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sábado, 8 de julio de 2017

EN DEFENSA DE LOS ANIMALES (V) de JORGE RIECHMANN



Mientras usted se dirige a su avión desde la terminal del aeropuerto, repara en un individuo subido a una escalera que se dedica a arrancar remaches de las alas. Un tanto mosqueado, se aproxima usted al arrancador de remaches y le pregunta qué está haciendo.
        “Trabajo para la compañía aérea Growthmanía Intercontinental”, le informa el personaje, “y la compañía ha descubierto que puede vender estos remaches a dos dólares la pieza”.
        “Pero ¿cómo sabe que no debilitará fatalmente el ala al hacer eso?”, le pregunta usted.
        “No se preocupe”, le responde. “Estoy seguro de que el fabricante construyó un avión mucho más fuerte de lo que en realidad es necesario, de modo que esto no es perjudicial. Además, he sacado bastantes remaches de este ala y todavía no se ha caído. Aerolíneas Growthmanía necesita dinero: si yo no arrancara los remaches, Growthmanía no podría continuar su expansión. Y yo necesito la comisión que me paga: ¡cincuenta centavos por remache!”
        “¡Pero usted ha perdido el juicio!”
        “Le digo que no se preocupe: sé lo que hago. En realidad, yo también voy a viajar en ese vuelo, de modo que, como usted puede comprobar, no existe el más mínimo motivo de preocupación”.
        Claro está, una persona sensata volvería a la terminal, daría parte del peculiar personaje y de Aerolíneas Growthmanía a la FAA, y reservaría plaza en otro sistema de transporte. Por supuesto, nadie está obligado a viajar en avión. Pero, por desgracia, todos somos pasajeros de una inmensa cosmonave Tierra en la que no nos queda más alternativa que volar. Y desafortunadamente esa cosmonave está llena de arrancadores de remaches que proceden de forma análoga a la que se acaba de describir...”[1]

Paul y Anne EHRLICH en 1981


Los abrigos de pieles presentados con cuidados exquisitos en los escaparates de los grandes peleteros parecen estar a mil leguas de la foca derribada a palos sobre el banco de hielo, o del mapache aprisionado en una trampa que se roe una pata para tratar de recobrar su libertad. La bella que se maquilla no sabe que sus cosméticos han sido probados en conejos o cobayas que han muerto sacrificados o han quedado ciegos. La inconsciencia y, consecuentemente, la tranquilidad de conciencia del comprador o la compradora es total, así como es total, por ignorancia y por falta de imaginación, la inocencia de los que se empeñan en justificar las diversas especies de gulags o quienes preconizan el empleo del arma atómica. Una civilización que se aleja cada vez más de la realidad produce cada vez más víctimas, comprendida ella misma.[2]
Marguerite YOURCENAR en 1981





[1] Paul y Anne Ehrlich: Extinción, vol. 1, Salvat, Barcelona 1995, p. vii-viii.
[2] Marguerite Yourcenar, “¿Quién puede saber si el alma del animal desciende bajo la tierra?”, en Andrea Padilla y Vicente Torres (comps.), Marguerite Yourcenar y la ecología, Universidad de los Andes, Bogotá 2007, p. 55.


Jorge Riechmann. En defensa de los animales. Ed. de la Catarata, 2017

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