Trabajó de encaladora toda su vida.
Vivía en un palacio
o en la idea de lo que puede ser un palacio
para alguien de ochenta y un años,
natural de Paymogo
y vecina de Alosno,
2.500 habitantes en plena depresión
económica
tras el cierre de las minas
en el Andévalo occidental,
una de las zonas más inhóspitas
de la provincia de Huelva.
Su casa tenía tres habitaciones de techos bajos,
su madre había muerto en una de ellas
sobre una cama plegable de esas que se hacen un tres
y donde duelen los huesos solo con verla.
En el corral, hace diez años,
su marido construyó un cuarto de baño.
Pocas cosas más
y tres fotos de ellos, juntos,
una de 1953,
otra de 1971
y otra de principios de los ochenta.
Desde que él se fue, hace año y medio,
cuenta los días para atrás,
pero se mantiene alegre
debajo de tanto trapo negro
y huele a limón,
no a vieja,
esta mujer que, sin conocerme,
me dio agua
y me regaló
una tarde
de las pocas
que ya le quedaban.
Antonio Orihuela. Esperar Sentado. 2ª Edición (ampliada). Ed. Ruleta Rusa, 2017
Fotografía de Ramon Masat
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