Páginas

domingo, 19 de julio de 2020

SILITHUS de ENRIQUE FALCÓN -fragmentos III-




Recordamos:

Cuando los osos polares abandonaron las regiones del norte
mendigos y vagabundos
se volvieron compañeros blancos,
hocicos que unánimes
revolvían la basura de las áreas urbanas
solo un poco más al sur.

Recordamos:

Aquel hombre-de-dos-siglos decía
que también los arces maldecirán junto al árbol del zakkum,
y la loma de hierba, su pulsión generosa,
la alameda que despliega sus diez alas de arcángel,
toda su amplitud
en la entrada nativa del bosque.

Recordamos:

Cuando los poemas que escribían hombres y mujeres
aún podían incluir el nombre de las estaciones
y ese nombre se tallaba en anillos y en árboles y en corales,
sin ninguna prepotencia ni ninguna vanidad,
cuando hormigas y caimanes no se despertaban
de sus largas pesadillas tan cerca de los polos
y tormentas y sequías espaciaban algo sus encuentros
según fuera dictando la constante de Arrhenius

también nosotras –entonces– recordábamos.

Pero ahora
la Estación Espacial da vueltas al planeta y llora,
dan vueltas en su estómago dieciséis hombres muertos.

Ay de las épocas en que sus poetas
solo pueden escribir apocalipsis.

Ay de los hombres que tienen que tallar
–en la corteza de los últimos árboles–
nombres de una lengua a punto de olvidarse.

En los extractos de un Libro de Sueños
también nosotras habíamos entrevisto
las espléndidas ciudades cantadas por rimbaud
bajo las barbas del whitman
ortas, cañamares, riechmanns, orihuelas
ojo a las transparencias de los cuerpos de bacon
las manos amistosas en los versos de viejísimas poetas
habíamos inyectado en la retina piezas de dalton y de arendt
el asombro vivo de nuestros zuritas las
ettys hillesums
con el rictus y la exquirla de una firme sintaxis:
luksemburg y lenin,
erasmo y hinkelammert: ha-
bíamos aprendido
y habíamos aprendido
inflamadas en las leyes del combate espiritual,
totalmente cribadas en los ejercicios masnavi de ignacio,
la ley de la serenidad con las manos del buda
silbado en las colinas cantadas por ludwig
los antiguos saludos que ofrecíamos al día,
los que pintaron joplin, corlot y dalmeida
al final de la superstición con los dedos del goya.

Comíamos arp. Devorábamos bretón.

La voz iluminada de mahalia jackson procedente de otros mundos.
Los poemas tubulares de shendan y de bando.

Curtidas en los bailes dialécticos de las Apologías
tasábamos por lo alto el valor de los hombres:
advertíamos la inclinación de las balanzas y el umbral de la catástrofe:
sellábamos relatos de amor en los nuevos evangelios.

Vencidos por sus propios sueños para otros,
inversamente, pero en otro tiempo
nuestros padres se habían figurado seres libres

saturaciones del Inoculador y las Élites Durmientes

arcontes módim-uno, los llamábamos
nada seguros de si levantaban las manos hacia un cielo vacío
en el tiempo de los últimos hechos,

nanochips de simulaciones falsas
–sueños inducidos,
extenuantes sueños palindrómicos.

Una canción disonante
que colmaba la separación de los hombres tras una voz sombría
un canto que avistaba la muerte
prenda de un incendio volcada en cada canto
(como una flauta recta, pedía el Gitanjali)
casi siempre a nuestro lado
y dispuesta en nuestra boca a prestar nuevos servicios.

Era la violencia de un dulce sueño permanente
en lugar de las violencias de los campos de exterminio

           lo que presuponía decir:

           una cabeza de Blake
           una foto (de Peter Beard): la carcasa de una cebra
           carpetas moteadas
           una sobrecama marroquí
           una silla torcida
           marcas de pintura en disposición leopardo
           brochas y pinceles
           la matanza de Poussin

Los mundos en los que desaparecíamos
ya han desaparecido:
los cuerpos que duermen
de los hombres abiertos hacia atrás                                        [Mann]
son peinados
son peinados por las banshées enroscadas sobre sillas de piedra
acicalan los cabellos de los cuerpos que vigilan
y después abandonan sus cepillos en los caminos del bosque.

Esta tierra ya estaba preparada
y lista al fin para perdernos.

Por entonces todas las cosas
contenían el peso de alguna advertencia:
la medida de su asombro o de alguna salvación.
Y abrazadas a una almohada
dando vueltas al despecho,
recreándonos en el placer de ese círculo errante
que cerrado entre sí mismo
convocaba lo peor,
os ofrecíamos –forzadas– un impuesto de vientres
(pero en cada cesto, debajo del grano,
había un cuchillo escondido).

Lo que era decir:

que el sueño estimula la economía política,
que un dedo de hombre borra
el comienzo de una civilización, que nada
ha quedado intacto sin raíz o locura
y que todo se inclina a la mudez y a la historia.

Pero para cualquiera que sea su nombre o su tierra
en el comienzo de un mundo
hay siempre una mujer.
Con una serpiente, un ciclo completo de vida
en lo que isis dijo a apuleyo
acerca de los profundos silencios del mundo interior,
la madre del muerto y del resucitado
la gran madre que empuñaba su lanza consorte
en los templos de creta,
la señora del laberinto, la de la jarra de miel.

        Ave       –       Salve       –       Vale









(La inclinación que muestran los mitos
hacia el sexo y la muerte).

Para que el reluciente sueño renazca y prosiga,
albergamos muertos prestados en cada alimento
–un sueño, un relámpago, una nube:
así debemos ver el mundo.                                                    [Vajraccedika]
El origen de todo grupo humano un acto
común de agresión,
       un vínculo generado
a partir del descuartizamiento.

Hartas de entregarnos a ideas derrotadas,
llamábamos amor
a la interrupción de esta serie,
una suerte de discordia levantada contra el tiempo.

Tumba y cocina.
Para ese don vulnerable cocíamos y enterrábamos:
la sutura que, sin viento, concita a los que aman
–baile con que la compasión
buscaba despertarse a sí misma.

Pero también recordamos:

Si el árbol del mundo es un patíbulo.
Si el árbol de la cruz es un patíbulo.
Si el árbol de la ixtab es un patíbulo.
..................................................................... [d V.1]

En el derramamiento de sangre
–la constitución del Estado
En el sacrificio de gente
–el consumo de masas
En el desplazamiento de hombres
–una intacta paz social.

En los valles nativos del alma
los ricos se nutrían del cuerpo comestible de la hainuwele
y con maxilares feroces ofrecían
–topándose contra el vacío–
un apetitoso banquete funerario.
Todo cuerpo es una colección:                                                [Greif]
la comida reconfortante en la pira de lágrimas,
la lanza de madera endurecida en el fuego,
las excoriaciones del táser, trigo y vid en el grano
que rezuma de la médula del Buey.

Los mundos en los que desaparecíamos
ya han desaparecido:
los cuerpos son recolectados, las
reveladoras de nombres
musitan y musitan mientras peinan sus cabellos
escarban en la ropa de los hombres que duermen
clavetean sus avisos en las puertas de sal.








Enrique Falcón. Silithus. Ed. La Oveja Roja, 2020
El libro tiene licencias 'Creative Commons' y, se puede leer completo en (https://silithus-falcon.blogspot.com/2020/03/silithus-version-de-regalo.html).
 Se puede reproducir sin mi permiso.





No hay comentarios:

Publicar un comentario