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lunes, 18 de noviembre de 2019

EL PUENTE



Esta es la puerta. Este es el final.
Aquí el pasillo que conduce a la calle.
Aquí los escalones que descienden al miedo.
Antorchas congeladas sobre las aceras,
Señales en un libro leído y releído.
Nadie pudo cruzar Londres a pie en una noche.
Siempre alguien lo intenta, no obstante:
Un viajero extraviado con un par de maletas,
Un barrendero que empuja los desechos,
Una mujer de zapatos raídos murmurando.
Todo termina aquí. Todo empieza.
Cortejando envoltorios y periódicos viejos
La escoba ha llegado hasta el río.
El barrendero lanza un escupitajo al agua,
Se le ocurre que los diarios atrasados son flores,
Son mariposas que duran solo un día.
Hay palabras que sobreviven siglos, otras
Mueren apenas pronunciadas. El barrendero
Siente sed, piensa una cerveza, hace una bola
Con sus pensamientos, la arroja al suelo.
Hay palabras que mueren antes de pronunciarse,
Hay deseos que ni siquiera afloran.

Como una araña enamorada de su propia tela
La luna escupe baba sobre el puente.
La mujer pálida no sabe para qué sirve el río.
Simplemente se alza sobre sus talones y mira
El reflejo de la luna, blanco sobre negro,
Peniques plateados, cabellos de doncellas.
Oscuras aguas murmuran en lenguajes
Demasiado antiguos para ser descifrados.
Hablan de reinos perdidos, de leyendas
Tan lejanas como el día de ayer o la infancia.
La saliva golpea, se expande en ondas,
La luz de la luna flota en círculos.
La mujer pálida y despeinada se quita un zapato.
Tiene un calcetín roto, pero no siente el frío,
Sino el cansancio de sesenta años goteando uno a uno.
Ahora se ha detenido en mitad del puente,
Mira el cadáver cromado de la luna temblando, temblando.

Todo lo que sucede, sucedió alguna vez.
Todo lo que sucederá, ha sucedido.
No sirve de nada lamentarse, arrepentirse,
Llorar los días muertos de los calendarios,
En los pequeños nichos de los números.
El asesino no lamenta su crimen,
Ni el río sabe cuántos ahogados arrastra.

El viajero que acarrea sudando su equipaje
No llegará a tiempo a la estación.
Cómo encontrar un taxi que lo lleve al pasado:
No Babilonia o Nínive, solo unas horas atrás,
Kensington, un cuarto alquilado en un hotel,
Una mujer que lo acaricia en silencio
Mientras oyen una música que avanza y avanza.
La humedad en la alfombra y el tiempo en las paredes.
Porque ahora mismo, hace un rato, ayer,
Son tan inaccesibles como la infancia,
Como Babilonia, como esa mujer que se va calle abajo,
Como eras geológicas o mascotas muertas.
Y los recuerdos: artesanos ciegos, mancos,
Reconstruyendo estatuas que se han licuado en barro,
Hundiendo los muñones en el lodo del tiempo.

De pie, bajo las luces, el viajero desdeña el frío.
Deja el equipaje en el suelo un instante, se olvida,
Permite que la ciudad lo inunde o lo vacíe,
Que la madrugada se empape de sí misma
Para que los figurantes que la pueblan
Sean por una vez hombres y mujeres.
Esto es la ciudad. Esto es ahora.
El aliento del niño dormido, el aire
Oliendo a leche, los juguetes desterrados
Del suave naufragio de la cuna.
El portero que cabecea en su caseta
Demasiado somnoliento para encender la radio.
La joven que se masturba a solas en la cama.
El asesino que afila otra vez sus cuchillos.
El barrendero que entra en un bar y pide una cerveza.
Los amantes desesperadamente entrelazados,
Agotados, como si ésta fuera la última vez
O la primera, como el alcohólico que jura
Tomar su último trago, pero nunca
Es el último, sino el primero.
Una música que avanza y avanza.

