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sábado, 12 de junio de 2021

Jorge Riechmann. Informe a la Subcomisión de Cuaternario. (frag. I)


 


una terrible conjetura astrobiológica

 

Una terrible conjetura sugiere que en los planetas con tectónica de placas y vida basada en carbono (o algo similar) surgen civilizaciones que, incapaces de aprovechar poco a poco el masivo tesoro energético concentrado en los combustibles fósiles, se precipitan al desastre climático —como nos está sucediendo a nosotros.[i] Los astrobiólogos como Adam Frank tratan de comprender y modelizar esas dinámicas.[ii]

Si esa conjetura terrible resulta ser acertada, ¿qué se interpone entre nosotros y ese destino letal? Estrictamente, nada más y nada menos que una creación cultural humana: la ética —con sus posibilidades de autocontención y autoconstrucción. Ser capaces de una “reforma intelectual y moral” (Ortega, Gramsci) bien orientada.

Y es que hay otra interesante respuesta a la paradoja de Fermi, que sugiere Christopher Ryan al final de su libro Civilizados hasta la muerte: si el sentido de la vida es vivirla (más que extraviarse en fantasías de dominación cósmica), quizá las formas de inteligencia distantes no envían señales a través del espacio porque, lejos de abrigar deseos de expansión galáctica, se encuentran bien donde están. Están “en casa en el universo” y aplicadas a la vida buena. Es decir, no tenemos noticias suyas porque han logrado culturas de autocontención viables en el seno de su propia Gaia, quizá reencontrando un ethos más cercano al de las culturas cazadoras-recolectoras que al del almirante Cristóbal Colón.[iii]

 

 

 

una ética sólo antropocéntrica no está a la altura

 

La economía ecológica quizá no basta para proporcionar una perspectiva económica completa: pero resulta indispensable para eso. Si hoy nos presentan un enfoque económico que no incluya una base termodinámica y ecológica, y que no trate la economía humana como un subsistema de la “economía biosférica” total, no hay que perder ni un minuto considerándolo: no sirve, no está a la altura de los desafíos teóricos y prácticos de nuestro tiempo.

El ambientalismo banal piensa que la cosa va de un poco más de contaminación o un poco menos... No, se trata de los niveles básicos de inserción de los seres humanos en la vida de Gaia. Sin nociones elementales de termodinámica y ecología (sin comprender lo que supone la tectónica de placas, la fotosíntesis, las Tasa de Retorno Energético, los paleoclimas, las simbiosis anidadas...) resulta fácil seguir encerrados intramuros de la ciudad humana. Nuestra ignorancia letal.

La economía ecológica quizá no sea suficiente para proporcionar un enfoque completo, pero resulta del todo necesaria. Análogamente en ética. Hoy una ética que sea sólo antropocéntrica, que no sitúe al ser humano en el marco de la miríada de relaciones que mantiene con “los diez mil seres” (como nos diría la tradición china), sencillamente no está a la altura de los problemas teóricos y prácticos de nuestro tiempo. Como nos recuerda Carmen Velayos: “La ecoética se centra en las grandes preguntas del ser humano desde tiempos antiquísimos, aunque es verdad que parte de la filosofía, pongamos en el siglo XX, despreció estas preguntas y así pudo pensar a un sujeto aparentemente descorporeizado y desnaturalizado, tan sólo como sujeto social. El resultado ha sido terrible e injusto con una parte fundamental de nuestro ser, que es profundamente relacional. No me queda más remedio que utilizar una cita de Víctor Hugo que ya he recogido en otra ocasión: «La filosofía se ha ocupado muy poco del hombre fuera del hombre, y no ha examinado más que superficialmente y casi con una sonrisa de desdén las relaciones del hombre con las cosas y con la bestia, que a sus ojos no es más que una cosa. ¿Pero no hay aquí abismos para el pensador? (...). Existe en las relaciones del hombre con las bestias, con las flores, con los objetos de la creación, toda una gran moral todavía apenas vislumbrada, pero que acabará abriéndose paso y que será el corolario y el complemento de la moral humana».”[iv]

Lamentable, pensar la ética como una suerte de algoritmo maestro del bien y del mal. En vez de eso: darnos cuenta de que se trata de modos de vida elaborados culturalmente (y deseamos: críticamente) por las diversas comunidades humanas que habitamos la biosfera terrestre… Pensar en el ethos antes que en las mil sutilezas de los derechos y las obligaciones.



[i] Adam Frank, J. Carroll-Nellenback, M. Alberti M y A. Kleidon: “The Anthropocene generalized: Evolution of exo-civilizations and their planetary feedback”, Astrobiology vol. 18 num. 5, mayo de 2018; doi: 10.1089/ast.2017.1671; https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/29791236 . Síntesis en Lindsey Valich, “Are all societies destined to destroy themselves?”, Futurity, 7 de junio de 2018.

[ii] Véase Adam Frank, Light of the Stars. Alien Worlds and the Fate of Earth, WW. Norton 2018.

[iii] Christopher Ryan, Civilizados hasta la muerte, Capitán Swing, Madrid 2020, p. 281-282.

[iv] Carmen Velayos, “La ecoética en España”, La Albolafia –Revista de humanidades y cultura 2, Madrid, octubre de 2014 (número monográfico sobre Las fronteras de la ética en España), p. 130. Puede consultarse en www.albolafia.com . La cita de Víctor Hugo procede de su obra Los Pirineos, Olañeta, Palma de Mallorca 2000, pp. 118-119.



Jorge Riechmann. Informe a la Subcomisión de Cuaternario. Árdora Ed. 2021

Fotografía de Ambar Past. Varanasi.

1 comentario:

  1. Del libro: Teoría de la religión
    Georges Bataille

    Es un principio fundamental: subordinar no es solamente modificar el elemento subordinado, sino ser uno mismo modificado. La herramienta cambia juntamente a la naturaleza y al hombre: somete la naturaleza al hombre que la fabrica y la utiliza, pero une al hombre a la naturaleza avasallada. La naturaleza se convierte en la propiedad del hombre, pero deja de serle inmanente. Es suya a condición de estarle cerrada. Si él pone al mundo en su poder, es en la medida en que olvida que él mismo es el mundo: niega al mundo, pero es él mismo quien resulta negado. Todo lo que está en mi poder anuncia que he reducido lo que me es semejante a no existir por su propio fin, sino por un fin que le es extraño.

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