Páginas

jueves, 23 de agosto de 2018

Dos textos de Mei Vidal del libro “Galiza, un camino de ensoñación”




O PASATEMPO


La ciudad de Betanzos ha sido llamada la Mesopotamia gallega por estar flanqueada por los ríos Mandeo y Mendo. Unos amigos, amables anfitriones, conducen a los viajeros directamente “na beira izquierda do rio Mendo”, allí observo la corriente que fluye rápida a su paso bajo el puente. Entramos en un edificio blanco, de dos pisos, diáfano, es el Lavadeiro Público gratuito As Cascas de los hermanos Naviera, filántropos de pro. En la puerta está grabada la fecha de construcción 1902. En el interior, el fragor de la corriente del agua y las sombras reviven en mí un sueño surrealista que, a menudo, suelo tener. En él una niña vestida de blanco tiende, incansable, sábanas al viento una y otra vez. En el lavaderio la niña no está, pero si las sábanas.
Subimos al segundo piso y allí las velas blancas lo invaden todo. En un rincón nos sorprende un hombre que está durmiendo tranquilamente. A su lado está todo su mundo en dos o tres bolsas de plástico repletas de ropa y un carrito de la compra lleno de cachivaches. Todos sentimos el anhelo de dejarnos llevar como el vagabundo por una vida de espectador inocente y visionario que construye diariamente su propio universo a contracorriente de la sociedad que lo rodea.
Nos dirigimos a la obra más original del gran legado arquitectónico del indiano Xóan García Naviera, rico personaje que hizo su fortuna en Argentina, junto con su hermano Xesús, que dejaron en Betanzos un importante legado: el jardín enciclopédico O Pasatempo.
Este parque es un monumento a la Ilustración. La entrada al recinto estaba custodiada por dos leones gigantescos hechos con mármol de Carrara.
En una foto de la época abundan los trajes claros y los inefables sombreros canotier. Unos cuantos, los más audaces, se habían situado en el mismo lomo de la estatua del león de cuatro metros sentado de perfil a la cámara y que simbolizaba el poder y la nobleza. A los pies de la bestia una treintena de cabezas canotier posaban sonrientes y divertidos frente al objetivo.
Pasamos al interior del jardín enciclopédico. Cerca de un grupo escultórico dedicado a Eros y Psique, diversos relieves describían el viaje a Egipto realizado por los hermanos García Naviera y su familia. El recorrido constituye un viaje alucinante a los sueños de finales del siglo XIX. Todos hacemos un esfuerzo y nos sumergimos en una escenografía alucinante.
Jardines de vegetación de países exóticos, la fuente de la agricultura, Neptuno con su esposa Anfitrite, templetes, miradores, escalinatas, relieves, fantásticas grutas con estalactitas, un gran estanque con una isla centrada por un templo oriental. Se cuenta que también tenía su pequeño parque zoológico.
Si nos dejamos llevar por la primera impresión solo veremos esculturas y relieves eclécticos en los que predomina lo kitsch. El conjunto es similar al Palais Idéal de Hauterives en Francia, obra de Ferdinand Cheval. Pero poco a poco, si entornamos los ojos se nos va revelando el espíritu de discurso didáctico de la Ilustración, un afán enciclopedista que pretendía llevar el conocimiento a todos por igual.
En un relieve en piedra vemos los lemas de la Revolución francesa que llevaron a Francia y al mundo occidental a entrar en el mundo moderno: “Igualdad, fraternidad, legalidad y libertad”, aquí, sin embargo, libertad había sido sustituida por la palabra patria.
Seguimos nuestro paseo por la última centuria y entramos en el laberinto de boj, que tanto divertimento producía. la gruta del estanque con su sucesión de maravillas producía “le coup d’effect”. La fuente de la industria y el progreso, la estatua de Mercurio símbolo del comercio, ilustraba una época en la que se creía que el progreso por sí mismo produciría el bienestar y la felicidad.
Seguimos por la Avenida de los Emperadores en la que doce bustos de mármol nos contemplan desde sus pedestales. Vemos un buzo buscando un tesoro, la estatua de la República y signos de la masonería, el pabellón de forma caprichosa, el estanque de los papas con sus correspondientes 257 bustos. La casa de los Espejos muy en boga en las Exposiciones Universales en las que los visitantes, al ver sus cuerpos deformados, delgados y estirados y gordos y achatados con una inocencia de principio de siglo, se destornillaban de risa.
Es muy curiosa la avenida de los Álamos donde encontramos a Dante, Cervantes, Milton, Dickens y una profusión de elementos que nos muestran todos los campos del conocimiento optimista de una época. En este jardín del conocimiento podemos percibir el anhelo del espíritu de la ilustración que soñaba en conjugar el progreso técnico y científico y la expansión de la cultura popular, con un benéfico sentido de la filantropía, pero, lo que les movía no era solo el progreso del conocimiento sino el interés por el ser 
humano por conseguir el bien social.


