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viernes, 25 de agosto de 2017

6 poemas de DIARIO DE CESIONES de PACO GÓMEZ NADAL



Biopic


Tengo una cicatriz de 14 centímetros. No está en el corazón, pero siempre me ha consolado saber que mi cadáver será reconocible por su sonrisa grapada el día que espere unos ojos amigos en una morgue desaparecida. Tengo tres cicatrices más: una en la muñeca, otra en el codo, la última justo donde no la encontrarás. Tengo corazón.
Mis dientes suelen expropiar una parte visible del café y del tabaco al que huelo y el médico balbuceó delante de mí hace unos días un diagnóstico benigno que incluía la palabra necrosis.
He habitado 15 ciudades, 33 viviendas, cinco trincheras de fuego, una celda, un cuarto de aires acondicionados, incontables hamacas y, al menos, y que yo recuerde, una veintena de cuerpos ajenos que durante unos instantes me parecieron conocidos. Me he casado tres veces y me he divorciado dos. Saquen las cuentas. Creo que nunca me cansaré de preparar el desayuno para dos si entre ambos media un cariño que no sucumba ante la costumbre.
Tengo un amigo que apuntaba todos mis números de teléfono hasta que dejé de llamarlo. No me gusta el hígado –ni tan siquiera el propio- y suelo pecar de incontinencia emocional y de una total ausencia de fuerza de voluntad.
He caminado 27 países diferentes -los he contado porque en época de estadísticas y cientifismo lo que no se enumera no existe-. He compartido cientos de territorios que no dependen de las falsas fronteras del colonialismo. En unos he viajado con traficantes de pájaros, en otros he bebido chicha fuerte para debilitar mis prejuicios, en todos me he quedado enganchado antes a los humanos que a lo paisajes. A pesar de ello, me empieza a interesar la ornitología.
He puesto en marcha menos proyectos de los que he diseñado y me he equivocado hasta el hartazgo antes de empezar un nuevo error con nombre.
A día de hoy, con 46 años, no tengo un proyecto vital ni una certeza residente, tan solo poseo la soberbia inútil de quien ha visto y la decisión inerme de no rendirme. Con 46 años no hago running, no me he hecho un peeling y no he sabido de scores.
No tengo hijos. Tampoco hijas. Los hermanos los cuento por decenas. No tengo dinero, no tengo hipoteca, no tengo ahorros, no tengo ansiedad, no tengo la necesidad de tener. Tengo casi 47 años y por primera vez el miedo es un tema en mi agenda.
Mi mejor amiga ha perdido la lucha contra la muerte. Otras veces logró escapar en el último minuto, aunque en esta ocasión el tiempo jugó en su contra. A ella la quiero porque es incapaz de verme blanco y porque sus opiniones son tan volubles como las mías. En su balcón al verde del sur siempre hay una botella de Flor de Caña 7 años esperándome. Ahora no podemos beber ni fumar juntos, pero sigo poniéndome las trenzas cuando ella me necesita, cuando la convoco en mis desvelos.
He cotizado a la seguridad social pública y privatizada de cinco países distintos y mi jubilación será la oportunidad para mendigar en las esquinas de vuestro descanso.
Tengo un padre que los martes olvida lo que es y que es inexorablemente resultado de lo que fue. Mi madre, en cambio, no es lo que debió ser pero lleva con templanza el olvido de lo que no ha sido.
Tengo grabadas las resistencias de mis iguales y suelo llorar sin razón alguna cuando abro los ojos ante las derrotas que nos infringen a cada instante. Amo sin medida y contengo el aliento cada vez que, en un leve giro de su cabeza, el olor de su piel me recuerda su presencia.
En estos años he mudado algunos verbos: huir por buscar, pelear por resistir, soñar por sembrar, cosechar por construir, construir por observar y observar por intervenir.
Escribo para cerrar mi boca y, sin embargo, como podría haber dejado caer el poeta Antonio Orihuela, a veces escribir es abrir mi boca de par en par ante el silencio de mis equivalentes.




Cuento con ideología


Nacieron igual a los otros
hombres.
Nada nombra la historia
de sus vidas.
De hecho, en esta
fosa común
no-descansan
sus restos.
Yazca aquí
su
olvido.




Manifestaciones


Cualquier día del año se ahogan inmigrantes negros, o como si fueran negros, en el mar Mediterráneo; cada pocos días, la Guardia Civil española sigue coleccionando piel de pobre en las concertinas instaladas para tal efecto en el patio trasero del paraíso de las anestesias; a cada minuto, un blanco pobre firma un contrato con la precariedad a cambio del cual se le permite respirar siempre que no exija ni mucho oxgeno﷽﷽﷽﷽﷽﷽irar siempre que no ex firma un contrato con la precariedad a cambio del cual se le permite respirar siempre que no exígeno ni de mucha calidad. Lo que no da para un programa de La Sexta no sirve para convocar una manifestación, o un recital o un aquelarre de culpas.




Yo no soy


Yo no soy hasta que veo mi reflejo en la última curva de tu espalda. Allí, tatúo las posibilidades de supervivencia en este entorno hostil, agresivo, tan profundamente inhumano, tan carente de piel.

