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lunes, 24 de octubre de 2016

PECES FUERA DEL AGUA de JORGE RIECHMANN (II)



la política como desesperación

El ideólogo indio katarista Ramiro Reynaga (también llamado Wankar; uno de los fundadores, en 1978, del MITKA en Bolivia –Movimiento Indio Tupaj Katari) considera que “no conseguiremos liberarnos transitando caminos ajenos y la política es una actividad ajena a nuestra cultura. (…) La política funciona en base al individuo, en base al ego, a la ambición. (…) Por eso estoy cada vez más convencido de que el camino político no nos va a liberar”.[2]

Sin duda la política es una actividad desesperante, sisífica, muchas veces puro desgaste: un sinvivir. Y sin embargo no nos libraremos de ella: hay política hasta en las bandas de chimpancés, como bien nos enseñó Frans de Waal. Y desde luego la hay y la habrá en cada comunidad humana –mal que le pese al señor Wankar.


pero, pero…

Pero, pero, pero -todos estos eruditos, profesores, artistas, investigadores, escritores, intelectuales, científicos, expertos -¿no se dan cuenta de que ya no se trata de seguir expandiendo, desarrollando, añadiendo pisos al vasto edificio de la cultura? ¿Que no hay que seguir añadiendo retazos al extenso y sutil patchwork? ¿Que seguir haciendo eso equivale a tocar la lira mientras arde Roma? ¿Que nuestra tarea, ahora, es más tosca e imperiosa: esencialmente, tratar de evitar la caída en la barbarie?[1]


mirada distorsionada

Vemos fragmentos en vez de totalidades complejas; recursos, en lugar de seres con una vida por vivir; oportunidades de lucro en vez de redes de vínculos. Esta mirada distorsionada crea la cultura biocida con la que destruimos el mundo y nos autodestruimos. Urge, como decimos desde Ecologistas en Acción, cambiar las gafas para mirar el mundo.



[1] ¿Para qué sirve un excelente currículo académico en un mundo 4°C más caliente?, nos pregunta de forma pertinente Ferran Puig Vilar. Un fragmento de su discurso: “Los medios de comunicación mainstream son incapaces de llevar al público la severidad del problema climático (y energético, cabría añadir). Lo son estructuralmente, sistémicamente, de modo que no es cosa de esperar a que vayan cambiar en el futuro. (…) Hoy en día, el poder económico es, básicamente, el poder financiero. El poder financiero tiene una influencia decisiva en los contenidos de los medios, a tres niveles.
El primero, el estándar, el de más a corto plazo, es la contratación de publicidad en grandes cifras que, de ser retirada, podría suponer algo tan serio como la propia inviabilidad del medio o, como mínimo, su severa desestabilización. El segundo es la concesión, o no, de crédito a unas empresas que están financieramente agonizantes. El tercero es que los grupos mediáticos tienen a muchos bancos por accionistas. Y no sólo para controlar mejor el uso del crédito.
El producto central que el sistema financiero vende al mercado no es otra cosa que un futuro mejor. Vende expectativas de futuro. Sin ellas o no se otorgarían créditos, o no se podrían devolver los préstamos con intereses, que es donde reside su negocio. Ocurre en principio con casi todas las inversiones económicas: salvo excepciones, no se realizan si no se percibe un futuro próspero. Es una necesidad esencial del capitalismo. Pero en el caso del sistema financiero este hecho adquiere una importancia decisiva, y la banca (por citar solo un sector económico) no puede permitir que el futuro sea percibido como amenazante para ellos. Y desde luego lo sería si se detuviera el crecimiento económico por un menor uso de los combustibles fósiles, a pesar del imprescindible giro hacia las energías alternativas.
No hay mucha censura directa (aunque la hay), ni indicaciones explícitas (aunque las hay, siempre verbales). Lo que se provoca es la autocensura de los propios periodistas y meteorólogos, cuyos perfiles son a su vez elegidos por las empresas entre los más moderados. En definitiva, el sistema conspira para que el público no perciba el cambio climático como algo muy grave o severamente amenazante, y por tanto la presión popular resulta convenientemente acotada. En estas condiciones, el sistema no solo es una amenaza contra sí mismo, sino contra todos nosotros.
Hoy, los medios de comunicación no son otra cosa que instrumentos de propaganda de justificación del sistema, portadores de fe en las bondades y conveniencia del crecimiento del PIB, actual o futuro. Sea esta fe racional, o no lo sea. Esto lleva a que el negacionismo de baja intensidad, como acertadamente denominó Antonio Cerrillo a las presiones a las que está sometido el poder mediático, ejerza una influencia indudable, reconocible. Recordemos que el negacionismo no tiene como finalidad principal negar el cambio climático, aunque esto le sirva en ocasiones de manera instrumental para reducir la percepción de gravedad. Lo que pretende negar es su origen antropogénico, no vaya a ser que decidamos pedir responsabilidades a alguien. Su pretensión es retrasar las respuestas políticas y, por encima de todo, limitar y constreñir el espacio de respuestas posibles al fenómeno, ocultando de facto, por inconvenientes (para ellos a corto plazo), las que serían verdaderamente eficaces. Y es que cada día de retraso son muchos millones de dólares.
Así, de la misma forma que Warren Buffet afirma que la lucha de clases desde luego que existe, y que los ricos la van ganando por goleada, creo que es posible sostener que el negacionismo climático está triunfando, desde luego en sus objetivos centrales de paralización de la movilización ciudadana y de las necesarias acciones de política institucional al respecto. Los resultados a la vista están: los medios no hablan del cambio climático salvo ocasionalmente, y nada indica que el proceso político de la UNFCCC en curso vaya a tomar decisiones realmente efectivas para paliar el problema. En las pocas ocasiones en que los medios hablan de ello lo hacen, en el mejor de los casos, de una forma políticamente correcta, y siempre cosmética.
Otros actores de las sociedades democráticas se encuentran a su vez paralizados por el fenómeno y por el propio sistema. ¿Cuándo hemos oído hablar de cambio climático a Podemos, por ejemplo? ¿No estarán haciendo como Syriza que, como comentó el primer ministro griego Alexis Tsipras personalmente a Naomi Klein, alejó este asunto del discurso público tras la crisis de 2008?
Por si todo ello fuera poco, cabe añadir que la población no quiere saberlo. ¡Pero tiene que saberlo! Luego hay que decirlo más fuerte, y también mejor…” Ferran Puig Vilar, “Los deberes de Casandra”, entrada del 18 de marzo de 2015 en su blog Usted no se lo cree (http://ustednoselocree.com/2015/03/18/los-deberes-de-casandra-suplica-a-la-comunidad-cientifica-del-clima/ )




[2] Roberto A. Restrepo (comp.), Sabiduría, poder y comprensión. América se repiensa desde sus orígenes, Siglo del Hombre Eds., Bogotá 2002, p. 123.



Jorge Riechmann. Peces fuera del agua. Ed. Baile del sol, 2016

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