veces es lo más bello...
y de repente
la cosa más fea del mundo–
decía el Negro de París
saliendo del teatro
Calderón.
–¡No somos rusos,
ni hay repertorio para tanta
gente!– gritaba uno.
Obsérvense siempre los
rostros de la comparsa
están mirándose entre ellos,
perdidos,
esperando a que todo pase.
Y había que ver
al Negro de París
corriendo detrás de Juan,
queriendo ser su amigo.
LAS
ACADEMIAS
Vicente Amigo
no sabe si sus amigos
son suyos o son amigos de su
guitarra.
El zapateado en
grupo siempre es mareante
(un futurista comparó el sonido
a una metralleta
y todavía algunos creen que
es un piropo).
Y las guitarras cerdeando
dan dolores de cabeza.
Pero hay que vender más
cuerdas del gato negro.
Así se viste una casa, con
el mueble de la guitarra.
El hombre necesita siempre
tener un objeto para ser.
Y el cantaor sale perdiendo artísticamente
porque ¿qué mérito va a
tener una persona
que no carga con nada,
ni se acompaña de tinglados
técnicos...
y que encima lo único que gasta es el aire,
que entra y sale de los
pulmones.
–¡Pulmones tiene todo el
mundo!– gritaba un cojo.
CALENTANDO
MADRID
El Negro del
Puerto de Santa María
calentaba bien la guitarra,
venga y venga,
hablaba más de una hora
antes de comenzar la media
granaína.
No se callaba nunca, era
como el Negro de París.
Hasta coincidieron los dos
en los madriles,
dando vueltas, calentando
Lavapiés.
–¡Eso no puede ser verdad
porque...!
– dijo uno que tenía un
disco.
Pues sí que coincidieron, y
formaron catoblepa
desde Antón Martín hasta
Iglesia. Iban fumando
y bebiendo, navegando por la
calle de Alcalá,
subidos los dos en un velero
470
que era remolcado por un
renault pleinair.
El Negro de París había
instalado en el barco la radio
de un coche, con una cinta
del Negro del Puerto dentro.
Y allí iban los dos dando
vueltas.
Hacía buen día para
navegar... no me preguntes
cómo la batería del barco no
se mojaba en el alquitrán
ni cómo Madrid ha impuesto
una forma de cantar.
DESDE
LA POLIS
El arte jondo
es urbano
y anécdota de falsos
cronicones
que adoran la prótesis de la
guitarra
y meten la voz en discos de
cartones.
Las gramolas
tienen vida propia
y recorren impenitentes las
corralas,
casas solariegas,
restaurantes, embajadas,
hasta la novela La
Colmena, que así arranca
con un gitanito que está muy
visto...
pero la guitarra
dichosa ha estado ausente
en los lugares pobres, aislados,
que no tenían ventas ni
bares, entonces
¿por qué ocurre la música
sola?
– Porque el flamenco es la
música maltratada –
dijo el Sobri– y ha tenido
que resguardarse...
por eso se conservan
destellos, fogonazos...
¡escombros!
CÓDIGO
DE BARRAS
El flamenco hay
que consumirlo
tenemos que usarlo, en una
audición
íntima
o colectiva, laboral o diletante,
o
tomando las aguas anfetamínicas.
–Yo canto mi flamenco, que
no el tuyo –
dijo Imperio Sevilla
entonando
su ebrio de no tener poder sobre nada...
No podemos
estar siempre pendientes
de las copias ilegales
de las tres cintas negras de
el Camarón.
Debemos
invertir en el flamenco
gastándonos el dinero,
comprando música,
celebrando el apoquinalipsis
del parné
Ahora el
flamenco hasta se ve, mira
las fotos postizas de el
Torta en movimiento,
en su deuvedé... hasta
Blanca Li saliendo
como una lagartija entre la
neblina de acantos
de la Alhambra de Morente.
–¡Oiga, ... usted consume
flamenco?
–Pues sí, tengo un disco con
una errata preciosa
en la portada... donde pone "Terrremoto"
con tres erres, anda.
David Pielfort. La isla de Camarón. Ed. Germanía, 2013
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