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viernes, 31 de enero de 2020

No todo aquello que se afronta se puede cambiar, pero nada se puede cambiar hasta que se afronte




“Incluir conciencia ecológica en nuestras decisiones políticas significa incluir tanta muerte como podamos gestionar, y en tantas modalidades diferentes (psíquica, filosófica, social) como nos resulte posible”, ha escrito Timothy Morton. Huelga decir que esto no es plato de gusto para nadie, y que nuestras sociedades se defienden con uñas y dientes frente a esas perspectivas “catastrofistas”. Asumir de verdad la condición humana y la situación social en el siglo XXI (yo lo llamo desde hace años el Siglo de la Gran Prueba) implica: no puedes seguir haciendo prácticamente nada de lo que haces como lo has venido haciendo hasta ahora. Incluyendo volar, usar automóviles, comer carne, tener (varios) hijos, quemar combustibles fósiles, u organizar la vida económica de la entera sociedad.

Como resulta abrumador, en general apartamos la vista de semejantes perspectivas, y nos dedicamos a actividades compensatorias (Odo Marquard: somos Homo compensator) –cuando no nos instalamos directamente en el cinismo y la denegación.

El ensayista estadounidense Roy Scranton escribe en la Red: “No asustar a la gente con el cambio climático significa no decir la verdad sobre el cambio climático. Es así de simple. La situación es aterradora, cataclísmica, urgente; y está fuera de nuestro control. Cualquier cosa menos que eso sólo son paparruchas.”[1] Y a continuación cita a James Baldwin: “No todo aquello que se afronta se puede cambiar. Pero nada se puede cambiar hasta que se afronte. (...) La mayoría de nosotros estamos tan ansiosos por cambiar como lo estábamos por venir a este mundo, y sobrellevamos nuestros cambios en un estado de shock similar”.

Un interlocutor le responde: “Lo que realmente me sorprende, y no lo entiendo por más vueltas que le doy, es que de alguna manera esto se convirtió en un problema de derecha contra izquierda. ¿Cómo sucedió?” Ay, amigos y amigas… Y sin embargo nada más fácil de entender. Cuando se comenzó a poner sobre la mesa la cuestión del calentamiento global como un elemento de la crisis civilizatoria, en los años setenta, se hizo evidente para todo el que analizase la cuestión sin prejuicios (a partir del informe The Limits to Growth de 1972, por ejemplo) que se trataba de un problema sistémico. Y que abordarlo de verdad significaba poner en entredicho el capitalismo. Las clases dominantes lo vieron, y eso fue uno de los elementos de la reacción neoliberal que se llevó el gato al agua en los setenta-ochenta. Los verdes, para los beneficiarios del capitalismo, eran los nuevos rojos (la metáfora de la sandía): y verdes consecuentes, y rojos consecuentes, fueron combatidos con el mismo tesón.



Jorge Riechmann. Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros. Sobre transiciones ecosociales, colapsos y la imposibilidad de lo necesario. MRA Ediciones. 2019

jueves, 30 de enero de 2020

4 fragmentos de Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros. Sobre transiciones ecosociales, colapsos y la imposibilidad de lo necesario, de JORGE RIECHMANN



Colapsar mejor

Ya mencioné antes cómo titulé un libro, hace algunos años: Fracasar mejor. Podríamos decir también: colapsar mejor. La diferencia entre un mejor o peor colapso vendrá determinada, a mi juicio, por el hecho de que se materialice o no un genocidio. (La pendiente actual nos lleva a un ecocidio, que traería consigo un genocidio; Malthus regresa en el siglo XXI. “La agricultura va a derrumbarse globalmente a causa del cambio climático y no vamos a poder alimentar a todo el mundo. Y cuando eso suceda van a estallar guerras…”[1]). Es decir: colapso, en dos palabras, significa pérdida de complejidad socioeconómica acompañada de una acusada disminución de población; si logremos evitar lo último, habremos logrado colapsar mejor.[2]

Si llegásemos a la segunda mitad del siglo XXI habiendo logrado evitar un descenso demográfico catastrófico y estuviéramos en camino de construir sociedades mucho más sencillas, frugales e igualitarias, basadas en tecnologías intermedias robustas, que se olvidasen del PIB como supuesta medida de bienestar, que usaran muchos menos materiales y energía, lo habríamos hecho lo mejor posible en las difíciles circunstancias actuales.[3] Esta perspectiva es la que vengo sugiriendo llamar ecosocialismo descalzo.[4]


El 1% y el 99%

Escribe Nuria del Viso en contexto y acción sobre “La crisis climática: un conflicto con estrategias enfrentadas”. Ella enmarca la tragedia climática “en términos de conflicto entre unos ‒los poderosos‒, que están primando su propia seguridad y minusvalorando el bienestar del resto, y otras ‒las mayorías‒, que pugnan tanto por influir sobre las elites como reunir sus propias fuerzas para cuidarse en común”.

Pero eso es ponerse las cosas demasiado fáciles… ¿Es un conflicto del capital contra la vida? Sí. Pero ¿eso equivale a un conflicto del 1% frente al 99%? No. Porque responder afirmativamente supondría no reconocer que el capital es una relación social que penetra el entero cuerpo social, una relación social de la que también el 99% forma parte. Por eso nuestras perspectivas son tan sombrías. Porque no se trata sólo de “la lucha de clases entre los poderosos y todos los demás”:[5] es también un conflicto de nosotros mismos (el 99%) contra nosotros mismos.

 Todo resultaría mucho más sencillo si lo esencial fuese el conflicto del 99% frente al 1%. Pero el capitalismo es también la enfermedad que va infectándonos al 99%: pensemos en las formas de subjetivación (¡en nuestras escuelas se enseña “emprendeduría” y cultura financiera!) o en el smartphone como dispositivo de socialización…


Una idea de liberación no fosilista y no extractivista

La idea de emancipación humana con la que hemos trabajado los movimientos sociales y los intelectuales de izquierda asociados con ellos durante un siglo y medio depende demasiado del carbón y el petróleo. Los rasgos fáusticos de esa idea, la suposición de abundancia material que subyace, la idealización del progreso y del desarrollo de las fuerzas productivas que propicia… todo ello son caminos errados. Hemos de romper con “el proyecto prometeico de dominación de la naturaleza y omnipotencia humana” a través del desarrollo sin límites de la razón instrumental.[1] Necesitamos una idea de liberación no fosilista y no extractivista.

