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miércoles, 29 de enero de 2020

2 fragmentos de Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros. Sobre transiciones ecosociales, colapsos y la imposibilidad de lo necesario, de JORGE RIECHMANN



¿UN POPULISMO ECOLOGISTA?
Programa televisivo “Salvados”, 26 de octubre de 2014; Jordi Évole le pregunta a Pablo Iglesias si aplicar políticas expansivas para salir de la crisis no equivale a incentivar el consumismo, a lo que Pablo le contesta: "no se puede hacer una enmienda a la totalidad del sistema; tú y yo nos podemos poner de acuerdo en que el capitalismo nos conduce al desastre ecológico, pero ahora lo importante es dar de comer a la gente". Este revelador intercambio se produce además en Ecuador, país líder en redistribución de la riqueza; riqueza que sin embargo sigue vinculada a la lógica extractivista. No en vano el presidente Correa ha llegado a acusar a los críticos con la extracción de petróleo en la selva de "causar el caos" y difundir "mentiras".
Siguiendo este hilo argumental, ¿concluiremos pues que Podemos es otro afiliado más a la Iglesia del Crecimiento, fiel devoto del aumento del PIB como remedio universal de todos los males? No, es más complejo. (…)
El ecologismo político y concreto tiene potencial para ser popular. A mi entender Pablo Iglesias debería haber contestado que es tan urgente salir del abismo como hacerlo sin poner en contradicción justicia social y medio ambiente. Es decir, que para “dar de comer a la gente no sirve dar pan para hoy y hambre para mañana; y que el pan y las rosas se llaman hoy justicia ambiental. Pero en lugar de eso parece remitirse otra vez a la idea de las etapas. Si antes necesitábamos la dictadura del proletariado para llegar algún día al paraíso comunista, ahora parece que necesitamos el crecimiento capitalista regulado para llegar algún día a un Estado del Bienestar ecológico, autogestionario y, por fin, relajado. Y sin embargo, hay al menos dos elementos que cuestionan este enfoque, sin negar por ello lo que también tiene de razonable.
El primero ya cansa de tanto repetirlo, pero desgraciadamente es cada vez más real: la urgencia. No hay tiempo para una adaptación lenta y progresiva al cambio climático, al declive de materias primas cruciales o a la pérdida de biodiversidad. No es una opinión, es un consenso científico. Y es irónico que en una civilización que pone a la ciencia en un altar este consenso en concreto sea tan poco escuchado. Lo segundo es que el ecologismo no pide una “enmienda a la totalidad” sino que el camino se haga al andar. Ya dijo Albert Einstein que no se puede resolver un problema usando el mismo estado de conciencia que lo creó. Esa nueva conciencia es el hilo invisible que une fenómenos dispares como el consumo colaborativo (el de verdad, no el de alquilar a particulares), las leyes contra la obsolescencia programada que se están debatiendo en Francia o los circuitos cortos de distribución alimentaria que proliferan por todo el territorio.
Tal vez ha llegado el momento de resignificar la "austeridad" y crear un nuevo contrato social basado tanto en el afán de supervivencia como en el deseo de igualdad. El trato vendría a ser: vamos a garantizarnos entre todos los bienes comunes básicos: agua, energía, vivienda, trabajo, comida, cultura... y a cambio nos vamos quitando de los caramelos que se están cargando ahora el planeta. Pero para llegar a eso hay que empezar a desconstruir las nociones convencionales de valor, capital, inversión y riqueza, que no son útiles en esta tarea. Y a popularizar que los almacenamientos más importantes de valor futuro no son las urbanizaciones fantasma o las bolsas de gas de esquisto, sino el suelo fértil con un alto contenido de humus; los bancos de peces, los reservorios de agua o las construcciones solares pasivas.
Arnau Monsterrat, “¿Podemos aspirar a un populismo ecologista?”, blog Última llamada en eldiario.es, 25 de diciembre de 2014; http://www.eldiario.es/ultima-llamada/Podemos-populismo_ecologista-justicia_ambiental_6_338826121.html

¿No es el “colapsismo” una perspectiva apocalíptica?

Probablemente vayamos hacia un colapso, dicen algunos compañeros y compañeras, pero mejor no hablar de ello, no sea que nos desanimemos demasiado –o nos sumamos en el pozo de la depresión… Ahora bien, si pensamos –como argumenta Luis González Reyes y como yo mismo he defendido muchas veces—[1] que en una perspectiva estratégica necesitamos convencer a la sociedad de que nos hallamos en una situación de emergencia, un “estado de excepción” histórico, y para ello necesitamos romper la ilusión de la normalidad, tratar de desacostumbrarnos para no percibir lo dado como “normal”, de forma que lo anómalo y monstruoso pueda ser visto como tal –entonces no podemos dejar de tematizar estas cuestiones. ¿Es que no vamos a ser capaces ni del menor nivel de aprendizaje por anticipación?[2]

