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martes, 25 de octubre de 2016

PECES FUERA DEL AGUA de JORGE RIECHMANN (III)



contar cuentos

El viejo dar vueltas a la “ética de la responsabilidad” frente a la “ética de la convicción”, les mains sales… Pero por favor, señor catedrático de teoría política, si ya le han cortado una mano de ésas que pretendía usted ensuciarse, y van ahora a por la segunda…

Tendríamos que comenzar nuestras clases de teoría o filosofía política diciendo: hoy vamos a contar el cuento de la soberanía popular. Hoy, el de los derechos humanos. Hoy, el de la democracia representativa…

la democracia cuesta demasiadas tardes libres,
diríamos parafraseando a Oscar Wilde

Es una perfecta ilusión pensar que la “democracia liberal” –en rigor, poliarquías más o menos oligárquicas— tenga algo que ver con la democracia, porque ésta no es votar una vez cada cuatro o cinco años, sino participar en asambleas muchas tardes de cada mes. No se puede ser demócrata sin militancia cotidiana: la condición humana –y nuestra torturada relación con la jerarquía, la dominación y la igualdad— no da para mucho más.[1]

existe un antagonismo de fondo
entre capitalismo y democracia

El desarrollo sin trabas del primero lleva al desmedro de la segunda, y viceversa. La esencia del capitalismo es la acumulación de capital a través de la mercantilización generalizada; la esencia de la democracia consiste en autogobierno y autonomía colectiva (que cada uno y cada una participe en la elaboración de normas y en la toma de decisiones que le afectan). A más democracia, menos capitalismo, a más capitalismo, menos democracia.

El mismo Friedrich Hayek constataba la existencia de este antagonismo de fondo entre capitalismo y democracia:[2] sólo que él, con desenfado y donosura, optaba por el capitalismo.


modernidad líquida

Ironizaba Ernst Bloch sobre cómo la gran esperanza del individuo de su tiempo –el tiempo del capitalismo fordista— estaría en la gran corona de flores que enviaría la empresa donde había trabajado en vida… Hoy la sonrisa se nos hiela en los labios.[3] ¿Ubi sunt las empresas de aquel capitalismo estable y paternalista que aseguraba una larga, ordenada carrera profesional a sus trabajadores, y enviaba una gran corona al sepelio? Y sin embargo, se trata del tiempo de nuestros padres –apenas una generación atrás.

(Mais où sont les neiges d'antan?, en los tiempos del calentamiento climático, se nos ha convertido en una pregunta siniestra.)


¿maduraremos?

“Creer en patrias, y a mi edad, sería trágico”, reza un desplante del escritor y crítico literario –de 75 años-- Juan Antonio Masoliver Ródenas.[4] Trágico resultaría, en efecto, creer en patrias, en clubes de fútbol, en dioses personales barbudos y benevolentes, en la felicidad que proporciona la cocacola, en la salvación económica a través del IBEX y en la redención antropológica a través de la tecnociencia. Trágico, entonces, creer en lo que cree el 99% de nuestras conciudadanas y conciudadanos… ¿Maduraremos alguna vez?

                                       “ecofatiga”

Esa reacción de hastío y desdén frente al movimiento ecologista con la que topa uno tantas veces: “Ya sabemos que nos estamos cargando el planeta, no nos lo repitáis más…” Dejadnos disfrutar de nuestro sueño amniótico, no perturbéis nuestro querido autoengaño, y mirad que a menudo ni siquiera necesitamos autoengañarnos: ya sabemos que somos asesinos y suicidas, de veras que no queremos ser otra cosa…[5]


tres cuartas partes

Tres cuartas partes de la vida social, en casi todas partes, son jerarquía y mentira… Las relaciones de poder como dominación, y la “mentira social” (Kenneth Rexroth), campan por sus respetos. Las revoluciones constituyen intentos por reducir un poco ese porcentaje tremendo.[6]


democracia no sólo formal

La democracia no es un mecanismo formal (no son las elecciones para seleccionar a los miembros de una casta de gobernantes): es autogobierno, y es una forma de vida. Filosofía crítica, racionalidad científica, acogida del otro, proyecto de autonomía: todo eso va junto con la democracia. Sin virtud cívica en los ciudadanos y ciudadanas libres, no tendremos democracia.[7]


¿y qué haría falta para arreglar España?

En realidad poca cosa: que no hubiera tenido lugar la sublevación clerical-fascista en el verano de 1936, o en su defecto que la guerra civil la hubiera ganado la República; y que las raíces sánscritas/ hinduistas/ budistas del krausismo hubieran penetrado un poco más hondo en el alocado macetero de la conciencia nacional, aliándose allí con micorrizas de naturismo anarquista… Poca cosa, como se ve.

el otro uno por ciento

Hay que seguir defendiendo el uno por ciento. El uno por ciento de comportamiento racional en la conducta humana, el uno por ciento de la poesía en la suma de lo que lee la gente, el uno por ciento de las ideas igualitarias y ecologistas entre la masa de creencias políticas del personal... Hay que seguir defendiendo el uno por ciento, sin amargura y sin desmayo.





[6] ¿Qué es la Mentira Social –con mayúsculas— para Kenneth Rexroth? “Max Weber señaló hace mucho tiempo que el uso de una ideología trascendental para justificar las traiciones y los compromisos de la política y la economía es la mentira fundamental de la sociedad”, escribe en su magnífico ensayo “El jasidismo de Martin Buber”.

