Que quiere comer algo pero no sabe qué. Que acabas de comer hace poco.
Que algo fresco, quizás un helado. Que te tomes este pequeño.
Que quiere el grande. Que no te lo vas a acabar.
Que quiere el grande. Que el que te gusta es el otro.
Que por qué me enfado (la verdad, no sé por qué me enfado y se lo compro).
Que es muy grande. Que te lo dije.
Que es muy grande. Que te lo terminas en el coche.
Que si quiero un poco. Que no quiero (de repente, me muero por el helado).
Que ya no quiere más. Que es el que querías y te comes.
Que por qué me enfado. Que porque no escuchas.
Que con ochenta y cinco años —dices— ya ha escuchado bastante...
Por el rabillo del ojo adivino
que me ofreces el helado
me giro, veo tu cara de niña
buena, lo cojo
inmediatamente comprendo lo fácil
que es perder la memoria.
Me pregunto cuántos helados míos
te has comido sin protestar
y
dónde he aprendido yo a educar de esta manera.
Sonríes como cuando de pequeño
saboreaba
aquel helado que yo mismo había
elegido
y tú lo disfrutabas tan solo con
mirarme.
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