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sábado, 1 de julio de 2017

2 fragmentos de EN DEFENSA DE LOS ANIMALES de JORGE RIECHMANN



En el Antropoceno, temor y temblor

Estamos en el Antropoceno, de acuerdo: pero interferencia humana no significa control. Interferimos en casi todo en la naturaleza, no controlamos casi nada (¡pensemos en el calentamiento global!). Para empezar, ni siquiera somos capaces de controlarnos a nosotros mismos...

Desde 1972 (The Limits to Growth) la razón decía: vais a chocar brutalmente contra la termodinámica y la ecología, ralentizad. Y medio siglo después, chocamos brutalmente contra la termodinámica y la ecología. El “desarrollo” salió mal: es un producto de la Gran Aceleración y de la Guerra Fría que nació malformado... Sólo el hecho de tener que adjetivarlo (“desarrollo sostenible”, “desarrollo humano”, “desarrollo inclusivo”, etc.) ya lo muestra.

Al borde mismo del colapso ecológico-social, el sentido común dominante sigue pavoneándose de “nuestro éxito como especie” y alimentando nuestra desbocada tecnolatría. Tenemos un problema masivo de hybris del aprendiz de brujo. Necesitaríamos una “ecología de la mente”, como reclamaba el sabio Gregory Bateson: una ecosofía -de la que colectivamente parecemos incapaces...

La idea de dominación humana sobre la naturaleza tiene algo de irrisorio. El simio averiado que somos ¿dominador de la naturaleza? Fantasías nietzscheanas de Übermensch, que serían cómicas si no estuviésemos fraguando una verdadera catástrofe. Pero esa interferencia masiva del Antropoceno es muy real. Los poderes del desatinado aprendiz de brujo son reales. De ahí nuestras responsabilidades especiales -no somos animales como los demás... Deberíamos sentir miedo (temor y temblor) ante lo que somos capaces de hacer.

Es cierto que, en un mundo de recursos limitados, no todas las exigencias morales (o todos los ideales culturales) pueden satisfacerse. Pero la respuesta adecuada a esta circunstancia no puede consistir en borrar las exigencias morales… Debemos trabajar más bien para (A) reconocer el carácter trágico de muchos de los dilemas a que nos enfrentamos; (B) seguir aspirando a la metanoia de lo humano que es nuestro horizonte ético-político desde la “Era Axial”; (C) no deponer nuestras aspiraciones a una ética universalista de la compasión; y (D) ordenar con rigor nuestras prioridades, sin eliminar a ningún agente ni paciente moral del círculo de nuestra atención y cuidado.

La condición humana es endiablada. No tenemos otra opción decente que la lucidez y la compasión.


El uso adecuado de la ciencia y la técnica no es dominar la naturaleza, sino vivir en ella

“En un sentido último” –escribe Teresa Moure- “las personas apenas tienen otra cosa que su cuerpo y su tiempo”.[1] Es verdad, somos cuerpos que viven a través de su tiempo vital; pero ¡no sólo les pasa eso a las personas! También a los bebés y a los animales no humanos.

Me escribía un activista (en un correo electrónico): “Las personas fueron creadas para amarlas y las cosas para utilizarlas. El caos de nuestro mundo es debido a que amamos las cosas y utilizamos a las personas”... Pero esa bipartición personas/ cosas ¿no deja fuera demasiado? Los animales no humanos no son ni personas ni cosas (ni tampoco los bebés por ejemplo, si nos ponemos rigurosos)...

Desprendernos del antropocentrismo aguza la mirada. Por ejemplo: si se da rienda suelta al capitalismo y la tecnociencia hacia la “poshumanidad” ¿qué harán con los seres humanos? La respuesta es sencilla y al mismo tiempo terrible: probablemente harán algo análogo a lo que ya han hecho con los animales no humanos en los sistemas de ganadería industrial.[2]

Como dice el chiste, hemos descubierto que los extraterrestres han llegado a nuestro planeta… y somos nosotros.

“El uso adecuado de la ciencia no es dominar la naturaleza, sino vivir en ella” -dijo Barry Commoner en 1970, en su famosa alocución televisada por la CBS el 22 de abril, el Día de la Tierra. Ah, si pudiéramos superar el narcisismo de especie y la pulsión de dominio...

El capitalismo se basa en el resorte básico de comprar barato y vender caro, a todos los niveles. Por eso, no puede funcionar sin generar costes externos masivos y dejar toda clase de “facturas sin pagar” (por ejemplo, intentando pagar la fuerza de trabajo sólo al coste de su reposición; o usando recursos naturales que sólo se valoran al coste de extracción; o tratando a seres vivos sensibles e inteligentes como mera materia prima industrial). Basta reparar en esta dinámica para poner entre paréntesis todos los supuestos progresos que realizamos bajo el capitalismo.

Pero estos daños y costes externos no desaparecen sino que se van acumulando, y las facturas acaban volviendo sobre la mesa: hoy lo hacen bajo la forma extrema de colapso ecológico-social.

Conciencia – la posibilidad de una lumbrecita, una frágil candela que se enciende en medio de las tormentas, los quebrantos y las oscuridades de la condición humana. Es una posibilidad preciosa: frente a los imaginarios y las prácticas de dominación, imaginarios y prácticas de cooperación, biofilia y simbiosis; si hay que decirlo en una sola palabra, amor. Nutramos esa posibilidad, cuidémosla, respetémosla.

¿Intentamos dejar de comportarnos como extraterrestres en el tercer planeta del Sistema Solar? ¿Intentamos ser, en vez de los verdugos de nuestros hermanos menores no humanos, sus guardianes compasivos?

Madrid, Navidades de 2016-2017





[1] Teresa Moure, “Decrecimiento (también) para marxistas”, prólogo a Manuel Casal Lodeiro, La izquierda ante el colapso de la civilización industrial, La Oveja Roja, Madrid 2016, p. 12.
[2] Reconocer esto es un acierto de Yuval Noah Harari en un libro en otros aspectos muy discutible, Homo deus (Debate, Barcelona 2016).


Jorge Riechmann. En defensa de los animales. Ed. Catarata, 2017

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