Como ha señalado Roy Scranton, “el mayor desafío que afrontamos es filosófico: comprender que esta civilización ya está muerta. Cuanto más pronto asumamos nuestra situación y nos percatemos de que nada podemos hacer para salvarnos, antes lograremos emprender la difícil tarea de adaptarnos, con humildad mortal, a nuestra nueva realidad”.[2]

PROPUESTAS ESTRATÉGICAS DE LUIS GONZÁLEZ REYES
  1. Estado de emergencia (social e institucional). Priorizar lo ambiental frente a lo social (con justicia y democracia). Desafíos centrales: a) transición energética hacia las renovables; b) de una economía de la extracción a una de la producción; c) evitar que se activen los bucles de realimentación positivos del cambio climático; d) frenar la pérdida de biodiversidad; e) redistribuir la riqueza y profundizar la democracia. Hay que hacer concebible lo impensable (ejemplos: EEUU y Gran Bretaña el entrar en la II Guerra Mundial). ¡Necesitamos conciencia de estado de emergencia!
  2. Sensibilización por los hechos. A las sociedades nos da seguridad a) entender lo que está ocurriendo: explicaciones globales. b) Alimentar la esperanza y las emociones positivas en general. c) Hay alternativas: construcción de opciones alternativas para satisfacer las necesidades humanas.
  3. Construcción de alternativas autogestionadas. ¿Tomar las instituciones existentes o crear otras nuevas? A) ¿Qué nos mueve? Necesidades, emociones, valores en contexto: vivencias. B) Autonomía frente a hegemonía (pero lo global determina lo local). Ej. Zapatistas y Ciudades en Transición. C) Retomar el poder frente a tomarlo. Confianza en el ser humano. D) Las instituciones catalizan, no crean: dejar hacer y facilitar los cambios más profundos.// Necesitamos A) desmercantilización y desestatalización. B) Autonomía (clave en el mundo laboral: fuera de las relaciones salariales; campesinado y cooperativismo). Cooperación para obtener los medios escasos (trabajo, recursos naturales, tecnología, organización, cooperación interna, cuidados). Maximizar la diversidad de prácticas. Precisamos saltos de escala.
  4. Parar la degradación socio-ambiental. Campañas del siglo XX (por ejemplo PAH o movimientos contra el TTIP) con objetivos del siglo XXI. Mirada del siglo XXI (crisis civilizatoria): urgen las alternativas + tiempo a nuestro favor.
  5. Noviolencia. Dos razones prácticas (éxito en muchas luchas, y no reproducción de la dominación) y una razón ética.
Fuente: “Reflexiones estratégicas entre cumbres climáticas y elecciones, para tiempos de colapso civilizatorio”, por Luis González Reyes. Publicado el 5 de diciembre de 2015 en http://www.15-15-15.org/webzine/2015/12/05/reflexiones-estrategicas-entre-cumbres-climaticas-y-elecciones-para-tiempos-de-colapso-civilizatorio/ Se ofrece más abajo como anexo.

La necesidad de duelo

Si estamos de verdad en una situación catastrófica –y lo estamos–, tratar de analizarla no es discurso catastrofista sino un ejercicio de realismo. Sin un análisis objetivo de cómo son las cosas, ¿cómo podríamos poner en marcha políticas que sean adecuadas ni transformaciones sociales importantes? La gran mayoría de la sociedad no quiere ver, o prefiere creerse las mentiras “tecnolátricas” a mirar de frente lo que tenemos ante nosotros. Como suele decir Fernando Cembranos,[3] aceptar estas realidades duras implica pasar por una suerte de duelo –por las oportunidades perdidas, por el porvenir dañado de la especie humana–: y quizá, al igual que en los duelos individuales –por la muerte de un ser querido, por un abandono amoroso— debemos atravesar aquí varias etapas. A la inicial de negación/ denegación seguirán otras más productivas (en el clásico modelo en cinco etapas de Elisabeth Kübler-Ross, a la negación siguen la ira, la negociación, la depresión y finalmente la aceptación que nos permite seguir adelante).

Pero lo primero de todo es asumir la realidad de la pérdida y no impedirnos sentir el dolor por la misma.[4] “En este Día de la Tierra, hoy, tomémonos el tiempo de llorar por todo lo que hemos perdido: el duelo por todas las tierras silvestres de que nos hemos apropiado, los animales salvajes que hemos extinguido, los humedales y praderas que hemos pavimentado, los ritmos estacionales que hemos desequilibrado, el duelo por nuestra propia salud física y mental, por el Edén que hemos destruido”.[5]




[1] Geneviève Azam, entrevista alrededor de su nuevo libro Osons rester humain. Les impasses de la toute-puissance (distribuido el 8 de abril de 2015), Yonne L’autre, 31 de mayo de 2015; http://yonnelautre.fr/spip.php?article8634 .
                Este libro, señala la autora francesa en la misma entrevista, “intenta desconstruir la omnipotencia nacida del dualismo occidental, que enfrentó la naturaleza contra la sociedad y, finalmente, autorizó la dominación y la explotación de la naturaleza y los seres humanos. Cultivar la fragilidad es una fuerza creativa que reúne en lugar de oponer, que liga en lugar de desvincular, que conjuga en vez de poner a competir, que rechaza firmemente la desmesura en lugar de aumentarla en una desesperada carrera. Múltiples voces y pensamientos diversos abren este camino, numerosas experiencias ya apuntan hacia una bifurcación…”
[2] Roy Scranton, Learning to Die in the Anthropocene. Reflections on the End of a Civilization, City Lights Books, San Francisco 2015, p. 26.
[3] Reflexión de mucho interés en “Reacciones psicológicas ante el colapso. Posibles respuestas de la humanidad ante el previsible colapso socioambiental”, por Fernando Cembranos, El Ecologista 83, Madrid, diciembre de 2014.
[4] J. William Worden, Grief Counseling and Grief Therapy: A Handbook for the Mental Health Practitioner, Springer, Nueva York 2008 (cuarta edición).
[5] Tuit de Roy Scranton, el 22 de abril de 2019.




