Páginas

jueves, 24 de agosto de 2017

9 poemas de NUBES DE EVOLUCIÓN de LUIS RAMOS




AMO lo levadizo de la flor,
                                             su tempo,
esa elasticidad sin dudas,
que se alza como lo que se presiente,

y espero los vaivenes de la lluvia
acunada en las vainicas eléctricas del viento.

Las sienes de las hojas
intuyen sin confundirse el alzado
sencillo de la savia;

y brinca lo trémulo,
                                vibra
la hechura de la calma que tirita
en el deseo del que espera.

Igual en el amor y el sexo

No cabe preguntar:
Inútil es la prisa ahora,
días habrá, seguro, para el pensamiento.

Quisiera, levemente,
oír el sudor frío
y la deuda del fruto con la brisa;
y sin perder de vista el nudo de la luz,
deletrear el nombre de lo que perdura.

Hay un vacío mediado por la razón
que va quedando entre el querer y el aire.

Mas cuando llegas todo es apacible.



                    I***



ESTAR en vilo,
                           en ascuas,
como el lápiz que dibuja un trazo,

como el río
que recorre un sueño largo,

orgullo al aire limpio de sus crenchas.

Ser lo que importa,
o mejor dicho:

no ser siquiera:
Importar.

Volver los ojos,
sin esperar nada. 


  


            II


Quebrar si acaso los espejos
por el margen,
                        y trazar un acuerdo
contra el vidrio,

y no
         mirarse
                       más.

Dibujar
por detrás del cristal,
                                    sin ruido,
cualquier instante crucial,
                                          y después
partirlo,
              pisarlo,
                           migarlo,

sin que pueda mirarnos
nunca más a la cara.


***




Y EN la gota atrevida,
en su tiemblo,
                       había amor.
Si impaciente, ¡quién sabe!,
pero lumbre de ascuas vivas bullendo
allí, callada.

Reconstruir la blancura,
sumarle cierto hielo al sol,
atemperar su oráculo
para escuchar el roce de la piel.

¿O entregarle más tardes de verano
a los pliegues de la niebla,
ahilarlos despacio en los metales del aire
para guardar allí el sonido de las ascuas?

Hay un tintineo de zinc despierto
cribando vapores ausentes,
un heñir de gotas que llega hasta la infancia.

No.
       Ni la cruel inminencia del olvido,
ni la noche de los pasos ya dados.

Recordad esa querencia de monte
que atenaza la yerba de los tactos,

y sentid en los cruceros del cuerpo
lo hostil de un día nuevo,
vacío, sin caricias,

pero seguid amando.



***


EL paisaje del gemido,
                                      el océano
sensual de una luna a deshora,
los atractivos del pecado,
                                         los abrazos.

Esa crecida tormentosa
de un tacto sin barreras
que va desabrochándonos la vida.

La bienvenida del aliento
en el cristal del beso,
                                   su solidez
y la promesa del sudor,
                                      el pecho pleno:

Todo, todo podrá ser tromba,
torrente incluso,
                            orilla,
mas nunca será vacío.





                        II


DEJAR lo irregular, lo externo,
volver al ritmo,
a la membrana de la voz,
al merodeo del aire vibrando
en el respiro del silencio;

volver a la ciencia fiel de la medida,
a la sencilla evocación,
a la búsqueda del verso pertinente.

Arañar lo visible,
                             mostrar su afán,
esperar la revelación
de las palabras, de las sombras, todas,
sin descartar ninguna,

detenerse atentos ante la mordedura
de lo que nos confunde.






***


DEVANAR las horas.
Breve el hilván de los versos y el canto,
la sombra del pulso.
                                  Ascender.

Escanciar el poema
como si se tratase del cauce sencillo
de un tránsito incierto.

Escuchar.
                 Escribir.
Compartir el silencio.

Guardar entre ausencias de oxígenos,
el umbral de la frase,
la música clara del cierzo.

Y mirar.
              Decantar.
Remover serenos el aire.
                                        Reincidir.
Sorber la promesa del agua,
el veneno del verbo:
                                     Vivir.





