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lunes, 26 de septiembre de 2016

CONTAR de JOSÉ MARÍA CUMBREÑO -fragmentos-


I
Cuando escribo me gusta utilizar elementos que sean opuestos. O que al menos lo parezcan. No sé, alto y bajo, por ejemplo, dentro de una frase, a veces consiguen crear un tercer espacio que ya no es alto ni bajo, sino ambos y ninguno de ellos.
Aunque eso me pasa cuando escribo. La vida es otra cosa.
Llevo once años viajando todos los días de Cáceres a Mérida. Ida y vuelta. 140 kilómetros. Todos los días.
Once años viajando sin viajar, viajando para no llegar a ningún sitio.
O quizá sí.
Luego, en clase, sigo con la sensación de estar parado en medio del movimiento.
Porque los nombres de la lista cada curso son distintos. Pero siempre tienen la misma edad.
Escribo espacio y escribo tiempo. Y me doy cuenta de que en realidad no sé qué significa ninguno de los dos.

II
Pasar todas las mañanas a la misma hora por el mismo sitio confiere a ese sitio y a esa hora la capacidad de volverse invisibles.
No siempre.
Sólo a veces.
Según el día. 
 
III
El nombre que tengo por las mañanas no es el que tengo por las tardes.
IV
Italo Calvino escribió que una ciudad era distinta si se llegaba a ella por mar o por tierra.
Conduzco entre la niebla agarrando el volante como si fuese el timón de un barco encallado.


V
En casa me pongo camisetas que llevan impreso el nombre de ciudades a las que nunca he ido.
VI
Los días en que me toca viajar solo, pongo música en el coche.
Los días en que me toca viajar solo, no me gusta mirar por el espejo retrovisor.


VII
Ulises intentando llegar a casa.
VIII
El horario de las clases.
El horario de los coches.
Si no le toca conducir, Pablo se queda dormido.
Cuando conduce, se pellizca los dedos sobre el volante para no dormirse.


IX
En clase casi siempre me siento un impostor.
X
Media vida pasando lista,
acostumbrado a escribir sólo
el nombre de los ausentes.

  
DRAMA EM GENTE

El padre de Fernando Pessoa en realidad no era su padre.
Con su madre hablaba en un idioma extranjero.
Sus hermanos eran hermanos suyos sólo a medias.
La lengua en la que aprendió a hablar no era la lengua en la que luego escribió.
Escribía en medio de una multitud, pero vivía solo.
Escribía de pie. Escribía de noche.
Su único amor llevaba el nombre de una heroína suicida.
Se mudó más de veinte veces dentro de la misma ciudad.
Jamás salió de Lisboa. Aunque varias veces llegó al fin del mundo. Y regresó.

JUNIO
Cada vez escribo menos.
Cada vez me da más vergüenza escribir.
Por lo general, se piensa que la inseguridad suele ser el lastre de quien empieza, aunque quizá el momento en que se duda de verdad llega después.
Al principio las cosas sencillamente se hacen.
Luego uno empieza a preguntarse no tanto por qué las hace (cualquier palabra, convenientemente golpeada, se convierte en una excusa), sino a quién cree que va a engañar con todo esto.


José María Cumbreño. Contar. Papelesmínimos Ediciones, 2016
Fotografía de Juan Sánchez Amorós

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