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jueves, 7 de octubre de 2021

4 poemas de UNA CALLE CORTADA de ÁNGEL LUIS LUJÁN ATIENZA


 


EL RÍO

 

                                                                                                             Was it for this

                                                                      That one, the fairest of all rivers, loved

                                                              To blend his murmurs with my nurse's song,

                                                                And from his alder shades and rocky falls,

                                                           And from his fords and shallows, sent a voice

                                                                                 That flowed along my dreams?"

 

                                                                                  WILLIAM WORDSWORTH.

 

                       I

 

Mira ahora el río. Escribe tu epitafio

y mi renacimiento

en la igualdad del agua.

El tiempo es, para él,

barro sin arte,

las frases añadidas a la nada.

Y sin embargo, hasta los ojos,

si probara a entornarlos,

dudarían,

¿quién hoy podría confundirme a mí

con una luz que el viento desenvuelve,

con un ave de vuelos singulares,

con una flauta en boca de los dioses,

con esa llama interna del espacio,

con todo lo que invoco al invocarte?

¿Quién hoy podría hacer verdad mi vida?

Por eso, me apetezco en sus espumas,

camino con su nombre a las espaldas,

y un día te sorprende mi reflejo a sus orillas,

cuando me creías lejos.

 

 

                        II. Después del baño.

 

Entramos en el río, en el cristal

de vida, con los pies de barro,

al soplo de los árboles,

los álamos más ciertos.

Estábamos tan sucios, y tan sordos

del camino,

tan vagamente lejos

en nuestra confusión de pasos,

distantes de nosotros, sobre todo.

¿Te acuerdas que, a la vista fue,

cuando surgió de pronto,

agazapado en la maleza,

la soledad del tiempo hecha recodo,

el agua con un sol en cada esquirla,

la luz, la luz dura exprimida

tensarse en el amor, y tan a mano?

¡Y qué alegría desnudar las ropas,

y vestirse un dibujo de corriente,

saberse con el cuerpo en puras manos,

y abandonarse bajo el hondo azul

como un gran ojo

que mira dilatarse el tiempo!

Y ahora, de nuevo en esta orilla,

sin odio y sin rescate, en reunión tan limpia,

qué amor más escuchado,

y qué nostalgia extrema

por no haber quedado para todo en agua.

 

 

           III. Canto rodado.

 

Guijarro que ha aprendido el agua

que no me tocará, sólo materia,

dureza de la luz

en que has cuajado desde

los lodos de los siglos,

y el ojo en que se han visto

los álamos, el carrizal,

la aguda languidez de los bañistas,

reflejos de una estrella en el atardecer,

mil veces solitaria,

y en qué idioma, con qué dientes

pronunciarás sus nombres,

con qué silencios los conservas.

Eres la música redonda que resume

un oro desvivido por los cielos,

sacado de algún sueño por pisadas

que el polvo acabará por retornar

sin quejas. Tú tienes el tamaño

de la incomprensión y el orden.

Hay quien soñó ser como tú,

piedra pequeña como tú,

yo pido contemplarte

así, disminuido mundo

de lo que amaba y que he perdido,

y encontrarlo recogido en ti,

ligero canto.

 

 

                                   IV

 

Volveremos al río por la tarde,

cuando el esmalte rojo de los cielos

refleje, su agonía, volveremos

tal vez ya no tú y yo,

que somos viejos,

de una vejez acaecida

demasiado pronto,

sino unos hijos de palabras,

no pájaros, no esquinas,

por lejanos rastros.

 

 

                        V. Rama.

 

No sé lo que acaricia cada tarde

lo fino de mi vida

con su paso.

Soy la rama que el viento ha desgajado,

la pajarera de todos los granizos,

y cuelgo ahora del hilo

más frágil,

también el más robusto

porque es la persistencia que me tiende el tronco.

Así, ciega de noche, que las yemas fueron

pupilas que se ajaron,

y sorda en la lisura de los nudos

(donde el eco de pájaros se hacía),

una mano constante y temblorosa

siento rodar en torno a mi cansancio,

y aunque es la mano fría de las aguas,

creo,

su frialdad es de la luz más recordada,

la que brilla incluso más adentro que yo

y seré su leña

final.


 


                          NI SIQUIERA MIGAS


Por único caudal la vida:

una porción escasa para repartir.

Los pájaros se comen las migajas

que en la ventana se alborotan,

y no soy yo quizá ni alféizar

en que el mediodía expande

su ceguera de espejo bajo el cielo;

tal vez ni el pan del que se desmenuza

la dura sangre blanca

por que pelean gorriones y palomas;

y mucho menos habré sido

la mano providente

que en un gesto que corta los cristales

derrama el alimento y siente el sol

de los días exteriores, y se entrega.

Abajo, en el jardín, ya no hay mendigos

con los que compararme,

y creo que soy no más el soplo que dispersa

la comida que algunos han legado,

y azota a desatentos animales,

y arranca de los árboles las flores

sin gusto ni latido, y echa arena

de fuego hacia los ojos de quien pasa.


 

EXTRAÑA CARGA


A espaldas con la luz,

como un titán o monstruo,

que mansamente pesa

(en orden aparente la mañana),

de aquellos días que quemaban pronto

como leña muy seca

de carrasca,

o apretada piña.

Como en un saco de ausencia

o de carbón se vierte el mundo

y la materia sucia,

y yo, a la espalda todo

(la noche con la luz),

he de asustar los niños,

he de dejarlos limpios,

he de arrancar los sueños

que nos hacen desdichados.




PUERTO PESQUERO


Desnudo vuelve el sol ahora a este puerto,

el dique es la pared de tantas tardes,

y niños pescadores se amontonan,

se convierten en sombras de las aguas.

No sé si estoy de dentro o fuera de la escena.

Al otro lado extraño el mar, el mar,

que arroja, sin mensajes, gaviotas.

Un hombre ya mayor dirige a un niño

la pesca que lo saque de sus años.


Ángel Luis Luján Atienza. Una calle cortada. Ed. Devenir, 2005

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