Según la
concepción jaina, el peor delito que uno puede cometer es el de matar o herir a
un ser vivo: himsa, “el intento de
matar” (de la raíz verbal han,
“matar”). Ahimsa, “no dañar”, en el
sentido de no hacer mal a ninguna criatura, es en consecuencia la primordial
regla jaina de la virtud. Este bien definido principio se basa en la creencia
de que todas las mónadas vitales son fundamentalmente hermanas, y al decir
“todas” queremos decir no sólo seres humanos sino también animales y plantas, y
hasta moléculas o átomos de materia que habitan en ellos. Si uno mata a uno de
estos prójimos, aun accidentalemente, este hecho oscurece el cristal de la
mónada vital con un tinte intensísimo. Por ello los animales de rapiña, que se
alimentan de las criaturas a las que han dado muerte, están siempre infectado
de lesyas [colores correspondientes
al carácter moral del acto realizado] de tonos muy oscuros. Del mismo modo, las
mónadas vitales de quienes se ocupan profesionalmente de matar, como los
carniceros, cazadores y guerreros, carecen totalmente de luz.
(…) De acuerdo con la ciencia arcaica
[del jainismo], todo el cosmos está animado y las leyes fundamentales de su
vida son constantes en todas partes. Por lo tanto, hay que practicar la
no-violencia (ahimsa) aun respecto
del más pequeño, mudo e inconsciente de los seres. Así, por ejemplo, el monje
jaina evita en lo posible estrujar o tocar los átomos de los elementos. No
puede dejar de respirar pero, con el fin de causar el menor daño posible, debe
taparse la boca con un velo, lo cual suaviza el choque del aire contra la parte
interior de la garganta. Y no debe hacer castañetear los dedos ni abanicar el
aire, porque son actos de perturbación que hacen daño. Si, yendo en un barco,
unos hombres perversos por alguna razón arrojan por la borda a un monje jaina,
éste no debe ganar la costa con brazadas enérgicas y violentas, como un valiente
nadador, sino que debe dejarse llevar por la corriente, como un leño,
permitiendo que las aguas lo acerquen gradualmente a tierra, pues no debe
perturbar ni lastimar a los átomos del agua. Y luego debe dejar que el agua
chorree de su piel o se evapore, pues no debe secarse ni sacudirse con una
violenta conmoción de sus miembros.
Así la no-violencia (ahimsa) es llevada al extremo. La secta
jaina sobrevive como una especie de vestigio muy fundamentalista en una
civilización que ha pasado por muchos cambios desde la remota época en que
nació esta ciencia y religión universal que enseñaba cómo es el mundo de la
naturaleza [con sus ciclos de reencarnación] y cómo podemos escapar de él
[accediendo a la liberación o moksa].
Aun los jaina laicos tienen que tener cuidado para no causar inconvenientes
innecesarios a sus semejantes. Por ejemplo, no deben beber agua después de que
ha oscurecido, para no tragar algún insecto que pueda haber caído en ella. No
deben comer carne de ninguna clase, ni matar a los bichos que revolotean y
fastidian. En realidad, obtienen mérito dejando que los bichitos se posen sobre
ellos y los piquen. Todo ello ha llevado a una costumbre de lo más grotesca,
que aún hoy puede observarse en las calles centrales de Bombay, y que describimos
a continuación.
Un par de hombres llevan un catre
liviano lleno de chinches. Se detienen ante la casa de una familia jaina y
gritan: “¿Quién quiere alimentar a las chinches? ¿Quién quiere alimentar a las
chinches?”. Si alguna señora devota arroja una moneda desde una ventana, uno de
los pregoneros se coloca cuidadosamente en la cama y se ofrece a sí mismo como
pasto a sus semejantes. Así la señora de la casa obtiene mérito y el héroe del
catre la moneda.[1]
Heinrich ZIMMER
hacia 1940
[1] Heinrich Zimmer, Filosofías
de la India (edición de Joseph Campbell), Sexto Piso, Madrid 2010, p. 270 y
298-299. La edición original estadounidense es de 1951; los textos incompletos
de Zimmer sobre los que trabajó Campbell son de comienzos de los años cuarenta
(Zimmer murió prematuramente en 1943).
