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lunes, 15 de febrero de 2016

EL GITANITO EZQUIZOFRÉNICO (fragmentos)




VI


 Tarde y apretujados marchaban Terremoto y Caballero Bonald
para cantar a un festival, metidos en un seiscientos azul recalentado,
igual que un movimiento sísmico y con el hambre en cuarta.

  Se había hecho muy tarde, y el mapa de los atajos, dibujado
 con un bolígrafo de tinta verde, sobre la etiqueta de una botella
 de manzanilla, era menos legible que el tapón del líquido de frenos.

  – ¿Dónde está la maldita botella?

  – Se la habrá tragado el tío éste, que se va a morir un día
 de un berrinche – dijo una muchacha acompañante.

  – Niña, que yo sólo bebo ginebra – apuntó el Terremoto.

  – Aquí no se lee nada... y el frasco da asco, todo se ve negro.

La persiana del capó trasero rebosó de aceite,
y se abrieron las puertas del carro gitano, como alas
de humo, saliendo los cantaores del coche
tosiendo con aspavientos, y casi estirando las patas.

  – Ésta no es la botella, seguro que hemos tirado el casco
 en alguna cuneta sin echar cuenta.

        No, nosotros somos quienes estamos tirados,
falta  media hora para llegar al festival...
y otra botella, pero llena y sin mapa.

  El abuelo de la familia Churumbel andaba observando la escena,
 y se pisaba los grandes bigotes grises, corriendo en su borrico
 de cartón, y dándole vueltas al coche averiado de los artistas.

  – Kosko divus – dijo fumando un puro, quitándose el cañero
 y enseñando el cerebro a la muchacha.

  – Malas y tarde, abuelo – respondieron.

  – Pues están ustedes en un apuro, ¿echamos un fetén caballeros?

  Estaba el Viejo Churumbel en su choza de viñeta, cogiendo
 en la viña rebuscos de electrones, cuando se percató que el coche
 de los cantaores parecía un plato de cazón en amarillo, y propuso:

        Es cierto que mi braco no corta el viento,
ni tendríamos en ella los cuatro buen asiento,
y además es un borrico de cartón... ¡cojones de cantaores!
... pero como hay que hacerle caso a las melodías de los viejos,
debo decirles que en mi casa tengo un artefacto
que les llevará al deseado sitio
... y también traeré una botellita de vino.

Allá iban los cuatro hacia Cádiz dando el cante por los aires,
metidos en el canasto de un globo aerostático con parches
de esparto, dándose todos un paseíto, fumando
y bebiendo, llegando tarde a no se sabe dónde.



 VIII

Lidia la gran ciudad cateta es la cuna de los flamencos
que desafinan un montón, pero llevando siempre el compás.
Lidia la gran ciudad cateta, amanece corriendo la cortina de lunares
que separa los dos barrios, el rico y el pobre,
que son un cuarto dividido por la tienda de Enmedio.

Y el que no se emborracha en Lidia hace el ridículo.

Sus hombres nunca roncan, aunque sus voces tengan el rajo harto
de tabaco, porque apoyan  al dormir sus cogotes y morrillos
en la madera del culo de la guitarra;  reinando así sus sueños
en un tarugo, como duermen los dragones chinos
y descansan los portones de las casas en una raja y un adoquín.

  Las mujeres ponen los cafeles en vasos de tubo,
 de cubatas calientes de otros días más felices,
 rebosantes como un caleidoscopio de azúcar.

  – ¿Copio esta falseta, maestro?

  – No, los artistas no miden, y además no tengo ni un bolígrafo.

  El maestro perdió su gran tesoro al desvelar esas palabras
a su discípulo, y perdió el aguante, el aguante del dolor
que le producía remover el café hirviendo con el dedo índice.
Pero no se le saltaron las lágrimas por la escocedura,
fue porque se le despegaban de las uñas los duros del Sarasate
–el maestro se pegaba monedas en las uñas –
que cayeron al fondo negro del vaso.
Decía que le servían en el culturismo del rasgueado.

  El otoño del madroño hacía los días más cortos,
y el frescor del aire hacía  las narices más grandes.

  – ¿Puedo empinarme la guitarra, maestro?

  El maestro dio el “la”, y verticalizó el mástil acercándolo al mentón.

  – ¿Te es más fácil ejecutar con las formas de Tío Sabicas ?

        No... ocurre que con la posturita de Paco de Lucía doy el tono
bien, maestro, pero con la esclavita de oro araño toda la guitarra,
se pierde la laca y el tono de la color de la madera ya no es el mismo 
aunque me sirva para reconocer la guitarra si algún día la pierdo
y  la veo por ahí con otro tío montado en cualquier sitio, maestro.

  – ¿Qué... la cadenita... de oro?

El maestro – heredero de Rafael del Águila– apartó el visillo
de cartón bordado con lunares de cisco,
y le dio un buche a la escurridura del café ya frío.

El pequeño discípulo corría con una barbaridad de chiquillos
detrás de una canoa, liberado de sus tareas jugaba con una caja
de pescado con ruedas, el aprendiz iba corriendo, acompañando
a un carrillo lleno de chucherías empujado por una vieja.

Otros niños fumaban plajos de heroína al golpe
machacando pastillas y esnifando anfetaminas
alrededor de bidones ardiendo, cuando antes en las plazuelas
se distraían  cantando y haciendo compás.


 IX

Cuando cantaba la Piriñaca, su boca no le sabía a sangre
sino a tomate. Y es que se masca, se escupe o se traga
el picadillo de palabras con aliños cerebrales.

 Y con sal en la lengua verdugona de la sangre
de la asfixia del cante, se empuja a los bailaores
que hoy se visten de dráculas, tirando el compás al suelo,
y el Farruquito, sin dejar caer la prenda se estira
los brazos y ya está puesto el chaleco sin esfuerzo
y con posturas de corales adorna las ruedas de su baile.

 La freiduría ambulante se echa en las tablas, en la fiesta
de la bulería de Jerez, en la puerta de choqueros;
y el olor del adobo hace en el coso la presidencia de la hambre.

  – Nueve metros de cuerpo me hacen falta para reguincharme
 en el alambre del sitio de barrera – dijo Juanete.

  – ¡Nueve, menos el tendido cuatro... cinco: te la hinco! –
 respondió Tomasito con su letra de tarima, de teatro,
 de trocotrón, de toná, de taconeo, haciéndose el tonto
 y empapándose de todo, menos de vino y queso.

Sentado el súcubo de los cabales en el granito
del graderío del circo, se interrogaba:

  – ¿Será la letra “e” de espléndido?

  – Té es el agua sucia, y la “e” es un vino
 con mayúscula – respondió el íncubo de los cabales
 meciendo un quinqué  de petróleo.

  José Mercé cortó un cuarto de kilo de granaína
 se puso el traje blanco dando la espantada
 y sería un dios, porque con él apareció la lluvia
 pero duró como la nube que cantó, nada.

 Arropado con cuatro gotas y dos demonios
–que dan más miedo que uno tocando la guitarra
como si estuviera matando bichas–
Juanete el Loco Romántico le dijo al Tomasito :

   – Tú en el cante eres un polluelo sin vida.

  Y es que el flamenco no existe.



David Pielfort. La isla de Camarón. Ed. Germanía, 2013


1 comentario:

  1. "He plantao un tomillo
    y no me ha salio na.
    El que quiera tomillo, mi arma,
    ay, que vaya al tomillal".

    Tía Anica la Piriñaca

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