El colapso de una sociedad no supone necesariamente un apocalipsis o el final del mundo. Es el final de un mundo, y luego vendrán otros:[3] eso convendría tenerlo claro. Reparemos en la siguiente consideración elemental: el mundo de nuestros abuelos o tatarabuelos, energéticamente, se hallaba más o menos al nivel al que puede conducirnos el inevitable descenso energético a lo más tardar en la segunda mitad del siglo XXI. Y en aquel mundo nuestros abuelos vivieron, lucharon y amaron…[4] Fernando Savater ha recordado en alguna ocasión la broma de Víctor Hugo, quien, cuando le preguntaron si temía el día postrero universal, repuso: “¿El fin del mundo? Eso ya ha pasado muchas veces.”[5]

Colapso, dicho en pocas palabras, significa una reducción rápida de la complejidad social, una disminución del trasiego de energía y de materiales, fenómenos de des-diferenciación...[6] Esto es algo que no sería necesariamente muy negativo en ciertas circunstancias sociales y materiales: las sociedades muy igualitarias, muy cooperativas y muy resilientes podrán responder mucho mejor a los colapsos que vienen.[7] Esto, por cierto, ya indica vías muy importantes de re-construcción y auto-construcción social para hoy mismo.






[1] Luis González Reyes, “Reflexiones estratégicas entre cumbres climáticas y elecciones, para tiempos de colapso civilizatorio”, publicado el 5 de diciembre de 2015 en http://www.15-15-15.org/webzine/2015/12/05/reflexiones-estrategicas-entre-cumbres-climaticas-y-elecciones-para-tiempos-de-colapso-civilizatorio/; Jorge Riechmann, Un mundo vulnerable (segunda edición), Los Libros de la Catarata, Madrid 2005, p. 56-57.
[2] Vale la pena evocar aquí un texto del año 1979: el informe sobre el aprendizaje del Club de Roma. Ahí se distinguía entre aprendizaje de mantenimiento, aprendizaje por shock y aprendizaje innovador. El aprendizaje de mantenimiento es fundamentalmente adaptativo. "Tradicionalmente, las sociedades y los individuos han adoptado un modelo de aprendizaje de mantenimiento continuo, sólo interrumpido por breves períodos de innovación, en gran medida estimulada por el impacto de acontecimientos externos. El aprendizaje de mantenimiento es la adquisición de criterios, métodos y reglas fijos para hacer frente a situaciones conocidas y recurrentes. (...) Es el tipo de aprendizaje concebido para preservar un sistema vigente o un modo de vida establecido" (James Botkin/ Mahdi Elmandjra/ Mircea Malitza: Aprender, horizonte sin límites. Santillana, Madrid 1979, p. 30). Es un tipo de aprendizaje estabilizador, conservador, que se centra en la búsqueda pautada de soluciones para problemas cuyo planteamiento no se problematiza.
Al aprendizaje de mantenimiento lo complementa el aprendizaje por shock, el aprendizaje inducido por una conmoción violenta que traumáticamente nos impone la necesidad de cambiar nuestras ideas o nuestras prácticas.
 "A lo largo de la historia, la escasez, emergencia, adversidad y catástrofe repentinas han supuesto la interrupción del flujo de aprendizaje de mantenimiento, a la vez que actuaban -dolorosa si bien eficazmente- como maestros en última instancia. Incluso hoy en día, la humanidad sigue esperando que se produzcan acontecimientos o crisis que catalicen o impongan este importantísimo aprendizaje por shock (aprendizaje violento). Pero la problemática mundial introduce cuando menos un nuevo riesgo: la posibilidad de que el shock sea fatal" (p. 31).
¿Qué opción queda entonces? "Para la supervivencia a largo plazo, en especial en época de agitación, cambio o discontinuidad, hay otra modalidad de aprendizaje aún más esencial si cabe. Es ese tipo de aprendizaje que puede aportar cambio, renovación, reestructuración y reformulación de problemas al que llamaremos aprendizaje innovador" (p. 31). Allí donde el aprendizaje de mantenimiento es fundamentalmente adaptativo, el aprendizaje innovador es fundamentalmente creativo, y se caracteriza por los dos rasgos básicos de la anticipación y la participación. "La esencia de la anticipación radica en seleccionar acontecimientos deseables y tratar de alcanzarlos, en eludir acontecimientos no deseados o potencialmente catastróficos y en crear nuevas alternativas. A través del aprendizaje anticipador el futuro se introduce en nuestras vidas como amigo, no como ladrón" (p. 34).
Mientras que la anticipación fomenta la solidaridad en el tiempo de quienes la practican, la participación crea solidaridad en el espacio. Allí donde la anticipación es sobre todo una actividad mental (de creación de futuros posibles y deseables), la participación es una actividad social: "La participación consiste en desempeñar papeles. Para evitar la adscripción a un papel dado, se debe estar en condiciones de abordar la mayor gama posible de papeles" (p. 57).