[1] Doug Peacock entrevistado en ABC cultural, 11 de junio de 2016. En el mismo sentido, Sam Miller:
“Sabemos qué ocurre con las civilizaciones cuando tienen lugar incluso cambios ecológicos relativamente menores: guerra y colapso. El cambio climático no es un cambio ecológico menor. Es inmenso, global y milenario. ¿Qué pasará con los doscientos millones de personas que hoy dependen del agua de los glaciares para sobrevivir cuando todos los glaciares se derriten? Todos los glaciares se están derritiendo rápidamente. Podemos verlo ante nuestros propios ojos. ¿Qué pasará con esas personas? Se desplazarán. Y cuando se mueven, las personas pelean entre sí por el territorio y los recursos. La gente siempre ha hecho esto. Cinco millones de sirios en movimiento han demostrado ser suficientes para desestabilizar toda la dinámica geopolítica. ¿Qué sucederá cuando las sequías, la expansión de los desiertos y las hambrunas arrasen todos los continentes? Cientos de millones de personas se desplazarán. Y cuando se muevan, habrá guerra. Al menos mil millones de personas están amenazadas por el aumento del nivel de los mares y océanos. Esos más de mil millones de personas se moverán. Guerra. Cualquiera de estas perturbaciones ecológicas es suficiente para provocar guerras mundiales. ¿Pero con la composición de todas al mismo tiempo? Muchas naciones colapsarán. Esos colapsos serán rápidos y violentos…” Sam Miller McDonald, “Collapse despair”, Activistlab, 18 de diciembre de 2017; http://www.activistlab.org/2017/12/collapse-despair/
[2] Esta idea no prejuzga la cuestión de si, en el medio y largo plazo, una población humana más reducida resulta deseable: estoy convencido de que es así. La cuestión es si llegamos a esa población menor a través de la acción de los jinetes del Apocalipsis (hambre, guerra, enfermedad…) o por designio consciente de una humanidad con conciencia de especie que busque una simbiosis con Gaia/ Gea.
[3] Atención a las advertencias de Javier Pérez: “Las sociedades pueden colapsar, nadie lo duda, pero desde mi punto de vista se infravalora claramente su resistencia, como se infravalora la resistencia del sistema capitalista. Un descenso en la energía neta como el que posiblemente padezcamos en los próximos años tendrá sin duda repercusiones en el bienestar, en la cantidad y calidad de los bienes accesibles, en los salarios medios, en el número de horas trabajadas y en general en el nivel de vida de la población. Pero nada de eso es nuevo. Existen y han existido situaciones de menor aporte de energía que se han prolongado en el tiempo y que no han conducido a colapso alguno, entendido como recreación del Mad Max que algunos esperan.
El ejemplo más típico, y al que más frecuentemente se recurre, es el periodo especial cubano. En el artículo que enlazo se habla de todo lo que funcionó mal, del egoísmo, del hundimiento social y del fracaso social que este periodo trajo consigo, pero también es cierto que tanto la isla como el régimen político sobrevivieron a este periodo de penurias…” Javier Pérez, “Crisis energética, resistencia del sistema y cohesión social”, blog The Oil Crash, 27 de enero de 2015 (http://crashoil.blogspot.com.es/2015/01/crisis-energetica-resistencia-del.html ). El artículo enlazado es http://crashoil.blogspot.com.es/2014/04/el-periodo-especial-cubano.html
Y hacia el final de su artículo Javier Pérez explica: “La reducción de energía no provoca grandes colapsos, y aunque es posible que este se produzca, se necesitaría una reducción de energía en el sistema mucho mayor a la provocada por eventos como las guerras que hemos conocido en el siglo XX. No digo que esto no sea posible, pero desde luego no parece probable que se produzca de un día para otro (…). Lo que sí parece tener grandes efectos sobre el desarrollo económico son los disturbios y las guerras, muy especialmente las civiles. Por tanto, la falta de cohesión social parece más grave que la falta de petróleo.”
[4] Véase Jorge Riechmann, “Ecosocialismo descalzo para tiempos de descenso energético”, capítulo 3 de ¿Derrotó el smartphone al movimiento ecologista?, Catarata, Madrid 2016. Así como “Ecosocialismo descalzo en el Siglo de la Gran Prueba”, Viento Sur 150, Madrid 2017.
La perspectiva (muy optimista) del colapso como oportunidad libertaria la sintetiza Carlos Taibo del siguiente modo: “Si se trata de identificar, de cualquier modo, algunos de los rasgos de esa transición ecosocial, y del escenario final acompañante, bien pueden ser los que siguen: (a) la reaparición, en el terreno energético, de viejas tecnologías y hábitos, en un escenario de menor movilidad y de retroceso visible del automóvil en provecho del transporte público; (b) el despliegue de un sinfín de economías locales descentralizadas; (c) el asentamiento de formas de trabajo más duro, pero en un entorno mejor, sin desplazamientos, con ritmos más pausados, con el deseo de garantizar la autosuficiencia, y sin empresarios ni explotación; (d) la progresiva remisión de la sociedad patriarcal, en un escenario de reparto de los trabajos y de retroceso de la pobreza femenina; (e) una reducción de la oferta de bienes, y en particular de la de los productos importados, en un marco de sobriedad y sencillez voluntarias; (f) la recuperación de la vida social y de las prácticas de apoyo mutuo; (g) una sanidad descentralizada basada en la prevención, en la atención primaria y en la salud pública, con un menor uso de medicamentos; (h) el despliegue de fórmulas de educación/ deseducación extremadamente descentralizadas; (i) una vida política marcada por la autogestión y la democracia directa; (j) una general desurbanización, con reducción de la población de las ciudades, expansión de la vida de los barrios y progresiva desaparición de la separación entre el medio urbano y el rural, y (k) una activa rerruralización, con crecimiento de la población del campo en un escenario definido por las pequeñas explotaciones y las cooperativas, la recuperación de las tierras comunales y la desaparición de las grandes empresas. Cinco verbos resumen, acaso, el sentido de fondo de muchas de estas transformaciones: decrecer, desurbanizar, destecnologizar, despatriarcalizar y descomplejizar.” Carlos Taibo, “Sobre el colapso”, en 15/15/15 -Revista para una nueva civilización, 12 de noviembre de 2016; https://www.15-15-15.org/webzine/2016/11/12/sobre-el-colapso/
[5] Nuria del Viso, “La crisis climática: un conflicto con estrategias enfrentadas”, ctxt, 16 de abril de 2019; https://ctxt.es/es/20190410/Firmas/25456/Nuria-del-Viso-cambio-climatico-estrategias-control-represion-justicia-climatica.htm

Jorge Riechmann. Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros. Sobre transiciones ecosociales, colapsos y la imposibilidad de lo necesario. MRA Ediciones. 2019

miércoles, 29 de enero de 2020

2 fragmentos de Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros. Sobre transiciones ecosociales, colapsos y la imposibilidad de lo necesario, de JORGE RIECHMANN



¿UN POPULISMO ECOLOGISTA?
Programa televisivo “Salvados”, 26 de octubre de 2014; Jordi Évole le pregunta a Pablo Iglesias si aplicar políticas expansivas para salir de la crisis no equivale a incentivar el consumismo, a lo que Pablo le contesta: "no se puede hacer una enmienda a la totalidad del sistema; tú y yo nos podemos poner de acuerdo en que el capitalismo nos conduce al desastre ecológico, pero ahora lo importante es dar de comer a la gente". Este revelador intercambio se produce además en Ecuador, país líder en redistribución de la riqueza; riqueza que sin embargo sigue vinculada a la lógica extractivista. No en vano el presidente Correa ha llegado a acusar a los críticos con la extracción de petróleo en la selva de "causar el caos" y difundir "mentiras".
Siguiendo este hilo argumental, ¿concluiremos pues que Podemos es otro afiliado más a la Iglesia del Crecimiento, fiel devoto del aumento del PIB como remedio universal de todos los males? No, es más complejo. (…)
El ecologismo político y concreto tiene potencial para ser popular. A mi entender Pablo Iglesias debería haber contestado que es tan urgente salir del abismo como hacerlo sin poner en contradicción justicia social y medio ambiente. Es decir, que para “dar de comer a la gente no sirve dar pan para hoy y hambre para mañana; y que el pan y las rosas se llaman hoy justicia ambiental. Pero en lugar de eso parece remitirse otra vez a la idea de las etapas. Si antes necesitábamos la dictadura del proletariado para llegar algún día al paraíso comunista, ahora parece que necesitamos el crecimiento capitalista regulado para llegar algún día a un Estado del Bienestar ecológico, autogestionario y, por fin, relajado. Y sin embargo, hay al menos dos elementos que cuestionan este enfoque, sin negar por ello lo que también tiene de razonable.
El primero ya cansa de tanto repetirlo, pero desgraciadamente es cada vez más real: la urgencia. No hay tiempo para una adaptación lenta y progresiva al cambio climático, al declive de materias primas cruciales o a la pérdida de biodiversidad. No es una opinión, es un consenso científico. Y es irónico que en una civilización que pone a la ciencia en un altar este consenso en concreto sea tan poco escuchado. Lo segundo es que el ecologismo no pide una “enmienda a la totalidad” sino que el camino se haga al andar. Ya dijo Albert Einstein que no se puede resolver un problema usando el mismo estado de conciencia que lo creó. Esa nueva conciencia es el hilo invisible que une fenómenos dispares como el consumo colaborativo (el de verdad, no el de alquilar a particulares), las leyes contra la obsolescencia programada que se están debatiendo en Francia o los circuitos cortos de distribución alimentaria que proliferan por todo el territorio.
Tal vez ha llegado el momento de resignificar la "austeridad" y crear un nuevo contrato social basado tanto en el afán de supervivencia como en el deseo de igualdad. El trato vendría a ser: vamos a garantizarnos entre todos los bienes comunes básicos: agua, energía, vivienda, trabajo, comida, cultura... y a cambio nos vamos quitando de los caramelos que se están cargando ahora el planeta. Pero para llegar a eso hay que empezar a desconstruir las nociones convencionales de valor, capital, inversión y riqueza, que no son útiles en esta tarea. Y a popularizar que los almacenamientos más importantes de valor futuro no son las urbanizaciones fantasma o las bolsas de gas de esquisto, sino el suelo fértil con un alto contenido de humus; los bancos de peces, los reservorios de agua o las construcciones solares pasivas.
Arnau Monsterrat, “¿Podemos aspirar a un populismo ecologista?”, blog Última llamada en eldiario.es, 25 de diciembre de 2014; http://www.eldiario.es/ultima-llamada/Podemos-populismo_ecologista-justicia_ambiental_6_338826121.html

¿No es el “colapsismo” una perspectiva apocalíptica?

