Lo que unos les hicieron a los otros
con sogas, en hogueras, bajo el agua
y estos otros a algunos aún más otros
con piedras, hierro fundido y cuchillos.
Por todas partes, muertos al aire y sin entierro.
No hubo progreso, solo evolucionan
las mil formas de crear dolor y muerte.
Desde muy lejos vienen caminando
fantasmas que reviven su estertor.
No hubo progreso ni hay perdón que valga.
Bastaría con sabernos mortales
frágiles, vulnerables, tan fugaces
para darnos la mano y andar juntos.
Sería suficiente este no saber
ser interrogación en el vacío.
Pero jugamos a dios y a demonio.
Desde la aurora hasta el crepúsculo
tramamos instrumentos de dominio
herramientas que quiebren los huesos
y pongan todo perdido de conciencia.
Que si la rueda, la imprenta y la Luna.
Que si Szymborska, Vermeer y los Beatles.
Pero el garrote vil y los esclavos
y Ciudad Juárez y los mataderos.
El Quijote pesa menos que una niña.
Si escucháramos todos los aullidos
de una vez, sin demoras, de la turba
de los pájaros que arden en sus nidos
de chicas prostituidas en suburbios
y muchachos con una llanta al cuello.
Por no añadir más culpa a la matanza
no juzgo ni sentencio a nuestra especie.
Me arranco la voz, acaricio perros.
Soy culpable por omisión que al menos
lo deja todo falsamente limpio.
Ana Pérez Cañamares. La senda del cimarrón. Ed. Ya lo dijo Casimiro Parker, 2020
El Quijote pesa menos que una niña... afortunadamente.
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