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miércoles, 13 de mayo de 2020

¿QUÉ TE ESPERABAS?






En las primitivas galerías de juego, los primeros programas
gráficos o la experimentación militar con conexiones craneales
está la metáfora de lo que llamamos nuestra vida; esa alucinación
consensuada y experimentada diariamente por billones de legítimos
operadores en todas partes, esa representación gráfica de la
información abstraída de los bancos de todos los ordenadores del
sistema humano. Una complejidad inimaginable. Ingresar a esta
complejidad, matriz o ciberespacio, no es más que proyectar una
especificidad de existencia dentro de ella.






Somos fragmentos de un dios aburrido
que ha olvidado su naturaleza divina.

Maravillados con este cuerpo
y este papel de protagonistas
en este mundo salido de nuestra propia ilusión
permanecemos
hasta que termina el breve sueño de la vida.

Morimos y a los pocos segundos solo con un gran esfuerzo
podemos recordar las sombras que hemos creído eran
nuestros seres más queridos,
unos pocos segundos
y solo alguna frase ya sin sentido del tipo

—Yo he estado en México,

reconocerás como tuya
o pensarás que ha sonado en algún lugar,
unos pocos segundos
y los paisajes,
tu triciclo de niño,
el oro de la infancia,
la sonrisa de la abuela,
el agua azul cielo del pozo del patio de la casa de Moguer,
el viento barriendo las dunas a finales del otoño,
los cuerpos que amaste, la fiebre de darte...

Todo lo pasado, presente y futuro
ya ni siquiera como palabras, deshaciéndose
como cohetes que estallan en la noche.

Y entonces comprobar que morir
no es más que volver a reconocernos
como parte escamoteada a la divinidad.




Antonio Orihuela. Todo el mundo está en otro lugar. Ed. Baile del Sol. 

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