Probablemente vayamos hacia un colapso, dicen algunos compañeros y compañeras, pero mejor no hablar de ello, no sea que nos desanimemos demasiado –o nos sumamos en el pozo de la depresión… Ahora bien, si pensamos –como argumenta Luis González Reyes y como yo mismo he defendido muchas veces—[1] que en una perspectiva estratégica necesitamos convencer a la sociedad de que nos hallamos en una situación de emergencia, un “estado de excepción” histórico, y para ello necesitamos romper la ilusión de la normalidad, tratar de desacostumbrarnos para no percibir lo dado como “normal”, de forma que lo anómalo y monstruoso pueda ser visto como tal –entonces no podemos dejar de tematizar estas cuestiones. ¿Es que no vamos a ser capaces ni del menor nivel de aprendizaje por anticipación?[2]

El colapso de una sociedad no supone necesariamente un apocalipsis o el final del mundo. Es el final de un mundo, y luego vendrán otros:[3] eso convendría tenerlo claro. Reparemos en la siguiente consideración elemental: el mundo de nuestros abuelos o tatarabuelos, energéticamente, se hallaba más o menos al nivel al que puede conducirnos el inevitable descenso energético a lo más tardar en la segunda mitad del siglo XXI. Y en aquel mundo nuestros abuelos vivieron, lucharon y amaron…[4] Fernando Savater ha recordado en alguna ocasión la broma de Víctor Hugo, quien, cuando le preguntaron si temía el día postrero universal, repuso: “¿El fin del mundo? Eso ya ha pasado muchas veces.”[5]

Colapso, dicho en pocas palabras, significa una reducción rápida de la complejidad social, una disminución del trasiego de energía y de materiales, fenómenos de des-diferenciación...[6] Esto es algo que no sería necesariamente muy negativo en ciertas circunstancias sociales y materiales: las sociedades muy igualitarias, muy cooperativas y muy resilientes podrán responder mucho mejor a los colapsos que vienen.[7] Esto, por cierto, ya indica vías muy importantes de re-construcción y auto-construcción social para hoy mismo.






[1] Luis González Reyes, “Reflexiones estratégicas entre cumbres climáticas y elecciones, para tiempos de colapso civilizatorio”, publicado el 5 de diciembre de 2015 en http://www.15-15-15.org/webzine/2015/12/05/reflexiones-estrategicas-entre-cumbres-climaticas-y-elecciones-para-tiempos-de-colapso-civilizatorio/; Jorge Riechmann, Un mundo vulnerable (segunda edición), Los Libros de la Catarata, Madrid 2005, p. 56-57.
[2] Vale la pena evocar aquí un texto del año 1979: el informe sobre el aprendizaje del Club de Roma. Ahí se distinguía entre aprendizaje de mantenimiento, aprendizaje por shock y aprendizaje innovador. El aprendizaje de mantenimiento es fundamentalmente adaptativo. "Tradicionalmente, las sociedades y los individuos han adoptado un modelo de aprendizaje de mantenimiento continuo, sólo interrumpido por breves períodos de innovación, en gran medida estimulada por el impacto de acontecimientos externos. El aprendizaje de mantenimiento es la adquisición de criterios, métodos y reglas fijos para hacer frente a situaciones conocidas y recurrentes. (...) Es el tipo de aprendizaje concebido para preservar un sistema vigente o un modo de vida establecido" (James Botkin/ Mahdi Elmandjra/ Mircea Malitza: Aprender, horizonte sin límites. Santillana, Madrid 1979, p. 30). Es un tipo de aprendizaje estabilizador, conservador, que se centra en la búsqueda pautada de soluciones para problemas cuyo planteamiento no se problematiza.
Al aprendizaje de mantenimiento lo complementa el aprendizaje por shock, el aprendizaje inducido por una conmoción violenta que traumáticamente nos impone la necesidad de cambiar nuestras ideas o nuestras prácticas.
 "A lo largo de la historia, la escasez, emergencia, adversidad y catástrofe repentinas han supuesto la interrupción del flujo de aprendizaje de mantenimiento, a la vez que actuaban -dolorosa si bien eficazmente- como maestros en última instancia. Incluso hoy en día, la humanidad sigue esperando que se produzcan acontecimientos o crisis que catalicen o impongan este importantísimo aprendizaje por shock (aprendizaje violento). Pero la problemática mundial introduce cuando menos un nuevo riesgo: la posibilidad de que el shock sea fatal" (p. 31).
¿Qué opción queda entonces? "Para la supervivencia a largo plazo, en especial en época de agitación, cambio o discontinuidad, hay otra modalidad de aprendizaje aún más esencial si cabe. Es ese tipo de aprendizaje que puede aportar cambio, renovación, reestructuración y reformulación de problemas al que llamaremos aprendizaje innovador" (p. 31). Allí donde el aprendizaje de mantenimiento es fundamentalmente adaptativo, el aprendizaje innovador es fundamentalmente creativo, y se caracteriza por los dos rasgos básicos de la anticipación y la participación. "La esencia de la anticipación radica en seleccionar acontecimientos deseables y tratar de alcanzarlos, en eludir acontecimientos no deseados o potencialmente catastróficos y en crear nuevas alternativas. A través del aprendizaje anticipador el futuro se introduce en nuestras vidas como amigo, no como ladrón" (p. 34).
Mientras que la anticipación fomenta la solidaridad en el tiempo de quienes la practican, la participación crea solidaridad en el espacio. Allí donde la anticipación es sobre todo una actividad mental (de creación de futuros posibles y deseables), la participación es una actividad social: "La participación consiste en desempeñar papeles. Para evitar la adscripción a un papel dado, se debe estar en condiciones de abordar la mayor gama posible de papeles" (p. 57).
La alternativa que se nos planteaba con crudeza ya en los años setenta del siglo XX es la siguiente: ¿puede la humanidad, colectivamente, aprender a trazarse su propio destino, o bien el futuro vendrá determinado por una sucesión de crisis y catástrofes cada vez más incontrolables y devastadoras? Lo que proponía este informe al Club de Roma, como una de las estrategias necesarias para intentar dar un vuelco a la situación, era pasar de un modo de adaptación inconsciente a uno de adaptación consciente (p. 39).
[3] En el peor de los casos para nosotros, mundos sin seres humanos: pero incluso entonces seguirá adelante en el tercer planeta del Sistema Solar la vida, que –como he argumentado muchas veces- es extraordinariamente resiliente… Y por otra parte, no deberíamos nunca perder de vista que los seres humanos somos extremadamente adaptables. Lo exponía así Rosa Montero:
“Hace años, la estupenda periodista Christine Spengler me habló en una entrevista de cómo las sociedades se adaptaban a lo que fuera. En el Beirut martirizado por la guerra ella vio caer una tarde el enésimo bombardeo, y segundos después de que estallara la última bomba, antes de que se posara el polvo del destrozo, volvieron a salir de sus agujeros los vendedores ambulantes de relojes y de ramos de azahar, voceando imperturbables su mercancía. Esa misma impasibilidad es la que advierto en nuestro país ante una realidad moralmente aberrante. Nos enteramos de que Marta Ferrusola le decía al banco andorrano “soy la madre superiora de la congregación, traspasa dos misales” para ordenar movimientos ilegales de su fabulosa e ilícita fortuna y se diría que sobre todo nos entra la risa, cuando lo que nos debería entrar es la voluntad más racional, más firme e implacable de acabar con toda esta gentuza (…). Normalizar lo anormal, eso es lo que hacemos los humanos, a veces de manera heroica, como en Beirut, a veces de forma repugnante, como cuando nos acostumbramos a lo inadmisible” (Rosa Montero, “Elogio de la marcianidad”, El País Semanal, 18 de junio de 2017; http://elpaissemanal.elpais.com/columna/rosa-montero-marcianidad/ ).
[4] Nate Hagens ha manifestado en alguna ocasión que “en realidad lo que afrontamos no es escasez de energía, sino exceso de expectativas”. Entrevista de Nate Hagens con Chris Martenson publicada en el blog de este ultimo, 2 de agosto de 2011: Transcript for Nate Hagens: “We're Not Facing a Shortage of Energy, but a Longage of Expectations”, https://www.peakprosperity.com/page/transcript-nate-hagens-were-not-facing-shortage-energy-longage-expectations
                Pensemos un momento: en un país como España, estamos usando unas 3 tep (toneladas de equivalente de petróleo) de energía primaria por habitante y año (2’8 en el promedio de España, 3’3 en Cataluña, 3’4 en el promedio de la UE-28, con datos de 2009) (véase por ejemplo Institut d’Estadística de Catalunya, Cifras de Cataluña 2015; http://www.idescat.cat/cat/idescat/publicacions/cataleg/pdfdocs/xifresct/xifres2015es.pdf ). Ahora bien, ¡esto es una gran sobreabundancia energética! Vivimos en sociedades que son “millonarias energéticamente”, y eso –visto desde un ángulo ligeramente distinto- significa que tenemos margen para usar mucha menos energía y aun así vivir bien.
[5] Fernando Savater, “Sueño”, El País, 1 de octubre de 2016.
[6] Atención, sin embargo, a las puntualizaciones de Eduardo García Sevilla: “así como la energía de calidad disponible condiciona la organización social tal organización también condiciona el uso de dicha energía. En otros términos, sería posible incluso un mayor grado de complejidad (no entendida como crecimiento) con menos energía si ésta se usa con mayor eficiencia. Desde esta perspectiva, la clave está tanto en la organización como en los recursos, pues los recursos no son el único motor evolutivo (si no queremos caer en una posición reduccionista)”. García Sevilla, “Menos puede ser más (complejidad)”, en el blog The Oil Crash, 29 de septiembre de 2017; http://crashoil.blogspot.com.es/2017/09/menos-puede-ser-mas-complejidad.html
[7] Para esto, el caso cubano con su “período especial” tras el derrumbe de la Unión Soviética resulta muy instructivo. Véase Emilio Santiago Muíño, Opción Cero. Sostenibilidad y socialismo en la Cuba postsoviética: estudio de una transición sistémica ante el declive energético del siglo XXI, tesis doctoral leída en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid, 11 de enero de 2016. Luego sintetizada en su libro Opción Cero. El reverdecimiento forzoso de la Revolución cubana, Catarata, Madrid 2017.

