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domingo, 23 de octubre de 2016

PECES FUERA DEL AGUA de JORGE RIECHMANN (I)




“Vivimos en sociedades espectaculares. Esto implica muchas cosas. Una de ellas es que estamos viviendo un proceso de degradación de las capacidades sociales para el raciocinio y el pensamiento colectivo. Marcuse nos advertía en los años sesenta que la sociedad industrial moderna era cada vez más irracional como totalidad. Guy Debord centró su mal comprendida obra teórica en analizar cómo tomaba forma esta irracionalidad. El espectáculo del que hablaba Debord es el capitalismo y su estructura impersonal de dominación sin sujeto, que se ha desplegado históricamente a través del desarrollo cancerígeno de la mercancía como relación social universal, el trabajo abstracto como mediación social y la acumulación de capital como proyecto civilizador de carácter tautológico y autodestructivo. Para Debord que esto sea posible implica un proceso histórico de irracionalización colectiva, en el que los significados de las cosas se mistifican y falsifican. Así, espectáculo debe ser entendido no como un dispositivo circense de manipulación de masas, sino como un nuevo oscurantismo ‘que brota espontáneamente de las condiciones de producción modernas’. A partir de esta idea de sociedad del espectáculo es posible entender que desde hace décadas, y a pesar de la ilusión de omnipotencia que pueda aparentar, el capitalismo sufre un progresivo deterioro en el grado de control sobre sus propias dinámicas.”[1]
Emilio Santiago Muiño

“El día que el presidente Nicolás Maduro declaró que el derecho a tener un televisor de plasma era un derecho que debería ser garantizado a todo el pueblo venezolano, bien podría ser considerado como el día que la revolución bolivariana dejó de existir. ¿Qué revolución socialista se puede sostener si la utopía sobre la cual se construye es nada más ni nada menos que la universalización del consumo de las mercancías que constituyen los grandes fetiches de las modernas sociedades de consumo? ¿Qué guerra económica se puede ganar a la derecha si no se tienen las armas ideológicas para enfrentar sus armas de consumo masivo...?”[2]
Julian Evelyn Martínez

“Ugo [Bardi] llega finalmente a desear (y yo empiezo a compartir con él esta visión) que hubiese realmente alguna oculta conspiración que estuviese dirigiendo el mundo: los alienígenas lagartos, los gnomos de Zurich o a mí se me ocurre que Bilderberg y los Illuminati, porque entiende que al menos habría alguien al timón a quien poder dirigirse, destituir o rebelarse contra él. Pero se teme y yo con él, que el problema es que al timón no hay nadie, que vamos en una nave a la deriva.”[3]
Pedro Prieto


“Dejan la tierra [los astronautas de la película Interstellar] para encontrar un lugar al que puedan escapar, o, si eso falla, un mundo en el que pueda depositarse un cargamento de embriones congelados. Hace falta un esfuerzo, cuando sales del cine, para recordar que esas fantasías se las toman en serio millones de adultos, que las consideran una alternativa realista a encarar los problemas a los que nos enfrentamos en la Tierra. (…) Reducir la cantidad de energía que consumimos y reemplazar los combustibles fósiles por otras fuentes (…) resulta inconcebible e indignante, mientras que el abandono masivo de buena parte de la superficie habitada del mundo es una petición realista y razonable. ‘No resulta contrario a la razón preferir la destrucción del mundo entero a rascarme el dedo’, hizo notar el filósofo del siglo XVIII David Hume y aquí vemos su contemplación cosificada.”[4]
George Monbiot

“Socialismo para los bancos, capitalismo para los pobres, se ha convertido en el modus vivendi del siglo XXI.”[5]
Slavoj Zizek



los tres asuntos ético-políticos fundamentales

Xenofobia, dominación y hybris. (Y si uno deseara ampliarlo a una lista de seis “pecados capitales”, añádase el autoengaño, la intolerancia frente a la ambigüedad y la indiferencia ante el dolor del otro.)[6]



desconexión

Only one Earth fue el lema de la primera “cumbre de la Tierra”, la conferencia de NN.UU. en Estocolmo en 1972. Pero el ascenso del neoliberalismo truncó la toma de conciencia sobre los límites del crecimiento que por entonces, en los años setenta, estaba teniendo lugar; y así hoy estamos usando los recursos de la Tierra como si dispusiéramos de un planeta y medio, y aún creciendo… (La huella ecológica conjunta de la humanidad supera hoy el 150% de la biocapacidad de la Tierra, según sabemos por los informes Living Planet que WWF internacional publica cada dos años.)

