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jueves, 20 de abril de 2017

Un cerdo en Papantla



En Papantla, un hermoso pueblecito de México, me despiertan a las seis de la mañana los gritos desgarradores de un cerdo al que van a degollar en una pequeña carnicería adyacente a pensión donde duermo. No puedo dejar de pensar en una distinción que me va pareciendo cada vez más importante, a medida que pasan los años: me refiero a la que se da entre lo que cabe llamar una ética de proximidad, o más precisamente una moral de proximidad[1] (que resulta natural y “fácil” para el ser humano) y una moral de larga distancia (que nos plantea por el contrario, desde hace siglos, un enorme desafío).

El cerdito degollado por el carnicero en Papantla no forma parte de la comunidad moral local: no le asiste la protección de las normas morales vigentes. Si un prójimo/ próximo, vecino humano y miembro de la comunidad de Papantla, hubiera emitido esos gritos terribles en medio de la noche, sin duda hubiera recibido ayuda de los prójimos/ próximos que estuvieran por los alrededores. Pero el cerdito no pertenecía al “nosotros” sociológico-moral. Y ésta resulta una distinción clave, como veremos más abajo: el “nosotros” (sociológico-moral) frente a “los otros”.





[1] Como ya se vio, según cierto esclarecimiento conceptual la moral remite a valores interiorizados, hábitos arraigados, comportamiento automatizado; la ética a procesos de deliberación, reflexión racional, autocuestionamiento crítico. La distinción terminológica resulta importante porque esta segunda clase de procesos son comparativamente escasos.





Jorge Riechmann. Interdependientes y ecodependientes. Ensayos desde la ética ecológica (y hacia ella). Ed. Proteus. 2012. Y también en Ética Intramuros. Universidad Autónoma de Madríd, 2017

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