[7] Sostenía Albert Einstein que “lo que distingue una república verdadera no es sólo la forma de gobierno, sino los sentimientos profundamente arraigados de igualdad jurídica para todos y el respeto para todos los individuos” (de una declaración publicada en el día de su sexagésimo cumpleaños en Science; ahora en en Albert Einstein: el libro definitivo de citas, Plataforma Editorial, Barcelona 2014, p. 301).


[4] En El País, 16 de enero de 2015.

[5] Escribía yo: Acerca de las cuestiones ecológicas y ambientales, parece cundir el cansancio y un desengañado hastío entre la población –se habla de “ecofatiga”, lo que se manifiesta por ejemplo en la vigencia del estereotipo cultural del “ecologista coñazo” --, asunto que no deja de tener su punta de paradoja, pues la cultura que prevalece –la que se traduce en prácticas no discursivas-- es abrumadoramente productivista. Sin duda esto tiene que ver con la generalizada banalización y mediatización de lo ecológico en una cultura donde las prácticas del marketing tienden a invadirlo todo, de manera que también los discursos de sostenibilidad –por lo demás, como hemos visto, a menudo divorciados de las prácticas-- tienden a traducirse –muy reductivamente-- a marketing verde. (Jorge Riechmann, Autoconstrucción, Libros de la Catarata, Madrid 2015, p. 116)

[3] No puedo aquí dejar de recordar el final del ensayo de Jordi Maiso sobre Pasolini: “La conciencia que Pasolini articula, y que para nosotros es irrenunciable, es que ya no cabe esperar nada del desarrollo de la sociedad capitalista: nada que no sea destructivo. Pero las experiencias de resistencia en las que él aún pudo apoyarse no son para nosotros ya nada más que ruinas: la ausencia de un afuera es hoy un hecho difícilmente contestable. Desde Dubai a Detroit, desde Hong Kong a las banlieues parisinas, el capitalismo está a solas consigo mismo. Hoy, sin embargo, pocos pueden creer ya que la sociedad de la mercancía pueda traer bienestar para todos. Consignas como sostenibilidad revelan que no son ya accidentes, guerras o catástrofes naturales las que amenazan la vida sobre este planeta: sino el mero business as usual del capitalismo planetario. La capacidad del sistema de integrar a capas de población cada vez más grandes en el trabajo asalariado disminuye a ojos vista –y sin embargo no se tolera ninguna forma de supervivencia al margen de las relaciones monetarias. De ahí que nuestra nostalgia no se dirija tanto a tradiciones populares y plebeyas que apenas hemos conocido, sino al horizonte de vida que permitían los milagros económicos de posguerra, el horizonte del capitalismo keynesiano: derechos sociales, pleno empleo y consumo de masas. Ese pasado gris que, en su versión italiana de los años 60 y 70 fuera blanco de las más duras críticas de Pasolini, se nos aparece hoy como una arcadia perdida. Ante el recrudecimiento de las relaciones sociales, el sueño de la mayoría hoy es precisamente el ‘no quedarse fuera’ de una modernización que hoy se agota y se encoge, y se revela cada vez más demoledora. De hecho el mayor miedo hoy es quedarse fuera del sistema del trabajo y el consumo y el mayor deseo seguir formando parte de ese universo cuyo carácter destructivo Pasolini captara de forma tan incisiva.
Con esto no quisiera hacer una denuncia abstracta, ni tampoco hacer las alabanzas de una nueva frugalidad, sino plantear una reflexión sobre nuestra situación, sobre lo que hace hoy a Pasolini tan necesario y al mismo tiempo nos distancia inevitablemente de él. Nuestra situación es aún más asfixiante, y si Pier Paolo Pasolini era consciente de que con cada reconocimiento de la derrota se adaptaba a la degradación y aceptaba lo inaceptable, nosotros no podemos serlo menos. Lo que nos ha legado es en este sentido su duelo por las posibilidades perdidas, la conciencia articulada y aguda de una derrota histórica que no por ello desemboca en la resignación ni en la autocomplacencia. Este legado no puede sino estar a la base de la conciencia crítica del presente. Porque si algo nos queda de Pasolini es su herida: una herida que puede expresarse y articularse en la escritura y en el cine, pero que solo puede cerrarse en la realidad social e histórica. Mientras eso no pase, conmemorar a Pier Paolo Pasolini consiste en velar porque esa herida no deje de hacer daño.” Jordi Maiso, “La herida Pasolini”, revista Fakta –Teoría del arte y crítica cultural, 18 de diciembre de 2015; http://www.revistafakta.com/

[2] F. von Hayek, Nuevos estudios de filosofía, política, economía e historia de las ideas, Unión Editorial, Madrid 2007 (original publicado en 1978), p. 141-142. Se hallará un estudio pormenorizado de las doctrinas sociopolíticas de Hayek en Jorge Vergara Estévez: Mercado y sociedad –La utopía política de Friedrich Hayek, UNIMINUTO/ CLACSO, Bogotá 2015. Véase también Fernando Arribas, La evasiva neoliberal. El pensamiento social y político de Friedrich A. Hayek, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid 2002.


[1] “Toda apología actual de la democracia será pura demagogia mientras subsistan, como apunta Edward Said, estos tres elementos, que condicionan por completo y falsean las elecciones. Los comicios dependen de: 1) los mayores contribuyentes; 2) los medios informativos, que están vitalmente interesados en mantener el sistema; y 3) el sector empresarial en su conjunto.” Antonio Martínez Sarrión, Escaramuzas (Dietario III, 2000-2010), Alfaguara, Madrid 2011, p. 24.


Jorge Riechmann. Peces fuera del agua. Ed. Baile del sol, 2016

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