La desconexión con respecto a las bases biofísicas de nuestra existencia social, y la gravedad de la crisis ecológica, es alucinante. La humanidad está actuando como una gran reunión de gente que operase del siguiente modo: “Señores y señoras, nos hallamos ante el fin del mundo… Bien, pasemos al siguiente punto del orden del día.”

Vamos hacia una sucesión de crisis devastadoras; y no tendremos la sabiduría moral, la inteligencia social ni los recursos políticos para transformar radicalmente este sistema –saliendo del capitalismo, pues haría falta salir del capitalismo— y evitar lo peor.


¿por qué avanzamos hacia el abismo
sin cambiar de rumbo?

¿Por qué avanzamos ciegamente hacia el abismo sin cambiar de rumbo? La pregunta nos obsesiona, tratamos de contestarla una y otra vez… Yo diría que esencialmente hay que distinguir tres factores causales operando en diferentes planos, y retroalimentándose: el primero son los automatismos de la Megamáquina –especialmente el proceso ciego de la valorización del valor.

El segundo es la impresionante hegemonía cultural que el neoliberalismo ha construido en los últimos decenios. Como se ha dicho, el neoliberalismo ha supuesto sin duda un gran fracaso económico y ecológico… pero todo un éxito político y cultural.

El tercer factor, en el plano de las subjetividades, es la desconexión creciente entre los seres humanos y la naturaleza.[7] Apunta hacia ello el biólogo marino Sergio Rossi: “Are we going to the collapse? Esta frase la oí en un congreso internacional de ecología en 1998. No lo dudes lo más mínimo. El otro día lo hablaba con mi hermano. (…) Me decía que se acaba de leer un libro, La sexta extinción (hay varios de este tipo); me dice que es muy bueno, muy didáctico, ‘es como el tuyo, muy ilustrativo. ¿Pero qué es lo que pasa? ¿Por qué no reaccionamos?’. Y es que es cierto: los que estamos en primera línea de combate, en lo que es la frontera de los cambios del planeta, y entendemos lo que está sucediendo en muchos aspectos, nos estamos dando cuenta de que somos idiotas. Lo pongo muy suave en los libros, pero aquí te lo digo tal cual: he llegado a la conclusión de que somos profundamente estúpidos. A pesar de que se sabe que nos vamos al garete, no ponemos remedio porque hay una desconexión cada vez más grande entre nosotros y la fuente: la propia naturaleza”.[8]





[7] Sobre los fenómenos de desconexión respecto de la base biofísica que sustenta nuestras vidas reflexionaba yo hace unos años, al comienzo de mi libro Interdependientes y ecodependientes: “Logramos vivir en auténticas “burbujas culturales’, relativamente independizadas de las molestas intromisiones de la realidad exterior. A esta clase de burbujas pertenece la ilusión de que nos hemos independizado de la naturaleza (en el sentido de los ecosistemas y la biosfera, en este caso); así como el énfasis en el individualismo competitivo que hallamos en nuestra sociedad. Uno diría que tres entornos donde cada vez más gente vive tramos cada vez más amplios de sus vidas son especialmente importantes en la inducción de ignorancia acerca de nuestra ecodependencia (e interdependencia):
  1. La ciudad, el entorno urbano dependiente de un vasto territorio circundante para el abastecimiento de recursos y la absorción de residuos, pero cuyos sus habitantes tienden a desconocer esos nexos…
  2. El dinero, la economía crematística que se imagina poder reducir todos los valores, cualidades, bienes y males a la cuantificación dineraria… (Decía Lewis Mumford –y nos lo recuerda Emilio Santiago Muiño— que la simplicidad de las abstracciones económicas no es una forma de alcanzar la realidad objetiva, sino de apartarse de ella.)
3.       El ciberespacio y la realidad virtual, donde nos imaginamos desligados de toda existencia física.”