Te miro y me veo con los rasgos suavizados, con cierta inteligencia que probablemente no poseo, con una calma que definitivamente no forma parte de mi código genético.

Te miro para poder volver a levantar la vista sin que mis intestinos se retuerzan ante el dantesco espectáculo del fin de una civilización que merece desaparecer en el pestañeo de una garza morada.

Te miro y así palpo la vereda, comienzo a lamer los hitos de un camino que sólo me promete la tormentosa calma de tu amor. Ya no es mi reflejo sino tu transparente pálpito de arena el que bombea la sangre al entumecido aparato vascular al que me aferro en tiempos de silencios y raíces de piedra. Por eso, cuando la distancia nos distancia, se diluyen las posibilidades de reconciliación. Acércate para que los rumbos cobren sentido.




Un espejo

Para otro Paco

Un espejo, un reflejo, una conexión. Un puente, varios caminos, sólo una opción de caminar en todos ellos. La resistencia activa, el amor eficaz, el saber que sin el otro, sin la otra, sin las otras no hay tierra dónde pisar. La vida. La vida. La resistencia ante tanta trampa, la alegría de desobedecer. La necesidad de desobedecer.

La noche casi siempre nos alcanza: cerramos los ojos con la única esperanza de volverlos a abrir. Despertar, mirarnos en el espejo, saber que una amiga, lejos de este alicatado despertar, nos piensa, nos empuja, nos inyecta la energía que, a veces, sólo a veces, el cuerpo nos niega. El espejo siempre nos regala un reflejo y varias incertidumbres: las certezas son mala compañía en este devenir ajeno al confort. La amiga hace de puente: “tengo un amigo”; “tengo un amigo al que quiero mucho”; “tengo un amigo que te gustaría conocer”; quizá un “mírate al espejo a ver si lo encuentras”.

Me miro al espejo. Aún es de día y sé que hoy toca resistir. ¿A qué? A los miedos propios, a los miedos inoculados, a la inercia, a la indolencia, al derrotismo, a-qué-sé-yo-esa-manía-de-acomodarse, a los miedos de este otro yo que no conozco, a los riesgos de amar, a los riesgos de vivir.
Un espejo, sólo un espejo nos hace falta en las noches del abismo para saber que no estamos solos y que los abrazos, cuando son necesarios, abandonan los azulejos para pegarse a nuestra piel.



Medisculpan


Ya no quiero comprender a mis iguales. Me importan un carajo sus cuitas, sus miserias, sus agendas repletas de cumpleaños infantiles, sus partidos de fútbol del siglo, sus musicales, sus pesados silencios ante el indigno respirar. No me aguanto un discurso más sobre el arte contemporáneo o sobre el riesgo que corre el elefante de Sumatra; no pienso escuchar cuando debatan sobre el precio excesivo de los billetes de avión o sobre la limpieza de las calles o las playas. No entiendo cómo podemos seguir habitando esta cotidianidad de clase media europea mientras casi todo se desmorona alrededor, dentro y debajo de la alfombra que todo lo tapa, todo lo acolcha.

Se trata, no de tirar todo por la borda y hundirse en la tristeza, sino en dirigir todos nuestros esfuerzos a frenar este vertiginoso camino hacia el abismo.
Podemos seguir atribuyendo responsabilidades al afuera: son los políticos, son las mafias, son los terroristas, son los radicales, son los islamistas, son los poderes financieros… O podemos comenzar a mirarnos al espejo para ver cómo nosotras dejamos que todo esto acontezca, cómo nos empeñamos en no organizarnos para rescatar, en caso de existir, algo de dignidad.

No quiero ser un alemán silente de 1934, no quiero ser un israelí indolente de 2016, no quiero ser un funcionario europeo, ni un oficinista de la migración gringa, no quiero ser cómplice pero tampoco quiero estar callado, esperando que todo alrededor sea llama y odio, semilla ya podrida del futuro que no está por venir.

Disculpad si os sueno agresivo, pero miro alrededor y la semana santa estalla en vacacionistas con velo. Perdonadme si os parezco soberbio o altivo pero hoy los estadios se congelan en el minuto 14 pero no quieren saber de los miles de humanos detenidos en la humillada y humillante Grecia. Sabed comprender mi tristeza y cómo estoy empujándome para no dejarme caer, cómo hago todo lo posible para seguir amando a la Humanidad que antes amaba (a pesar de todo), cómo camino entre rescoldos, con los pies descalzos, tratando de que el ardor de hielo no me impidan cargar con la esperanza, cómo me aferro a los resistentes para seguir resistiendo, cómo me hago exiliado para buscar refugio en los que no tienen patria.

Hoy no voy a ser comprensivo ni empático. No voy a perdonar la ignorancia ni la indolencia. No voy a perdonar ni mis silencios, ni mi ceguera. No voy a perdonarme si abandono la trinchera sin armas en la que transito. No voy a refugiarme en el pliegue térmico del día a día, ni en la sordera que nos invade tras la deflagración.


Paco Gómez Nadal. Diario de Cesiones. Ed. Amargord, 2017


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