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miércoles, 19 de abril de 2017

¿Aspirar a lo imposible para lograr lo posible?



Se puede barruntar que, en Savater y otros autores, son las dificultades para ser moral (del tipo de las que analizaremos con cierto detenimiento en el siguiente capítulo) las que desde un segundo plano conducen a acotar de forma restrictiva (y en mi opinión arbitrariamente) la comunidad moral. Estos autores dirían algo así: ya ven ustedes lo complicado que nos resulta tratar éticamente al prójimo humano, no sobrecarguemos todavía más nuestros limitados recursos morales introduciendo a demasiada gente en el club. No desperdiciemos la escasa energía moral de que disponemos en cuestiones quizá secundarias…

Pero si implícitamente se razona de esta forma, lo honesto sería poner la dificultad sobre la mesa de forma directa, en vez de tratar de hacer pasar por buena una idea de la ética –“el reconocimiento de lo humano por lo humano”— a mi entender poco convincente. Y por mi parte, reconociendo el gran peso que hay que atribuir a esa dificultad para ser moral en nuestras consideraciones éticas, argüiría dos cosas. En primer lugar, la dificultad se refiere al paso de una “moral de proximidad” a una “moral de larga distancia” (el salto de la barrera de especie sería sólo una dificultad añadida): pero la forma de hacer frente a la dificultad no puede consistir en renunciar a cualquier ética universalista, concentrando nuestros limitados recursos morales sólo en el trato ético con los miembros de nuestro grupo primario y círculos más cercanos…[1] (Volveremos sobre esta cuestión en el capítulo siguiente.)

En segundo lugar, quizá haya que tomar en serio estrategias político- morales del tipo del tipo aspirar a lo imposible para lograr lo posible (recomendación que en su tiempo nos hicieron tanto Max Weber como Karl Liebknecht)[2]. Probablemente deberíamos considerar la ética de un filósofo moral de la talla de Emmanuel Lévinas como una propuesta de esta clase[3]: pensemos en su más que exigente noción de responsabilidad infinita… Por cierto que también aquí apreciamos peligros (nutrir un superyó feroz que neurotice severamente al agente moral; alimentar construcciones utópicas que nos lleven a descuidar los deberes morales más cotidianos y evidentes), pero reconocerlos e identificarlos no sería en mi opinión razón suficiente para ocluir esta vía. ¿“Deber implica poder” siempre y en todos los casos? ¿O más bien hay que recordar aquella “definición de la dialéctica mejor que la de Mao” que sugería Jorge Semprún, la frase de Scott Fitzgerald que dice: “deberíamos saber que las cosas que no tienen remedio hemos de estar decididos a cambiarlas”[4]?

La política –nos recuerda Ignacio Sánchez-Cuenca—“es el arte de lo posible; lo posible, sin embargo, suele quedar muy por debajo de los imperativos de la moral”. Otra forma de ver las cosas sería: ser humanos –nuestra tarea ético-política— es el arte de lo necesario imposible[5].

En efecto, no podemos confiar en una benevolencia altruista que esté ampliamente difundida entre el género humano (esas disposiciones existen, claro está, pero no muchas personas llegan a actualizarlas de manera cabal). Pero tampoco cabe esperar mucho de la racionalidad egoísta que trata de perseguir de forma ordenada y coherente los intereses individuales (aislada o agregadamente)… Ésa es una terrible lección del siglo XX, sobre la que Primo Levi nos llamó la atención:



“Nunca he tenido fe en el instinto moral de la humanidad, en el hombre bueno naturaliter; pero sí creía que la historia podía interpretarse en función de la utilidad. Sin embargo, quienquiera que considere la historia del ayer [el nazismo y la Shoah] no puede sino quedarse perplejo ante la masacre que es un fin en sí misma, al margen de cualquier ventaja privada o colectiva, y que procede solamente de un odio de naturaleza zoológica y, por tanto, biológico, impuesto, inculcado, alimentado, alabado como tal.” [6]

Se puede extraer una lección análoga de las últimas décadas del siglo XX y el primer decenio del siglo XXI. Las clases trabajadoras occidentales, tanto en Europa como en EEUU, se dejaron arrastrar al siniestro mundo del capitalismo neoliberal/ neoconservador oponiendo poquísima resistencia, y ello en contra de sus intereses bien entendidos… Una racionalidad egoísta lúcida hubiera apuntado a la amplia difusión del anticapitalismo entre los asalariados y asalariadas: no hubo tal.