El amor, el río, la vida, el tiempo
Fluyen en un solo sentido.
Nada ni nadie, ni siquiera Dios, puede
Dar marcha atrás, remover la corriente,
Devolver el semen que se enfría sobre unos muslos tibios
O la sangre secándose sobre unas baldosas.

La mujer sigue detenida en mitad del puente,
Sola, descalza, hablando con el viento.
Ha arrojado un zapato y luego el otro.
Lárgate a casa, hombre, ya es tarde.
El borracho golpea el codo del barrendero
Y le suelta un sermón de madrugada,
Tropezando con las palabras, escupiéndolas.
No se enamore nunca, amigo,
Nunca cierre los ojos en medio de un beso
Porque nunca se sabe cuándo llega el amor
Del mismo modo que no se sabe nunca
Cuándo el sueño nos atrapa. Sí, señor,
Una cabezada, un parpadeo, y estás listo.
Ben, ponme una a mí y otra al caballero.
El camarero que ensaya su paciencia con la barra,
Los amantes que suspiran exhaustos, separados
Por desiertos de carne, por recuerdos y espejos,
La anciana que, sentada ante el tocador,
Intenta alisar el pasado, disfrazar sus arrugas,
El asesino que se desnuda a oscuras
En el cuarto de baño y se sumerge
En una bañera llena de sangre tibia,
Juegan el mismo juego.

Aunque el pasado todavía está sucediendo
Nadie puede volver sobre sus pasos.
Ni siquiera el río puede esquivar el puente.
La mujer pálida sigue aferrada a las piedras.
Mira hacia abajo, hacia ese flujo negro, negro:
Ningún hijo podría salir de allí, ninguna cara.
La joven solitaria cuyo orgasmo es tan triste como la luna,
El barrendero que invita a un negro melancólico antes de irse,
El negro que cabecea y ni siquiera da las gracias,
Piensan que bajo cada rostro vive una calavera,
Recuerdan que tras su sonrisa asomarían gusanos,
Si no fuera por el tiempo, marcando los compases,
Dando cuerda a relojes y ciudades.
El borracho sale del bar, tropieza en un callejón,
Cae junto a unos cubos de basura, se echa a llorar
De pronto, sin saber si esas lágrimas son suyas,
Lamentando una vida que no le pertenece
Porque el pasado lo dejó atrás, huérfano
De destinos, otro pez atrapado en las redes
Del viento, el viento, el viento y sus caladeros:

El viajero que ha dejado escapar su tren,
El asesino que desayuna despacio
Sin más remordimientos que la molestia
De tener que fregar el baño antes de ir al trabajo,
El vagabundo que se desgañita a gritos en la calle,
No hay nadie, no hay nadie, no hay nadie, no hay nadie,
Y el negro que murmura, sabes, me gustan
Las tías una pizca gordas, son oráculos,
Documentos indescifrables, fragmentos
De una música que sigue y sigue.

La luz en la ventana, el escritor aficionado
Repasando sus hojas mientras sorbe un café,
Leyendo todo lo que la ciudad le regaló una vez
Y que él intentó devolver a la calle,
Siente que las palabras son cera, piedra, arcilla, no amor:
El asesino está más cerca de la verdad de la vida
Cuando exprime una bayeta empapada de sangre.

La música, los amantes se duermen, sueñan juntos,
Pegados, abrazados, pero ninguno puede
Saber qué sueña el otro, nadie puede
Amar del todo a alguien, aunque entregue su vida.
Nadie asegura que el funcionario sonriente
Tras la ventanilla no sea el carnicero
De quien hablan todos los periódicos
Arrastrados por la marea de la tarde. Nadie
Sabe si el borracho caído en el suelo duerme.
Pero la luz llama en todos los tejados.
La mujer pálida termina de cruzar el puente,
Se aleja arrastrando los pies descalzos.
Tampoco el río pudo elegir su camino.
Este es el final. Esta es la puerta.


David Torres. EStreets Where to Walk Is to Embark: Spanish Poets in London (1811-2018) de Eduardo Moga(Redactor), Terence Dooley (Traductor). Edt.  


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