Jorge Riechmann. Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros. Sobre transiciones ecosociales, colapsos y la imposibilidad de lo necesario. MRA Ediciones. 2019

martes, 28 de enero de 2020

Empobrecimiento voluntario o barbarie



De manera que nos empobreceremos colectivamente, o por las buenas o por las malas. Y “por las buenas” (de manera deliberada, racional e igualitaria, vale decir: con ecosocialismo y ecofeminismo) resulta casi inimaginable hoy.

Termodinámica básica, ecología, y un planeta lleno de realimentaciones: “Es difícil pensar en cualquier acción económica que no termine finalmente en un desecho, incluso aunque se recicle. Si, como consumidor individual, desea usted embarcarse en una cruzada personal para reducir los residuos, no existe mejor manera que vivir con ingresos reducidos”.[1] Empobrecimiento (deliberado e igualitario) o barbarie.

También cualquier política seria para hacer frente al calentamiento global implica empobrecimiento material, por dos vías: dejar bajo tierra la mayor parte de los combustibles fósiles hoy aún existentes, y desviar recursos enormes de inversión hacia la nueva infraestructura energética renovable, que –por razones bien conocidas– no puede permitirnos usar demasiada energía.

Como ya señalé antes, en un segundo momento, atendiendo a los maestros de tantas culturas (epicúreos, estoicos, cristianos, budistas, taoístas, etc), podemos insistir en que vivir con menos materiales y energía (con menos riqueza exergética) no implica necesariamente vivir peor, si somos capaces de actuar racionalmente sobre nuestros deseos, fines y prioridades (el programa de reforma intelectual y moral). Pero de ese bucle de realimentación (autocontención racional) ¿seremos capaces colectivamente? La sociedad no quiere ni oír hablar de las perspectivas sombrías, vale decir, de las que se hacen cargo de la realidad, de nuestra situación tal y como es hoy. De manera que, ya en el final del segundo decenio del Siglo de la Gran Prueba, parece imposible construir mayorías sociales diciendo la verdad.





[1] King y Slesser, op. cit., p. 144.


Jorge Riechmann. Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros. Sobre transiciones ecosociales, colapsos y la imposibilidad de lo necesario. MRA Ediciones. 2019

lunes, 27 de enero de 2020

3 fragmentos de Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros. Sobre transiciones ecosociales, colapsos y la imposibilidad de lo necesario, de JORGE RIECHMANN



Si fuésemos capaces de racionalidad colectiva…

La Gran Aceleración en la segunda mitad del siglo XX condujo al overshoot ecológico (en el decenio de 1980, más o menos). Este choque de las sociedades industriales contra los límites biofísicos del planeta, esta extralimitación, es el tema de nuestro tiempo.

“Es el momento de parar”, nos dijo el visionario artista canario César Manrique en 1985. Pero no paramos, al contrario: aceleramos todavía más… En 1986 sostenía desde su isla que “Lanzarote está tocando techo, desbordada en el número de automóviles y turistas…”[1] Pero desde entonces la población residente de la isla casi se triplicó (pasando de 57.000 habitantes a 150.000) y el número de turistas anuales se multiplicó por más de seis (pasando de 450.000 a más de tres millones).[2] E igual que en este microcosmos canario, en el mundo del capitalismo globalizado en su conjunto. En vez de parar, o ralentizar siquiera un poco, el capitalismo fosilista aceleró todavía más.