Nuestra lucha no puede desentenderse de la racionalidad (la frágil racionalidad humana); pero no puede dejar de aspirar a lo necesario imposible.[7]





[1] Con prudencia, el profesor mexicano Jorge Enrique Linares aboga por un enfoque gradualista y pragmático, pero ello no le lleva a deformar las cuestiones de fondo: “La ética de la ‘liberación animal’, en la formulación de Singer, se asemeja al modelo bergsoniano de la moral de la ‘aspiración’, de inspiración más bien religiosa, y que se centra en individuos de singular virtud (el héroe, el sabio o el santo, como los caracterizaba Scheler) capaces de ‘arrastrar’ con su ejemplo vivo a los demás hacia una moralidad del amor universal, que –en este caso– que no se reduce a la humanidad, sino que se extiende a otros seres vivos. (…) Una ética ‘zoocentrista’ podría conducirnos a aporías por motivos más pragmáticos que teóricos. Los argumentos zoocentristas (como los de Singer) sobre la consideración igualitaria de los intereses de otros animales sintientes, la eliminación de toda forma de violencia contra los animales y la preconización del vegetarianismo son objetivos congruentes de esa expansión moral, posible y necesaria; pero también son objetivos incapaces de arraigar y de obtener consenso en lo inmediato dentro de una cultura de una larga tradición antropocéntrica y especeísta, pues parecen más bien recomendar una serie de máximos o modelos de virtud superior, y no sentar las bases de valores mínimos que pueden ser aceptados por todos los agentes humanos en acuerdos políticos de orden local y global…” (Jorge Enrique Linares, “La expansión de la responsabilidad humana ante la naturaleza”, op. cit.)
[2] “Es verdad que una política eficaz es siempre un ‘arte de lo posible’. Pero no es menos verdad que, a menudo, lo posible sólo puede alcanzarse yendo más allá, para alcanzar lo imposible.” Max Weber, “El sentido de la ‘libertad de valoración’ en las ciencias sociológicas y económicas”, en Sobre la teoría de las ciencias sociales, Planeta-Agostini, Barcelona 1985, p. 139.
[3] Una sugerente introducción en Hilary Putnam, La filosofía judía: una guía para la vida, Alpha Decay, Barcelona 2011.
[4] Jorge Semprún, “La amnesia de la Transición no puede ser eterna”, entrevista por Peio H. Riaño en Público, 23 de noviembre de 2010. El problema con este enfoque es que, en general, parece que los seres humanos nos “disociamos” activamente de los problemas insolubles… “Cualquier activista de barrio sabe que si quieres que la gente responda frente a algo, tienes que decirles qué hacer, y lograr que parezca factible. Jon Krosnick, psicólogo de la Universidad de Stanford, ha estudiado esto, y mostró que la gente deja de prestar atención al cambio climático cuando se dan cuenta de que no hay una solución fácil. La gente sólo se toma en serio los problemas ante los cuales cabe actuar.” (Kari Norgaard, “The psychology of climate change denial”, publicado en Wired, 9 de diciembre de 2009; puede consultarse en http://www.wired.com/wiredscience/2009/12/climate-psychology/
[5] Remito aquí a mi breve ensayo “Soportar la tensión de lo necesario imposible”, en Resistencia de materiales, Montesinos, Barcelona 2006, p. 211-214.
[6] Primo Levi: Vivir para contar. Escribir después de Auschwitz (Diario Público, Madrid 2011), p. 145. Otra reflexión en el mismo sentido: “Fascistas y nazis han demostrado para todos los siglos por venir que yacen latentes en el hombre, después de milenios de vida civil, insospechadas reservas de crueldad y locura. (…) Sólo como locura de unos pocos, y necio y vil consenso de muchos, pueden interpretarse los acontecimientos de Auschwitz. (…) Es imprudente edificar previsiones sobre la razón” (op. cit., p. 32, 35 y 36).
[7] Aquí hay toda una reflexión sobre la cuestión de la “santidad” o lo “moralmente supererogatorio” donde necesitamos profundizar… Si la “utilidad” de la que hablaba Primo Levi (la racionalidad egoísta) es alicorta ¿nos volvemos hacia Emmanuel Lévinas?




Jorge Riechmann. Interdependientes y ecodependientes. Ensayos desde la ética ecológica (y hacia ella). Ed. Proteus. 2012. Y también en Ética Intramuros. Universidad Autónoma de Madríd, 2017

1 comentario:

  1. Verdaderamente he podido comprobar esta semana santa, la necesidad que tenemos de disocionarnos de lo imposible, de lo aparentemente irresoluble aunque necesitado de cambio y entragarnos a la "vanatio" (léase indolencia, necesidad de vanalidad).

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