tiempos
difíciles
En los malos tiempos, sólo salen adelante los más
brutales y los más cooperadores. Vienen tiempos malos: hay que hacer lo posible
y lo imposible por que nuestras sociedades se decanten hacia la segunda opción,
compartir y cooperar.
un paisaje
lamentable
Al fenomenal avance del poder del capital en esa
lamentable fase de la historia de la humanidad que llamamos neoliberalismo (y
que se extiende desde 1980 aproximadamente hasta nuestros días) le corresponde,
en el plano subjetivo, el avance de la codicia, el miedo, el egoísmo y el
narcisismo. El paisaje sociopsicológico que de ello resulta no es cosa grata de
ver… Se ha repetido muchas veces, en los últimos tres lustros, el dictum de Frederic Jameson: nos resulta
más fácil imaginar el fin del mundo que el final del capitalismo. Habría que
endurecerlo: en sociedades como la española, tácitamente, aceptamos antes el
ecocidio, el genocidio y el exterminio de nuestros seres queridos –comenzando
por los hijos y los nietos— que poner en cuestión el capitalismo. El brevísimo
poema de Antonio Orihuela LA CUENTA ATRÁS dice: “Auschwitz no es
historia,/ era premonición.”[1]
tres tipos
El novelista Eugenio Fuentes, reflexionando sobre el acoso escolar
-ahora intensificado a través de las "redes sociales" telemáticas-,
escribe: "En el fondo, sólo hay dos tipos de personas: las que sienten una
indomable inclinación hacia el poder y el dominio, y las que sólo aspiran a que
las dejen en paz".[2]
Es una de esas frases que uno se queda releyendo una y otra vez, atónito...
Bien, si se pudiera aceptar esto como un diagnóstico sobre los tipos humanos
que prevalecen en una sociedad como la española, en el tercer lustro del siglo
XXI, ello nos pondría sobre la pista de la enorme degradación sufrida en los
decenios últimos --sin que la mayoría social la reconociera como tal. Aparte de
la voluntad de dominación y del privatismo pasivo ¿no hay nada? ¿No se da otro
tipo de personas: los que prefieren cooperar a dominar, y quieren construir una
sociedad justa más bien que lograr "que los dejen en paz"? Debería
saltar a la vista, por ejemplo, que sin que prevalezca ese tercer tipo humano
-más allá de los aspirantes a caudillos y de la "mayoría silenciosa"
de Mariano Rajoy-, hablar de democracia es un mal chiste. Pero puede concederse
al señor Fuentes que, en efecto, los defensores activos de la cooperación y la
igualdad son en nuestra sociedad una pequeña minoría frente a los dos tipos de
personas que él identifica. Y así nos va…
tratar al
público como a chavales de catorce años
Hay algo profundamente pueril en las fantasías de
omnipotencia en las que nos regodeamos, colectivamente, los habitantes de las
sociedades industrializadas.[3] La
fantasía infantil de movilidad absoluta e instantánea (la alfombra o la escoba
voladora, el deseo que instantáneamente nos transporta a otro lugar o tiempo)
la persiguen el fabricante de automóviles y el planificador del transporte. La
fantasía infantil de la inmortalidad, de la juventud perfecta, de la curación
instantánea, la persiguen por igual el personal sanitario, la industria
cosmética y los ingenieros genéticos. La fantasía infantil de la abundancia
inagotable y eterna (Jauja, Cornucopia) está escrita en los estandartes de la
sociedad de consumo.
Leí en una entrevista con Chicho Ibáñez Serrador, el
popular realizador televisivo, una cosa que me impresionó bastante. (Lo
impresionante no era el contenido de su afirmación, sino el momento de
sinceridad: se estaba diciendo lo que no debía decirse. Se hacía pública una de
las verdades centrales de nuestra sociedad, verdad que --para que no se
conmuevan los cimientos de la dominación-- no puede admitirse que lo sea.)
Ibáñez Serrador dijo que, en su trabajo --crear televisión--, él tenía que suponer que se dirigía a
chavales de trece o catorce años de edad; tenía que tratar a todo su
público como a niños y nunca como a adultos.
Enorme es la presión para que no lleguemos nunca a ser
adultos, o al menos nos comportemos como niños en los asuntos que nos atañen a
todos. (Y con demasiada frecuencia nos plegamos fácilmente a esa presión,
abdicamos de nuestra responsabilidad, esquivamos el comprometernos con nuestras
propias vidas.) Asistimos a la destrucción del uso público de la razón. Paul
Valéry afirmó en cierta ocasión que la política era el arte de mantener a la
gente apartada de los asuntos que verdaderamente les concernían: tal es la
definición de política que hoy se pone cotidianamente en práctica, a veces
cínicamente, a veces ni eso.
“Es verdad que las gentes de hoy en día no creen en la
posibilidad de una sociedad autogobernada y esto hace que una tal sociedad sea,
hoy, imposible. No creen porque no quieren creer, y no lo quieren creer porque
no lo creen. Pero si en alguna ocasión empiezan a quererlo, entonces lo creerán
y podrán.”[4]
Quien dice: “los seres humanos son como son, y por ser
así su naturaleza nunca se podrá construir con ellos un orden social distinto”,
es el mismo que tiene en sus manos el poder (los resortes de socialización, los
recursos económicos, los medios de formación de masas, etc) para hacer que los
seres humanos sean “como son” --y no distintos.
Quien afirma que no hay alternativas es el mismo que
tiene el poder para destruirlas. (Aquel dibujo de no sé qué humorista gráfico.
Una voz desde lo alto sentencia: “No estáis preparados para la democracia”. El
hombrecillo pregunta: “¿Cómo lo saben?” La voz: “Porque hemos consagrado a ello
lo mejor de nuestros esfuerzos”.)
autoconstrucción
y akrasía
Mientras no logremos ver la interminable diarrea mediática
–todo lo que va de la prensa amarilla a la salsa rosa, pasando por las
televisiones digitales de ultraderecha— como una agresión y una forma de
autoagresión,[5] las
vías al cambios social emancipatorio van a seguir muy bloqueadas… ¿Prohibir la
publicidad, la prensa amarilla y los programas televisivos “del corazón” sería
autoritarismo? No en mayor medida que cuando nos prohibimos a nosotros mismos
fumar o consumir pornografía. El problema es quién prohíbe: parece claro que semejante autolimitación sólo sería
aceptable como ejercicio de autonomía colectiva. La cuestión es encontrar
colectivamente la fuerza necesaria para tomar democráticamente esa clase de
decisión. Ay, los problemas de la akrasía
–que ya identificaron antiguos griegos y que siguen con nosotros…
[5] La tortura por inmersión de la cabeza en una bañera llena de agua
y excrementos... Pero cuando nos meten y metemos la cabeza en la papilla
mediática nuestra de cada día ¿se trata de algo muy diferente –si excluimos el
factor de servidumbre voluntaria, claro está?
[3] Recupero aquí un
fragmento de mi texto inicial en Jorge Riechmann (coord.), Necesitar, desear, vivir, Catarata, Madrid 1998, p. 35-36.
[4] Cornelius Castoriadis: “Una
sociedad a la deriva” (entrevista). Archipiélago
17, Madrid 1994, p. 109.
Jorge Riechmann. Peces fuera del agua. Ed. Baile del sol, 2016
pintura de Cirilo Martínez Novillo
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