La respuesta racional frente a la crisis ecológico-social –si fuésemos capaces de racionalidad colectiva– es la autocontención a todos los niveles, el “mejor con menos”. Metamorfosis y autoconstrucción decrecentista para sortear el colapso hacia el que vamos fatalmente encaminados (o al menos lo peor del mismo).

Se puede decir así: en el pasado, cada gran transformación (revolución) en el modo de producción –comenzando por la Revolución neolítica– aumentó la cantidad y la densidad de la energía usada por los seres humanos. Lo que necesitamos ahora –y con extrema urgencia– es lo contrario: usar menos energía (y por ello vivir en promedio con menos bienes y servicios, más localmente y más despacio). Esto supone empobrecimiento, en un sentido importante de la palabra “empobrecimiento” –aunque descendemos desde tan alto, en los países sobredesarrollados, que podríamos decrecer mucho y aun así vivir bien en términos materiales.

Pero no se trata sólo –es obvio– de decrecimiento y vivir bien con menos. Reparemos en cómo la palabra power, en inglés, significa tanto “energía” como “poder”. La disponibilidad de energía puede incrementar nuestros poderes-capacidades (y lo ha hecho históricamente), pero también el poder de dominación. Vivir con menos energía, en sociedades tan jerárquicas y brutalmente desiguales como las nuestras, significa también un incremento de los conflictos sociopolíticos. La transición energética no implicaría sólo ajustarse a los límites biofísicos del planeta Tierra, sino que pone de inmediato sobre la mesa, con crudeza, las luchas contra la dominación y por la emancipación humana.


El discurso del “decrecimiento feliz”

Insiste desde hace años Albert Recio en que algo que se echa mucho en falta en todos los movimientos críticos frente al capitalismo es “el diseño tentativo (pero orientador y mínimamente creíble) de algún proyecto de sociedad viable y deseable”.[3] Pero ¿no topamos aquí con una suerte de aporía? Si es viable, en el mundo real del overshoot ecológico que exigiría una respuesta de autocontención (cuyos aspectos menos atractivos consisten en contracción y empobrecimiento), no es deseable (para individuos socializados en el capitalismo como nosotros); y si es deseable, no es viable (en términos de sustentabilidad).

Hablamos de “transformación verde” o de “transiciones ecológicas”, y esto suena bien. Pero tendríamos que tener el valor de llamar a las cosas por su nombre: si no nos hacemos trampas en el solitario, eso significa empobrecimiento.

El discurso del “decrecimiento feliz” no es que sea engañoso,[4] pero omite señalar algo importante: usar menos energía quiere decir hacer menos cosas. Menos actividades de las que ahora apreciamos: turismo y viajes, sin ir más lejos. Para sociedades enganchadas a las satisfacciones consumistas compensatorias, esto supone un problema grave. “Viviríamos mejor”, es cierto –pero sólo si un cambio cultural concomitante nos permite una Umwertung aller Werte (diríamos con Nietzsche), una metamorfosis axiológica que sitúa la lentitud, la sobriedad, la espiritualidad y el amor en el pináculo de nuestros valores.[5]


Aporía

Aporía: las políticas posibles intramuros de la ciudad humana (el Green New Deal de Alexandria Ocasio-Cortez al que se suman Emilio Santiago Muíño y Héctor Tejero con su libro ¿Qué hacer en caso de incendio?,[6] o la transición energética de Joaquim Sempere en Las cenizas de Prometeo,[7] o las propuestas de “crecimiento verde” de Robert Pollin:[8] todas son variantes del mismo “100% renovables” de alta tecnología a toda máquina) no entrañan la acelerada reducción de emisiones de GEI que necesitamos, ni permiten dejar bajo tierra la mayor parte de los combustibles fósiles aún existentes. No conducen a atenuar la tragedia climática ni a ralentizar la Sexta Gran Extinción.[9]

Y las políticas necesarias desde el punto de vista de Gaia (pero también desde el interés general humano más allá del presente inmediato que desemboca en colapso), es decir, las que propugnan los movimientos decrecentistas[10] o mi ecosocialismo descalzo, implican un deliberado empobrecimiento colectivo igualitario… que las hace aparentemente imposibles en la ciudad humana.

Lo ecológicamente necesario es cultural y políticamente imposible. Y lo políticamente posible no sale de la trayectoria mortal en la que nos hallamos: ecocidio más genocidio. Lo que tiene potencial de mayorías no nos saca del atolladero ecológico. (Es el modelo del borracho buscando las llaves bajo la farola, en el chiste).[11] Y lo que nos sacaría del atolladero ecológico no tiene potencial de mayorías…

Y para completar la aporía: de todas formas, el empobrecimiento colectivo es inevitable (por el agotamiento de los combustibles fósiles), pero todo indica que caeremos en él de la forma peor: en el mundo hobbesiano que ya se prefigura hoy.





