EL RÍO
Was
it for this
That
one, the fairest of all rivers, loved
To
blend his murmurs with my nurse's song,
And
from his alder shades and rocky falls,
And
from his fords and shallows, sent a voice
That
flowed along my dreams?"
WILLIAM
WORDSWORTH.
I
Mira ahora el río. Escribe tu epitafio
y mi
renacimiento
en la
igualdad del agua.
El tiempo es,
para él,
barro sin
arte,
las frases
añadidas a la nada.
Y sin
embargo, hasta los ojos,
si probara a
entornarlos,
dudarían,
¿quién hoy
podría confundirme a mí
con una luz
que el viento desenvuelve,
con un ave de
vuelos singulares,
con una
flauta en boca de los dioses,
con esa llama
interna del espacio,
con todo lo
que invoco al invocarte?
¿Quién hoy
podría hacer verdad mi vida?
Por eso, me
apetezco en sus espumas,
camino con su
nombre a las espaldas,
y un día te
sorprende mi reflejo a sus orillas,
cuando me
creías lejos.
II.
Después del baño.
Entramos en
el río, en el cristal
de vida, con
los pies de barro,
al soplo de
los árboles,
los álamos
más ciertos.
Estábamos tan
sucios, y tan sordos
del camino,
tan vagamente
lejos
en nuestra
confusión de pasos,
distantes de
nosotros, sobre todo.
¿Te acuerdas
que, a la vista fue,
cuando surgió
de pronto,
agazapado en
la maleza,
la soledad
del tiempo hecha recodo,
el agua con
un sol en cada esquirla,
la luz, la
luz dura exprimida
tensarse en
el amor, y tan a mano?
¡Y qué
alegría desnudar las ropas,
y vestirse un
dibujo de corriente,
saberse con
el cuerpo en puras manos,
y abandonarse
bajo el hondo azul
como un gran
ojo
que mira
dilatarse el tiempo!
Y ahora, de
nuevo en esta orilla,
sin odio y
sin rescate, en reunión tan limpia,
qué amor más
escuchado,
y qué
nostalgia extrema
por no haber
quedado para todo en agua.
III. Canto rodado.
Guijarro que
ha aprendido el agua
que no me
tocará, sólo materia,
dureza de la
luz
en que has
cuajado desde
los lodos de
los siglos,
y el ojo en
que se han visto
los álamos,
el carrizal,
la aguda
languidez de los bañistas,
reflejos de
una estrella en el atardecer,
mil veces
solitaria,
y en qué
idioma, con qué dientes
pronunciarás
sus nombres,
con qué
silencios los conservas.
Eres la
música redonda que resume
un oro
desvivido por los cielos,
sacado de
algún sueño por pisadas
que el polvo
acabará por retornar
sin quejas.
Tú tienes el tamaño
de la
incomprensión y el orden.
Hay quien
soñó ser como tú,
piedra pequeña como tú,
yo pido
contemplarte
así, disminuido
mundo
de lo que
amaba y que he perdido,
y encontrarlo
recogido en ti,
ligero canto.
IV
Volveremos al
río por la tarde,
cuando el
esmalte rojo de los cielos
refleje, su
agonía, volveremos
tal vez ya no
tú y yo,
que somos
viejos,
de una vejez
acaecida
demasiado
pronto,
sino unos
hijos de palabras,
no pájaros,
no esquinas,
por lejanos
rastros.
V.
Rama.
No sé lo que
acaricia cada tarde
lo fino de mi
vida
con su paso.
Soy la rama
que el viento ha desgajado,
la pajarera
de todos los granizos,
y cuelgo
ahora del hilo
más frágil,
también el
más robusto
porque es la
persistencia que me tiende el tronco.
Así, ciega de
noche, que las yemas fueron
pupilas que
se ajaron,
y sorda en la
lisura de los nudos
(donde el eco
de pájaros se hacía),
una mano
constante y temblorosa
siento rodar
en torno a mi cansancio,
y aunque es
la mano fría de las aguas,
creo,
su frialdad
es de la luz más recordada,
la que brilla
incluso más adentro que yo
y seré su
leña
final.
NI
SIQUIERA MIGAS
Por único
caudal la vida:
una porción
escasa para repartir.
Los pájaros
se comen las migajas
que en la
ventana se alborotan,
y no soy yo
quizá ni alféizar
en que el
mediodía expande
su ceguera de
espejo bajo el cielo;
tal vez ni el
pan del que se desmenuza
la dura
sangre blanca
por que
pelean gorriones y palomas;
y mucho menos
habré sido
la mano
providente
que en un
gesto que corta los cristales
derrama el
alimento y siente el sol
de los días
exteriores, y se entrega.
Abajo, en el
jardín, ya no hay mendigos
con los que
compararme,
y creo que
soy no más el soplo que dispersa
la comida que
algunos han legado,
y azota a
desatentos animales,
y arranca de
los árboles las flores
sin gusto ni
latido, y echa arena
de fuego
hacia los ojos de quien pasa.
EXTRAÑA CARGA
A espaldas
con la luz,
como un titán
o monstruo,
que
mansamente pesa
(en orden
aparente la mañana),
de aquellos
días que quemaban pronto
como leña muy
seca
de carrasca,
o apretada
piña.
Como en un
saco de ausencia
o de carbón
se vierte el mundo
y la materia
sucia,
y yo, a la
espalda todo
(la noche con
la luz),
he de asustar
los niños,
he de
dejarlos limpios,
he de
arrancar los sueños
que nos hacen
desdichados.
PUERTO
PESQUERO
Desnudo
vuelve el sol ahora a este puerto,
el dique es
la pared de tantas tardes,
y niños
pescadores se amontonan,
se convierten
en sombras de las aguas.
No sé si
estoy de dentro o fuera de la escena.
Al otro lado
extraño el mar, el mar,
que arroja,
sin mensajes, gaviotas.
Un hombre ya
mayor dirige a un niño
la pesca que
lo saque de sus años.
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