Mahavira,
contemporáneo de Buda, fue el fundador del jainismo y murió probablemente en
526 AEC. Pero los jainas estiman que el origen de su religión filosófica es
mucho más antiguo, pues Mahavira no habría sido sino el último de una larga
serie deSegún la
concepción jaina, el peor delito que uno puede cometer es el de matar o herir a
un ser vivo: himsa, “el intento de
matar” (de la raíz verbal han,
“matar”). Ahimsa, “no dañar”, en el
sentido de no hacer mal a ninguna criatura, es en consecuencia la primordial
regla jaina de la virtud. Este bien definido principio se basa en la creencia
de que todas las mónadas vitales son fundamentalmente hermanas, y al decir
“todas” queremos decir no sólo seres humanos sino también animales y plantas, y
hasta moléculas o átomos de materia que habitan en ellos. Si uno mata a uno de
estos prójimos, aun accidentalemente, este hecho oscurece el cristal de la
mónada vital con un tinte intensísimo. Por ello los animales de rapiña, que se
alimentan de las criaturas a las que han dado muerte, están siempre infectado
de lesyas [colores correspondientes
al carácter moral del acto realizado] de tonos muy oscuros. Del mismo modo, las
mónadas vitales de quienes se ocupan profesionalmente de matar, como los
carniceros, cazadores y guerreros, carecen totalmente de luz.
(…) De acuerdo con la ciencia arcaica
[del jainismo], todo el cosmos está animado y las leyes fundamentales de su
vida son constantes en todas partes. Por lo tanto, hay que practicar la
no-violencia (ahimsa) aun respecto
del más pequeño, mudo e inconsciente de los seres. Así, por ejemplo, el monje
jaina evita en lo posible estrujar o tocar los átomos de los elementos. No
puede dejar de respirar pero, con el fin de causar el menor daño posible, debe
taparse la boca con un velo, lo cual suaviza el choque del aire contra la parte
interior de la garganta. Y no debe hacer castañetear los dedos ni abanicar el
aire, porque son actos de perturbación que hacen daño. Si, yendo en un barco,
unos hombres perversos por alguna razón arrojan por la borda a un monje jaina,
éste no debe ganar la costa con brazadas enérgicas y violentas, como un valiente
nadador, sino que debe dejarse llevar por la corriente, como un leño,
permitiendo que las aguas lo acerquen gradualmente a tierra, pues no debe
perturbar ni lastimar a los átomos del agua. Y luego debe dejar que el agua
chorree de su piel o se evapore, pues no debe secarse ni sacudirse con una
violenta conmoción de sus miembros.
Así la no-violencia (ahimsa) es llevada al extremo. La secta
jaina sobrevive como una especie de vestigio muy fundamentalista en una
civilización que ha pasado por muchos cambios desde la remota época en que
nació esta ciencia y religión universal que enseñaba cómo es el mundo de la
naturaleza [con sus ciclos de reencarnación] y cómo podemos escapar de él
[accediendo a la liberación o moksa].
Aun los jaina laicos tienen que tener cuidado para no causar inconvenientes
innecesarios a sus semejantes. Por ejemplo, no deben beber agua después de que
ha oscurecido, para no tragar algún insecto que pueda haber caído en ella. No
deben comer carne de ninguna clase, ni matar a los bichos que revolotean y
fastidian. En realidad, obtienen mérito dejando que los bichitos se posen sobre
ellos y los piquen. Todo ello ha llevado a una costumbre de lo más grotesca,
que aún hoy puede observarse en las calles centrales de Bombay, y que describimos
a continuación.
Un par de hombres llevan un catre
liviano lleno de chinches. Se detienen ante la casa de una familia jaina y
gritan: “¿Quién quiere alimentar a las chinches? ¿Quién quiere alimentar a las
chinches?”. Si alguna señora devota arroja una moneda desde una ventana, uno de
los pregoneros se coloca cuidadosamente en la cama y se ofrece a sí mismo como
pasto a sus semejantes. Así la señora de la casa obtiene mérito y el héroe del
catre la moneda.[1]
Heinrich ZIMMER
hacia 1940
[1] Heinrich Zimmer, Filosofías
de la India (edición de Joseph Campbell), Sexto Piso, Madrid 2010, p. 270 y
298-299. La edición original estadounidense es de 1951; los textos incompletos
de Zimmer sobre los que trabajó Campbell son de comienzos de los años cuarenta
(Zimmer murió prematuramente en 1943).
Mahavira,
contemporáneo de Buda, fue el fundador del jainismo y murió probablemente en
526 AEC. Pero los jainas estiman que el origen de su religión filosófica es
mucho más antiguo, pues Mahavira no habría sido sino el último de una larga
serie de 24 Thirtankaras (los
“Autores del cruce del río”, los que pasaron a la otra orilla).(los
“Autores del cruce del río”, los que pasaron a la otra orilla).
Jorge Riechmann. En defensa de los animales. Ed. de la Catarata, 2017
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