[1] César Manrique, Salvemos la isla de Lanzarote, Fundación César Manrique, Taro de Tahíche 2019.
[2] Esto ha sucedido al tiempo que Lanzarote era declarada reserva de la biosfera, desde 1993. Desde aquel momento hasta hoy, Lanzarote triplicó sus emisiones de dióxido de carbono, pasando de 410.000 toneladas en 1993 a 1’2 millones de toneladas en 2017. La isla cuenta con un parque automovilístico de más de 130.000 vehículos: casi uno por persona y más de uno por conductor. Véase Saúl García, “Lanzarote triplica sus emisiones a la atmósfera desde que es reserva de la biosfera”, Diario de Lanzarote, 14 de octubre de 2019; https://www.diariodelanzarote.com/noticia/lanzarote-triplica-sus-emisiones-la-atm%C3%B3sfera-desde-que-es-reserva-de-la-biosfera
[3] Albert Recio: “Marxismo para el siglo XXI: algunas reflexiones y tesis revisionistas”, Revista de Economía Crítica 26, segundo semestre de 2018, p. 91.
[4] Por ejemplo, Yorgos Kallis: el decrecimiento no es crecimiento negativo o recesión, sino “un proceso organizado de desaceleración, con la liberación del tiempo para pasarlo con la familia y los amigos. Menos trabajo, menos producción y menos consumo, más tiempo para las cosas que realmente importan y nos hacen felices. Nuestras vidas serán mejores. (...) [Tener menos ingresos] no debería ser un problema si el Estado garantiza con el Estado de Bienestar, un nivel básico de servicios en educación, salud o vivienda. El dinero no es importante en sí mismo, no es un fin, sino un medio. Lo que ganamos ahora con dinero, lo podríamos obtener en un futuro con mucho menos dinero, y en muchos casos, mucho mejor sin dinero. El dinero no te hará amar, el dinero no te dará un amigo, el dinero no te hará reír. Seguramente, el dinero es necesario para asegurarte que tengas suficiente para comer o un techo bajo el que dormir. Para asegurar estas necesidades básicas, en nuestro conjunto tenemos dinero más que suficiente –nuestras economías son 2 o 3 veces más grandes de lo que eran solo unas décadas atrás–.” Entrevista de Alba Huerga a Yorgos Kallis, “La única forma de frenar el cambio climático es el decrecimiento económico”, Zeo, 13 de junio de 2019; https://plataformazeo.com/es/giorgos-kallis-frenar-cambio-climatico-decrecimiento-economico/
[5] En una notable entrevista Serge Latouche, en 15/15/15, recupera el tema de la metanoia o conversión, tan querido para mí a través de Manuel Sacristán: “Para cambiar nuestros comportamientos a nivel colectivo, cambiar de sistema, de paradigma e incluso de civilización, en resumen para salir de la sociedad de crecimiento, hay que descolonizar (es decir, antes de nada, deseconomizar) nuestros imaginarios. Para ello, antes hay que comprender cómo estos han sido colonizados, y así, pues, hacer una metanoia, un recorrido inverso en el pensamiento. Las sabidurías, las filosofías, las religiones (…) que insistían en la virtud de la templanza y la necesidad de la autolimitación han sido abandonadas, inhibidas, traicionadas. Es una larga historia. Cada una de las etapas que ha desembocado en la sociedad globalizada de mercado es concomitante con cambios importantes en distintos órdenes: técnico, cultural, político. La invención de la doble contabilidad y la de la banca, de las órdenes mendicantes y los brotes herejes, del autogobierno de pequeñas repúblicas italianas y flamencas, en la primera fase del capitalismo de mercado en una Europa cristiana y feudal. La Reforma, el trastrocamiento ético de Bernard de Mandeville y el cambio de hegemonía cultural con el triunfo de las Luces y de la Modernidad gracias a las revoluciones políticas burguesas nacionales, cuando la emergencia de la sociedad termo-industrial, caracterizada por la opción del fuego y la utilización de las energías fósiles. La revolución digital y la instalación de lo virtual, la contra-revolución neoliberal, todas las cosas que hacen desaparecer las últimas barreras hacia lo ilimitado y la desmesura, en la emergencia contemporánea del imperio mundial del mercado. Liberarse de la capa de plomo de la ideología dominante, aun cuando la enorme máquina mediática se esfuerza en descerebrarnos, no es una tarea fácil. Felizmente, tenemos dos hemisferios en el cerebro y el izquierdo sigue resistiendo… Puede despertarse en todo momento. Toda esperanza no está pues perdida y conviene regocijarse serenamente del milagro de estar simplemente vivo”. Entrevista con Serge Latouche: “Los valores sobre los que descansa el progreso no son para nada universales”, revista 15/15/15, 23 de febrero de 2019;  https://www.15-15-15.org/webzine/2019/02/23/entrevista-con-serge-latouche-los-valores-sobre-los-que-descansa-el-progreso-no-son-para-nada-universales/
[6] El Green New Deal plantea aumentar el aprovechamiento energético mediante fuentes renovables y una electrificación masiva de nuestro sistema socioeconómico, generando toda una serie de puestos de trabajo (green jobs) que permitan mantener más o menos nuestra estructura socioeconómica y el crecimiento indispensable para el mantenimiento del capitalismo.
[7] Joaquim Sempere, Las cenizas de Prometeo: transición energética y socialismo, Pasado & Presente, Barcelona 2018.
[8] Robert Pollin, “Decrecimiento vs. Nuevo New Deal verde”, New Left Review 112 (en español), septiembre-octubre de 2018; https://newleftreview.es/issues/112/articles/robert-pollin-decrecimiento-vs-nuevo-em-new-deal-em-verde.pdf
[9] Un plan expansivo de tipo Green New Deal, con cientos de miles de nuevos empleos verdes, decenas de miles de toneladas de nueva infraestructura, etc, no va a reducir las emisiones de GEI al menos durante el tiempo de transición (decenios). Sólo tendría sentido si a la vez se logra una reducción radical del uso de energía. Pero proponerlo porque sabemos que no somos capaces de esa reducción radical (como hacen Héctor Tejero y Emilio Santiago Muíño en su libro ¿Qué hacer en caso de incendio?) es un contrasentido ecosocial, y los movimientos ecologistas no pueden apoyarlo. Con el Green New Deal el poscapitalismo es del todo incierto, pero perseverar en la destrucción de la biosfera está garantizado. Es un puro como si: hagamos como si la crisis ecológica fuese mucho menos grave de lo que de hecho es, para poder todavía creer que “evitar la crisis ecológica es, aunque complejo, técnicamente posible” (Héctor Tejero y Emilio Santiago Muíño, ¿Qué hacer en caso de incendio? Manifiesto por el Green New Deal, Capitán Swing, Madrid 2019, p. 102).
[10] Véase por ejemplo Mark Burton y Peter Somerville, “Decrecimiento: una defensa”, New Left Review 115 (en español), marzo-abril de 2019. En nuestro país, como se sabe, fue pionero Carlos Taibo (En defensa del decrecimiento, Los Libros de la Catarata, Madrid 2009).
[11] En un conocido chiste, el borracho está buscando su llave debajo de un farol, aunque se le ha caído en un lugar oscuro veinte metros más allá, porque debajo del farol hay más luz. Una buena parte de la condición humana –nuestra condición de Homo compensator, como diría Odo Marquard– está encapsulada en este chiste. Las búsquedas en el seno del “capitalismo verde” ¿no nos remiten a esta situación?

En Jorge Riechmann. Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros. Sobre transiciones ecosociales, colapsos y la imposibilidad de lo necesario. MRA Ediciones. 2019

domingo, 26 de enero de 2020

Pasó el momento de pensar en transiciones ordenadas y graduales




Una transición energética hacia sociedades sustentables quiere decir, sin duda, energías renovables (y una descarbonización muy rápida de la economía). Así que la pregunta clave resulta ser: para mantener sociedades complejas ¿qué pueden proporcionarnos las fuentes renovables de energía? En años recientes, y en nuestro país, esta cuestión trascendental ha sido objeto de un vivo debate, que no resulta posible resumir aquí.[1] Una buena síntesis de nuestra situación la proporciona Emilio Santiago Muíño:
“Nuestra situación es de emergencia planetaria. Y el tipo de intervención política que requiere la sostenibilidad se parece más a las transformaciones súbitas y revolucionarias dadas en las naciones industriales bajo la economía de guerra de la II Guerra Mundial que a la Agenda 2030.
Pero la tragedia de nuestra época es que lo ecológicamente obligatorio es políticamente imposible. La transición ecosocial debe cabalgar esta contradicción desgarradora, empezando por clarificar el debate real. A continuación, algunas cuestiones clave:
1) Las energías renovables son inagotables a escala temporal humana pero muy limitadas en su aprovechamiento. Se trata de dispositivos no renovables de captación de energía renovable que producen electricidad en sociedades no eléctricas (electricidad=20% consumo energético hoy).
Una placa solar o un aerogenerador requieren muchos minerales finitos, muchos de ellos próximos a su agotamiento. Las ubicaciones geográficas óptimas también son limitadas (…): los campos eólicos de calidad en España ya han sido ocupados.
La electrificación total del transporte es un nudo técnico irresoluble (transporte pesado y aviación). Y hoy las renovables funcionan gracias al subsidio fósil. ¿Cómo podría funcionar un campo eólico marino sin combustibles fósiles para minería, montaje, o mantenimiento?
2) Las dos hipótesis centrales del desarrollo sostenible, si definimos desarrollo como crecimiento económico exponencial empujado por expansión constante del beneficio capitalista, son falsas. Ni la intensidad energética puede descender al infinito ni la economía se desmaterializa. Los logros en estas líneas son trampas al solitario, basados en la externalización de los procesos industriales y sus impactos ecológicos al Sur global. La green smart city europea sería imposible sin China convertida en un infierno dickensiano. (…)
3) Por ello el 100% renovable debe ir unido a una economía poscrecimiento. Sin duda, esto supondría una transformación civilizatoria revolucionaria que no sabemos hacer. (…) No se trata de hacerlo mejor, sino de hacer menos. El espíritu rector de la futura Ley de Cambio Climático y Transición Ecológica debería ser siempre el ahorro energético como vía para el descenso del consumo de energía primaria, definiendo la eficiencia como un medio supeditado a este objetivo final.”[2]

