la política
como desesperación
El ideólogo indio katarista Ramiro Reynaga (también
llamado Wankar; uno de los fundadores, en 1978, del MITKA en Bolivia
–Movimiento Indio Tupaj Katari) considera que “no conseguiremos liberarnos
transitando caminos ajenos y la política es una actividad ajena a nuestra
cultura. (…) La política funciona en base al individuo, en base al ego, a la
ambición. (…) Por eso estoy cada vez más convencido de que el camino político
no nos va a liberar”.[2]
Sin duda la política es una actividad desesperante,
sisífica, muchas veces puro desgaste: un sinvivir. Y sin embargo no nos
libraremos de ella: hay política hasta en las bandas de chimpancés, como bien
nos enseñó Frans de Waal. Y desde luego la hay y la habrá en cada comunidad
humana –mal que le pese al señor Wankar.
pero, pero…
Pero, pero, pero -todos estos eruditos, profesores,
artistas, investigadores, escritores, intelectuales, científicos, expertos -¿no
se dan cuenta de que ya no se trata de seguir expandiendo, desarrollando,
añadiendo pisos al vasto edificio de la cultura? ¿Que no hay que seguir
añadiendo retazos al extenso y sutil patchwork?
¿Que seguir haciendo eso equivale a tocar la lira mientras arde Roma? ¿Que
nuestra tarea, ahora, es más tosca e imperiosa: esencialmente, tratar de evitar
la caída en la barbarie?[1]
mirada
distorsionada
Vemos
fragmentos en vez de totalidades complejas; recursos, en lugar de seres con una
vida por vivir; oportunidades de lucro en vez de redes de vínculos. Esta mirada
distorsionada crea la cultura biocida con la que destruimos el mundo y nos
autodestruimos. Urge, como decimos desde Ecologistas en Acción, cambiar las
gafas para mirar el mundo.
[1] ¿Para qué sirve un excelente currículo académico en un mundo 4°C
más caliente?, nos pregunta de forma
pertinente Ferran Puig Vilar. Un fragmento de su
discurso: “Los medios de comunicación mainstream son
incapaces de llevar al público la severidad del problema climático (y
energético, cabría añadir). Lo son estructuralmente, sistémicamente, de modo
que no es cosa de esperar a que vayan cambiar en el futuro. (…) Hoy en día,
el poder económico es, básicamente, el poder financiero. El poder financiero
tiene una influencia decisiva en los contenidos de los medios, a tres niveles.
El primero, el estándar, el de
más a corto plazo, es la contratación de publicidad en grandes cifras que, de
ser retirada, podría suponer algo tan serio como la propia inviabilidad del
medio o, como mínimo, su severa desestabilización. El segundo es la concesión,
o no, de crédito a unas empresas que están financieramente agonizantes. El
tercero es que los grupos mediáticos tienen a muchos bancos por accionistas. Y
no sólo para controlar mejor el uso del crédito.
El producto central que el
sistema financiero vende al mercado no es otra cosa que un futuro mejor. Vende expectativas de futuro. Sin ellas o no se otorgarían créditos,
o no se podrían devolver los préstamos con intereses, que es donde reside su
negocio. Ocurre en principio con casi todas las inversiones económicas: salvo
excepciones, no se realizan si no se percibe un futuro próspero. Es una
necesidad esencial del capitalismo. Pero en el caso del sistema financiero este
hecho adquiere una importancia decisiva, y la banca (por citar solo un sector
económico) no puede permitir que el futuro sea percibido como amenazante para
ellos. Y desde luego lo sería si se detuviera el crecimiento económico por un
menor uso de los combustibles fósiles, a pesar del imprescindible giro hacia
las energías alternativas.
No hay mucha censura directa
(aunque la hay), ni indicaciones explícitas (aunque las hay, siempre verbales).
Lo que se provoca es la autocensura de los propios periodistas y meteorólogos,
cuyos perfiles son a su vez elegidos por las empresas entre los más moderados. En definitiva, el sistema conspira para que el público no perciba el cambio
climático como algo muy grave o severamente amenazante, y por tanto la presión
popular resulta convenientemente acotada. En estas condiciones, el sistema no
solo es una amenaza contra sí mismo, sino contra todos nosotros.
Hoy, los medios de comunicación no
son otra cosa que instrumentos de propaganda de justificación del sistema,
portadores de fe en las bondades y conveniencia del crecimiento del PIB, actual
o futuro. Sea esta fe racional, o no lo sea. Esto lleva a que el negacionismo de baja intensidad, como acertadamente
denominó Antonio Cerrillo a las presiones a las que está sometido el poder
mediático, ejerza una influencia indudable, reconocible. Recordemos que el
negacionismo no tiene como finalidad principal negar el cambio climático,
aunque esto le sirva en ocasiones de manera instrumental para reducir la
percepción de gravedad. Lo que pretende negar es su origen antropogénico, no
vaya a ser que decidamos pedir responsabilidades a alguien. Su pretensión es
retrasar las respuestas políticas y, por encima de todo, limitar y constreñir
el espacio de respuestas posibles al fenómeno, ocultando de facto, por
inconvenientes (para ellos a corto plazo), las que serían verdaderamente
eficaces. Y es que cada día de retraso son muchos millones de dólares.
Así, de la misma forma que Warren
Buffet afirma que la lucha de clases desde luego que existe, y que los ricos la
van ganando por goleada, creo que es posible sostener que el negacionismo
climático está triunfando, desde luego en sus objetivos centrales de
paralización de la movilización ciudadana y de las necesarias acciones de
política institucional al respecto. Los resultados a la vista están: los medios
no hablan del cambio climático salvo ocasionalmente, y nada indica que el
proceso político de la UNFCCC en curso vaya a tomar decisiones realmente
efectivas para paliar el problema. En las pocas ocasiones en que los medios
hablan de ello lo hacen, en el mejor de los casos, de una forma políticamente correcta, y siempre
cosmética.
Otros actores de las sociedades
democráticas se encuentran a su vez paralizados por el fenómeno y por el propio
sistema. ¿Cuándo hemos oído hablar de cambio climático a Podemos, por ejemplo?
¿No estarán haciendo como Syriza que, como comentó el primer ministro griego
Alexis Tsipras personalmente a Naomi Klein, alejó este asunto del discurso
público tras la crisis de 2008?
Por si todo ello fuera poco, cabe
añadir que la población no quiere saberlo. ¡Pero tiene que saberlo! Luego hay
que decirlo más fuerte, y también mejor…” Ferran Puig Vilar, “Los deberes de
Casandra”, entrada del 18 de marzo de 2015 en su blog Usted no se lo cree (http://ustednoselocree.com/2015/03/18/los-deberes-de-casandra-suplica-a-la-comunidad-cientifica-del-clima/
)
[2] Roberto A. Restrepo
(comp.), Sabiduría, poder y comprensión.
América se repiensa desde sus orígenes, Siglo del Hombre Eds., Bogotá 2002,
p. 123.
Jorge Riechmann. Peces fuera del agua. Ed. Baile del sol, 2016
Jorge Riechmann. Peces fuera del agua. Ed. Baile del sol, 2016
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