De niño a niño
Mi móvil me pregunta si quiero
subir una foto
ahora que acabo de entrar en
Media Markt
y, automáticamente, mis ojos se
abren como objetivos.
Recuerdo
—quizás imagino— a mi padre disfrutando
con
cada uno de mis descubrimientos...
y
la sonrisa desplegada en su mirada.
Que
no sé cómo decirte
que
no volvería atrás para estar contigo:
que
lo que me gustaría sería traerte
y
dejar que el GPS nos lleve a algún lugar,
buscar
tu complicidad cuando mi Apple Watch
diga
que ya hemos caminado un kilómetro,
llamar
por Skype a tus nietos,
presentarte
al nuevo ascensor que habla
(a
veces, incluso dice cosas interesantes).
Ver
y oír todo en tu rostro
como
aquellos años
en
los que tú viste y oíste a través del mío.
Un hombre me mira orgulloso, me abraza y llora
Hay
cosas que uno no se cuestiona de pequeño
cosas
que suceden porque son así,
como
lo del hombre bueno
que
te obligaba a parecerte a él
ese
hombre que sentaba a su mesa a extraños
ese
hombre que ahora, de nuevo, tienes delante.
A
veces me cuesta entender la realidad:
mis
palabras son nenúfares poliédricos
y
nadie sabe qué se esconde debajo
y
mis sentidos son verdes promesas
que
descansan sobre una existencia estancada;
solo
en contadas ocasiones aparece la luz
atravesando
el tiempo como una espada láser.
Hoy
he salido en bicicleta y en Estébanez
he
conocido a un hombre que todavía te recuerda:
ya
sabes cómo son los pueblos...
Alguna
vez lloraste, como cuando me hice maestro,
y
hoy veo la misma mirada en este anciano
—este
que un día se sentó a tu mesa—
me
mira orgulloso, me abraza y llora:
me
ha hecho entender que en los ojos de las personas
caben
las miradas de aquellos
a
los que en algún momento
miramos
directamente a los ojos.
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