Se trata de una cuestión sin duda compleja, y la bibliografía relevante ocupa muchas estanterías; atendamos aquí sólo a un estudio reciente. Hay que tomarse este informe del Instituto Manhattan sobre transición energética y Green New Deal con una pizca de distancia crítica, pues su análisis viene de donde viene: los think tanks del capitalismo global basado en combustibles fósiles.[3] Pero las leyes de la física son las mismas para procapitalistas y anticapitalistas. Y ese análisis sólo viene a confirmar otra vez que las fuentes renovables de energía no pueden proporcionar la superabundancia de los combustibles fósiles a la que nos hemos acostumbrado, ni por tanto hacer viable un próspero “capitalismo verde” (enseguida volveremos al Green New Deal).

Puede servirnos como conclusión provisional el resultado al que llega el físico Antonio Turiel, uno de los mayores expertos en energía en nuestro país. Según Turiel, una estimación realista del potencial máximo que pueden proporcionar las energías renovables estaría entre un 30 y un 40% del consumo total mundial actual.[4] Argumenta que una transición energética a las renovables implica forzosamente dejar de crecer y, por tanto, ir hacia economías de “estado estacionario”, incompatibles con el sistema socioeconómico actual. Además, insiste Turiel, dicha transición requeriría al menos tres decenios años de un esfuerzo equiparable a una “economía de guerra”, que eliminase toda actividad superflua y concentrase todos los recursos económicos en dicha transición.[5]




[1] Me he ocupado del mismo en Jorge Riechmann, Ecosocialismo descalzo. Tentativas (con contribuciones de Adrián Almazán, Carmen Madorrán y Emilio Santiago Muíño), Icaria, Barcelona 2018, p. 75-83. Véase también, para aterrizar en la realidad, Pedro Prieto: “Energías renovables: potencia instalada vs. factor de carga, crecimiento, demanda, porcentajes, producción…”, revista 15/15/15, 14 de julio de 2019; https://www.15-15-15.org/webzine/2019/07/14/energias-renovables-potencia-instalada-vs-factor-de-carga-crecimiento-demanda-porcentajes-produccion/
[2] “Elecciones, LCCTE, ‘Green New Deal’, decrecimiento… un hilo de Emilio Santiago Muíño”, en el blog Transiciones y colapsos, 17 de febrero de 2019; https://transecos.wordpress.com/2019/02/17/elecciones-lccte-green-new-deal-decrecimiento-un-hilo-de-emilio-santiago-muino/
[3] Mark P. Mills, The “New Energy Economy”: An Exercise in Magical Thinking (informe del Instituto Manhattan), marzo de 2019; https://www.manhattan-institute.org/green-energy-revolution-near-impossible; https://media4.manhattan-institute.org/sites/default/files/R-0319-MM.pdf
            El resumen ejecutivo del informe dice: “Durante décadas ha estado creciendo un movimiento para reemplazar los hidrocarburos fósiles, que en conjunto suministran el 84% de la energía mundial. Comenzó con el temor de que nos estábamos quedando sin petróleo. Desde entonces, ese temor ha migrado a la creencia de que, debido al cambio climático y otras preocupaciones ambientales, la sociedad ya no puede seguir tolerando la quema de petróleo, gas natural y carbón (…). Hasta ahora, el viento, la energía solar y las baterías, las alternativas preferidas a los hidrocarburos, proporcionan aproximadamente el 2% de la energía del mundo y el 3% de la de EEUU. No obstante, una nueva y audaz proclama ha ganado popularidad: estamos en la cúspide de una revolución energética impulsada por la tecnología que no sólo puede reemplazar rápidamente a todos los hidrocarburos, sino que inevitablemente lo hará.
Esta ‘nueva economía energética’ se basa en la creencia –pieza central del Green New Deal y otras propuestas similares aquí y en Europa– según la cual las tecnologías de energía eólica y solar y el almacenamiento de electricidad en baterías están experimentando el tipo de disrupción que hemos visto en la informática y las telecomunicaciones, reduciendo drásticamente los costes y aumentando la eficiencia. Pero esta analogía central desdibuja las diferencias profundas, basadas en la física, entre los sistemas que producen energía y los que producen información.
En el mundo de las personas, los automóviles, los aviones y las fábricas, los aumentos en el consumo, la velocidad o la capacidad de carga hacen que el hardware se expanda, no que se contraiga. La energía necesaria para mover una tonelada de personas, calentar una tonelada de acero o silicio, o hacer crecer una tonelada de alimentos está determinada por las propiedades de la naturaleza cuyos límites se establecen por leyes de gravedad, inercia, fricción, masa y termodinámica, no por software más inteligente.
Este documento subraya la física de la energía para ilustrar por qué no hay posibilidad de que el mundo esté experimentando, o pueda experimentar, una transición a corto plazo hacia una ‘nueva economía energética’. Entre las razones que cabe aducir:
• Los científicos aún tienen que descubrir, y los empresarios aún tienen que inventar, algo tan notable como los hidrocarburos fósiles en cuanto a su combinación de bajo coste, alta densidad de energía, estabilidad, seguridad y transportabilidad. En términos prácticos, esto significa que gastar un millón de dólares en aerogeneradores o paneles solares para suministro de electricidad, durante 30 años de operación, producirá aproximadamente 50 millones de kilovatios-hora (kWh), mientras que si el mismo millón se gasta en una plataforma de esquisto producirá suficiente gas natural durante 30 años para generar más de 300 millones de kWh.
• Las tecnologías solares han mejorado mucho y continuarán siendo cada vez más baratas y más eficientes. Pero la era de la multiplicación por diez ha terminado. El límite físico para las células fotovoltaicas de silicio, el límite de Shockley-Queisser, arroja una conversión máxima del 34% de los fotones en electrones; la mejor tecnología fotovoltaica comercial actual ya supera el 26%.
• Las tecnologías de energía eólica también han mejorado mucho, pero aquí tampoco quedan ganancias con múltiplos de diez. El límite físico para una turbina eólica, el límite de Betz, establece una captura máxima del 60% de la energía cinética en el aire en movimiento; y las turbinas comerciales de hoy ya superan el 40%.
• La producción anual de la Gigafactory de Tesla, la fábrica de baterías más grande del mundo, podría almacenar la demanda anual de electricidad en los Estados Unidos durante de tres minutos. Requeriría mil años de producción el fabricar suficientes baterías para almacenar la demanda de electricidad de los Estados Unidos en dos días. Mientras tanto, por cada libra de batería fabricada se extraen, transportan y procesan entre 50 y 100 libras de materiales.”
[4] Antonio Turiel, “El ocaso del petróleo”, conferencia en el Centro Cultural Villa de Móstoles, Móstoles (Madrid), 5 de junio de 2017.

En Jorge Riechmann. Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros. Sobre transiciones ecosociales, colapsos y la imposibilidad de lo necesario. MRA Ediciones. 2019