AS CIGARREIRAS


Desde los grandes ventanales del restaurante se divisaba una vista panorámica del puerto de A Coruña. El murmullo de los comensales me producía una dulce somnolencia. Adivinaba la reverberación de plata del océano protegido por el puerto, en la mirada de los comensales que tenía frente a mí. Con el aroma del café llegaba la agria fragancia de un cigarro que intentaba descifrar, pensé en la sobremesa de la infancia, si era el aroma de una faria.
Siempre me ha gustado leer de prestado, en la mesa contigua, un periódico local extendido era una gran tentación. Conseguí leer que habría mano dura para acabar con el abandono de la ciudad vieja, seguí degustando la crema de calabaza.
Mi vecino de mesa dobló la página, solo pude ver la foto de un edificio antiguo, flanqueado por palmeras, y un titular claro y conciso “El Ayuntamiento levantará pisos sociales en la Fábrica de Tabacos”
Me levanté y me acerqué al ventanal, las agujas del reloj de la fábrica de las cigarreiras marcaban las cuatro. En el mar embravecido veía navegar a las galeras, sí, condenadas a galeras, las cigarreiras de La Palloza trabajaban apiñadas, materialmente prensadas, en las mesas de labores, disponiendo del espacio preciso de su cuerpo, tocándose codo con codo y respirando aliento con aliento. Las trabajadoras llegaban a la fábrica al amanecer desde los pueblos vecinos a pie. Llevaban la comida del día en calderetas y pucheros, que dejaban en casas de la vecindad, que les cobraban por calentar la comida de mediodía y trasportarla a la portería, donde la recogerán sus respectivas dueñas.
El día es frío y lluvioso, el cielo muestra su color ballena mientras los coches pasan impertérritos ante las cuatro mil obreras de 1857 que se manifestaban en la avenida para reclamar mejoras laborales.
Al levantar la vista veo el mar próximo y distante a la vez. El viento sopla con fuerza y estimula la arenga de la Garibalda, la líder. Su voz se desliza firme por las rendijas de la sala del almacén de la hoja, por el taller de las operarias, por el cuarto donde se recoge la vena, por el almacén de pertrechos, por la antesala de la contaduría. Las mujeres no pueden ser contratadas con menos de 12 años ni de más de 35. Trabajan a destajo. El sueldo no les permite vivir y ahora han llegado las máquinas de picar, liar y engomar el tabaco que les robará su trabajo.

El mar ruge al fondo del puerto, la espuma geiser de las olas va “in crescendo”, como la voz de la Garibalda en su arenga a las obreras. Las cuatro mil mujeres con la fuerza que tiene tenerlo todo perdido, dando rienda suelta a su ira coral, destruyeron todo el tabaco picado, pitos y hojas y lo arrojaron al mar. La misma suerte corrieron las máquinas nuevas de picar tabaco acompañadas de muebles, papeles y libros de caja del despacho del director. El Capitán General y el Gobernador Civil de la provincia enviaron las fuerzas de infantería y caballería para reprimir la rebelión, entonces las mujeres subieron al tejado de la fábrica y desde allí arrojaron infinidad de tejas hasta dejar desmantelada el ala norte del edificio.

La sociedad progresaba a partir de estallidos no amaestrados de vindicación mientras se creía en el porvenir radiante de la revolución y el progreso. Recordaba una frase de Hermann Hesse, una paradoja que se produce al comprobar que la vida adquiere su mayor sentido precisamente cuando perdemos todos los sentidos y significados.
El postre se demoraba, y como suele ocurrirme en los restaurantes, cuanto más caros y elegantes, siento un ahogo que me produce una necesidad imperiosa de salir a las salas anexas. Allí en soledad, suelo reponerme, observando con atención desmesurada los títulos obtenidos por el chef, de “alta cocina” y los premios de calidad culinaria obtenidos por el establecimiento.

La tempestad había cesado en A Coruña, y el sol resurgía entre las nubes de esta ciudad acuática rodeada de agua por tres de sus cuatro costados.



 Dos textos de Mei Vidal del libro “Galiza, un camino de ensoñación” (Amargord, 2018)




No hay comentarios:

Publicar un comentario