La alternativa que se nos planteaba con crudeza ya en los años setenta del siglo XX es la siguiente: ¿puede la humanidad, colectivamente, aprender a trazarse su propio destino, o bien el futuro vendrá determinado por una sucesión de crisis y catástrofes cada vez más incontrolables y devastadoras? Lo que proponía este informe al Club de Roma, como una de las estrategias necesarias para intentar dar un vuelco a la situación, era pasar de un modo de adaptación inconsciente a uno de adaptación consciente (p. 39).
[3] En el peor de los casos para nosotros, mundos sin seres humanos: pero incluso entonces seguirá adelante en el tercer planeta del Sistema Solar la vida, que –como he argumentado muchas veces- es extraordinariamente resiliente… Y por otra parte, no deberíamos nunca perder de vista que los seres humanos somos extremadamente adaptables. Lo exponía así Rosa Montero:
“Hace años, la estupenda periodista Christine Spengler me habló en una entrevista de cómo las sociedades se adaptaban a lo que fuera. En el Beirut martirizado por la guerra ella vio caer una tarde el enésimo bombardeo, y segundos después de que estallara la última bomba, antes de que se posara el polvo del destrozo, volvieron a salir de sus agujeros los vendedores ambulantes de relojes y de ramos de azahar, voceando imperturbables su mercancía. Esa misma impasibilidad es la que advierto en nuestro país ante una realidad moralmente aberrante. Nos enteramos de que Marta Ferrusola le decía al banco andorrano “soy la madre superiora de la congregación, traspasa dos misales” para ordenar movimientos ilegales de su fabulosa e ilícita fortuna y se diría que sobre todo nos entra la risa, cuando lo que nos debería entrar es la voluntad más racional, más firme e implacable de acabar con toda esta gentuza (…). Normalizar lo anormal, eso es lo que hacemos los humanos, a veces de manera heroica, como en Beirut, a veces de forma repugnante, como cuando nos acostumbramos a lo inadmisible” (Rosa Montero, “Elogio de la marcianidad”, El País Semanal, 18 de junio de 2017; http://elpaissemanal.elpais.com/columna/rosa-montero-marcianidad/ ).
[4] Nate Hagens ha manifestado en alguna ocasión que “en realidad lo que afrontamos no es escasez de energía, sino exceso de expectativas”. Entrevista de Nate Hagens con Chris Martenson publicada en el blog de este ultimo, 2 de agosto de 2011: Transcript for Nate Hagens: “We're Not Facing a Shortage of Energy, but a Longage of Expectations”, https://www.peakprosperity.com/page/transcript-nate-hagens-were-not-facing-shortage-energy-longage-expectations
                Pensemos un momento: en un país como España, estamos usando unas 3 tep (toneladas de equivalente de petróleo) de energía primaria por habitante y año (2’8 en el promedio de España, 3’3 en Cataluña, 3’4 en el promedio de la UE-28, con datos de 2009) (véase por ejemplo Institut d’Estadística de Catalunya, Cifras de Cataluña 2015; http://www.idescat.cat/cat/idescat/publicacions/cataleg/pdfdocs/xifresct/xifres2015es.pdf ). Ahora bien, ¡esto es una gran sobreabundancia energética! Vivimos en sociedades que son “millonarias energéticamente”, y eso –visto desde un ángulo ligeramente distinto- significa que tenemos margen para usar mucha menos energía y aun así vivir bien.
[5] Fernando Savater, “Sueño”, El País, 1 de octubre de 2016.
[6] Atención, sin embargo, a las puntualizaciones de Eduardo García Sevilla: “así como la energía de calidad disponible condiciona la organización social tal organización también condiciona el uso de dicha energía. En otros términos, sería posible incluso un mayor grado de complejidad (no entendida como crecimiento) con menos energía si ésta se usa con mayor eficiencia. Desde esta perspectiva, la clave está tanto en la organización como en los recursos, pues los recursos no son el único motor evolutivo (si no queremos caer en una posición reduccionista)”. García Sevilla, “Menos puede ser más (complejidad)”, en el blog The Oil Crash, 29 de septiembre de 2017; http://crashoil.blogspot.com.es/2017/09/menos-puede-ser-mas-complejidad.html
[7] Para esto, el caso cubano con su “período especial” tras el derrumbe de la Unión Soviética resulta muy instructivo. Véase Emilio Santiago Muíño, Opción Cero. Sostenibilidad y socialismo en la Cuba postsoviética: estudio de una transición sistémica ante el declive energético del siglo XXI, tesis doctoral leída en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid, 11 de enero de 2016. Luego sintetizada en su libro Opción Cero. El reverdecimiento forzoso de la Revolución cubana, Catarata, Madrid 2017.

Jorge Riechmann. Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros. Sobre transiciones ecosociales, colapsos y la imposibilidad de lo necesario. MRA Ediciones. 2019

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