***
                                                            Para Sergio



¡QUÉ extraño es abrir los ojos
y orear las ventanas
de la memoria al lado
de este río sin tregua que de pronto,
se ha quedado dormido!

¡Qué tensa la resina de la voz,
la dureza de la ausencia!

¿Quién dijo que sería sencillo?
                                                  ¿Quién azuzó
de nuevo la memoria? ¿Quién la pena?

Después de recoger
los abalorios, las fotos y todas
las miniaturas que encontramos,
solo nos atrevimos
a mirar los libros sin poder decir nada. 

¡Todo daba en él!
                              Las piedras pequeñas,
los objetos del escritorio,
los recortes de pinturas antiguas
sacadas de alguna revista dominical,
marcando y reavivando
                                       -ahora solitarias-
las hojas de los libros.                                   

¿Quién nos iba a decir
que se iría tan pronto
con el cuarzo aun blando de la edad?

¡Cuánto cuesta cubrir
los visillos del alma
cuando las miradas heridas
asumen y abrazan la muerte!


¡Todo daba en él!
                             Todo caminaba
desde el solar álgido de su pecho
hasta el olor de sus afinidades
más intimas.

                       Se dice que los escritores,
y artistas buscan la posteridad,
pero en los libros y en los sueños
de los grandes lectores desaparecidos
queda escondida entre las huras de su biblioteca
toda una ciencia inédita 
entre dedicatorias, inscripciones,
o datos meramente geográficos.

De todo aquello,
me ha quedado grabada cierta frase
que le escuché hace tiempo,
en los días intensos de la desmemoria:

¡Hermano:
Mañana nubes de evolución!




***



ARDE el paisaje.
La luz de una luciérnaga,
brinca la noche.

Mirar hacia otro lado,
obviar su fuerza,
se vuelve imposible.

Las emociones,
cuando amanece limpio,
dan transparencia.

La claridad,
a ratos juega a ser
algo invisible.

Dicen que a veces
pedir lo que no tienes,
no es egoísmo.

Emocionado,
yo oí piar a un pájaro:
pedí sus alas.


 ***

  
I



A RIESGO de la aurora,
buscábamos sonidos diferentes,
lo incomprensible y raro
de un sigilo creado en muchedumbre,
el franco desvarío de insistir
en las libélulas blancas de la inocencia.
                                                  
Mirábamos
el bocado que el agua de la juventud
daba al aire y su respiración,
                                               branquias
de oxígenos siempre líquidos.

Y allí,
el curso de lo inerte rehaciéndose,
como el pez de la aurora en el que nadan
las luces insomnes que van
en el último tren de la mirada,
urgía y mezclaba los deseos con el ruido.

Dudábamos de todo,
y peinábamos día a día
el herbazal de los sueños que tantas veces
se marcharon vacíos, sin querer.

Odiábamos las noches
que nos engañaban con un blanco imposible
huyendo de nosotros roncas
                                              y sin dejar nada.




***




NO nos conforta,
la palabra,
hoy:
        No,
no tiene gancho.

Sí, algo del recuerdo,
algo de la piel.
                       
La acción, primero,
entre paréntesis,
                           entre-
                           teniéndonos.
Luego la frase,
la sílaba, si acaso.

Sin prisa.
Solo de lo sereno,
hagamos alta primavera,
como una golondrina sola hace verano.

¡Tomemos amplia nota del sosiego!

Después el ruido,
pero lejos, sin pulso,
                                  cada vez más lejos.

Y a veces,

como hierve sin prisas la rutina,
el amor poliniza la vida y nosotros,

-anteras ofrecidas-,

nos dejamos hacer en él,

como cuando en la flor
merodean sueltos los insectos por su espacio.





 Luis Ramos. Nubes de evolución. PIEdiciones, 2017



1 comentario:

  1. Gracias ANTONIO ORIHUELA por la consideración, y saludos a todas las VOCES DEL EXTREMO. Salud!!

    ResponderEliminar