[8] Sergio Rossi entrevistado en JotDown, febrero de 2015 (http://www.jotdown.es/2015/02/sergio-rossi-nos-vamos-al-garete-pero-no-ponemos-remedio-porque-hay-una-desconexion-cada-vez-mas-grande-entre-nosotros-y-la-naturaleza/ ). El científico afirma también: “…estamos más lejos de la realidad que nos sustenta. No somos conscientes porque no hemos entendido que nosotros somos parte del sistema. Todo lo que nos rodea no es artificial. Todo sale de una fuente natural creada por un ser que está en la Tierra y que de alguna manera necesita de la Tierra para poder sobrevivir. Todo lo que creamos son estructuras, biomasas, etc., que nos sirven para vivir. No estamos siendo conscientes de que nosotros necesitamos acoplarnos a la naturaleza. Solo digo una cosa: la economía tampoco va, es absurda; tiene un concepto básico que es el crecimiento continuo. Nada en la naturaleza tiene un crecimiento continuo. No existe esto; llega a un clímax y cae. El planeta es finito, los recursos son finitos y la capacidad de carga es finita. No hay mucho más que entender…”



[6] Para los indígenas quechuas/ kichuas, las tres grandes faltas son la mentira, la pereza y el robo, a las que corresponden sus tres grandes principios: ama llulla (no ser mentiroso), ama quilla (no ser vago) y ama shua (no ser ladrón) (cf. Lourdes Marisol Alta Lima en Roberto A. Restrepo (comp.), Sabiduría, poder y comprensión. América se repiensa desde sus orígenes, Siglo del Hombre Eds., Bogotá 2002, p. 90). Y sin embargo, en el Siglo de la Gran Prueba esos tres altos principios no serán suficientes…


[4] George Monbiot, “Interstellar: película magnífica, idea descabellada”, en sin permiso, 16 de noviembre de 2014.
[5] En el seminario The idea of communism del Birbeck Institute, 2009.



[1] Emilio Santiago Muiño, ¡No es una estafa! Es una crisis –de civilización, Enclave de Libros, Madrid 2015, p. 233-234.
[2] Julia Evelyn Martínez, “Consumismo y revolución”, Rebelión, 22 de diciembre de 2015; http://rebelion.org/noticia.php?id=207078
[3] Pedro Prieto en comunicación personal (correo electrónico del 8 de noviembre de 2014). Antes, Pedro explicaba que “el problema es que las opciones políticas a determinados niveles, habitualmente se deciden consultando a los ‘expertos en política internacional’ (o similares definiciones de ‘relaciones internacionales’). Ugo confiesa haber tenido varias reuniones con ellos y cree que realmente viven en otro mundo y que eso es debido a que no pueden basarse en datos del mundo real. ¿Cómo podrían hacerlo? ¿Dónde podrían encontrar datos sobre lo que ya ha sido decidido -digamos- en las salas de la Casa Blanca o el Kremlin? Solo pueden apoyarse en los medios, que ya contienen los mensajes codificados de lo que los políticos del más alto nivel deciden sobre sus asuntos, que son los nuestros. Por tanto, estos ‘expertos’ tienden a confiar mucho más en la prensa que lo que hacemos nosotros. Y son fácilmente influidos por ella. En realidad no tienen ni idea sobre la producción de petróleo y los factores económicos de dicha producción. Es como el terrorífico juego de espejos de Orson Welles en La dama de Sanghai. Ugo ve que la originalidad del asunto es que la prensa es a su vez influenciada por los expertos a través del bucle con la clase política que confía en ellos. De esta forma se crea un bucle realimentado positivamente que crea el efecto de un pensamiento grupal…”


Jorge Riechmann. Peces fuera del agua. Ed. Baile del sol, 2016

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