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jueves, 25 de noviembre de 2021

La Vieja



 

Españoles, Franco ha muerto.

 

Carlos Arias Navarro

 

 

Estoy sentado en el patio viendo cómo pasan las nubes. Miro los geranios y cuento las flores. Miro las pilistras y cuento las hojas de las pilistras. Me gustan los geranios y las pilistras. A lo mejor jue- go a las canicas. O al zompo. A mi abuela no le gusta que juegue al zompo en el patio. No le gusta porque dice que agujereo el suelo con la púa. A no me gusta jugar a las canicas en el ce- mento. No me gusta porque la canica corre mucho y, porque además, lo que a mí me gusta es jugar a las canicas en los hoyos que hago en la tierra. Pero hoy que a lo mejor hay guerra juego a las canicas. Lo ha dicho mi abuela y lo ha dicho mi madre. Mi padre les ha dicho que no digan tonterías pero les deja hacer. Yo no si habrá guerra, ni si quiero que haya guerra. Mi abuelo Ismael se ríe porque se ha muerto la Vieja. Mi abuelo Zacarías llora porque se ha muerto la Vieja. No me extraña. Cuando el abuelo Ismael dice blanco el abuelo Zacarías dice negro. Mi abue- la Regina se quedó ciega y lo ve todo blanco. Higinio, el otro ciego del pueblo, lo ve todo negro. Pues así mi abuelo Ismael y mi abuelo Zacarías. Mi madre dice que se llevan bien, que discuten por la política, pero que ella de eso no entiende. Yo tampoco en- tiendo. Mi madre y mi abuela han llorado. Y yo también. Aunque no sé quién es la Vieja he llorado porque lloraba mi madre. Es la segunda vez que llora mi madre. Lloró también cuando murió mi hermano Zacarías a los once días de nacer. Yo también lloré por- que Zacarías era mi hermano. Pero hoy ha sido distinto. También he reído porque se ha muerto la Vieja. Reía porque reía mi abue- lo Ismael que fue a la guerra. En la guerra vio a la muerte a sus pies y dice que es muy negra y muy fea. Dice que huele como los meaos de las enaguas de vieja y yo creo que la bisabuela Carmen es la muerte. Bueno, no sé, ahora no. Ahora se ha vuelto loca y no se levanta de la cama. La habitación huele a lejía y ya no huele como la muerte. Era como la muerte antes, cuando hacía lía de esparto en su casa con otras viejas. A mí no me gustaba ir a su casa aunque de vez en cuando me daba una peseta, la muy roñosa. Una vez mi abuelo Ismael me pegó. Mi abuelo Ismael es la perso- na que más quiero en el mundo. Me pegó porque le dije que la bisabuela Carmen era la bruja y que olía como la muerte. Mi madre me dijo luego que el abuelo Ismael me había pegado por- que la bisabuela Carmen era su madre. Pero cuando el abuelo Ismael me contó que la muerte era muy negra y muy fea y que olía a enaguas de vieja yo pensé que la bisabuela Carmen era la muerte. Me pregunto cómo sería el abuelo Ismael cuando era pequeño y cómo había sido su madre, la bisabuela Carmen. Mi madre dice que era guapa, y me enseñó fotos de la bisabuela Car- men con el bisabuelo Diego. Pero son unas fotos tan viejas que yo no me hago una idea. A me parece más bien fea, pero como es la abuela de mi madre... Mi madre dice que el abuelo Ismael casi va con el siglo, y que la bisabuela Carmen es muy vieja. Ya no habla. Sólo grita. Mi madre y mi abuela han ido a comprar aceite y harina porque empieza la guerra. Y debe de ser verdad porque hoy no ha habido colegio. Y dicen que mañana tampoco. Mi madre me ha dicho que vigile a la bisabuela Carmen. Si grita, le das agua, me ha dicho. Sabemos cuándo la bisabuela Carmen quiere algo porque grita. Nunca habla, ni nos conoce y vive como en sueños. Aunque a veces llora y a veces ríe. Es como si supier desde hace mucho tiempo que hoy iba a empezar la guerra. Llora y ríe. Llora y ríe. La abuela Ángeles dice que mi madre nació en tiempos de guerra y está sorda de un oído porque descarriló un tren de bombas. Por entonces el abuelo Ismael y la abuela Ángeles vivían cerca de la estación, y mi madre vivía en el vientre de mi abuela. Mi madre se quedó sorda de un oído dentro del vientre de mi abuela, y mi abuela se quedó sorda de los dos. De ahí le viene la mala leche, dice mi abuelo Ismael. Es buena, dice, pero recela porque vive de oídos para adentro. Mi abuela sabe leer en los la- bios, habla muy fuerte y no hay manera de hacer que hable abo- nico. Y eso desde la guerra, que hace mucho tiempo. A mi abuela no le gusta que mi abuelo le diga a mi madre morita. Mi madre es muy morena pero no es la morita por eso. Es la morita porque la bautizaron cuando tenía cinco años. Ese mismo día les llevó las arras al abuelo Ismael y a la abuela Ángeles. Los casó don Dioni- sio en el convento de las Clarisas ante un Santo Cristo de cartón piedra. Al de verdad, bueno, al de madera, lo quemaron en la guerra. Lo importante es que mi madre dejó de ser morita y ya no irá al infierno. Porque los judíos y los moros van al infierno, dice la Madre Cristo Rey. Para enfadar a mi madre y a mi abuela, mi abuelo Ismael llama a mi madre la morita. Mi madre le riñe. ¡No diga usted esas cosas que lo va a castigar el Señor!, le dice mi ma- dre. Pero yo sé que no. Mi abuelo Ismael es la mejor persona del mundo. Aunque hace y dice cosas que la gente no hace ni dice. En la guerra se aficionó a comer culebras y ahora, sin que la abue- la se entere, comemos culebras. También don Dionisio, el cura. Como en los viejos tiempos, dice. Don Dionisio dice que el de- sierto es demasiado grande y pobre para que el hombre cometa pecado. Hay alianza con la culebra, dice. Luego brindan con vino de la bota por los viejos tiempos, y hablan de la guerra, del Mo- rropartío, y de cuando vieron a la muerte. Por entonces don Dio- nisio no era cura y no estaba por perder la cabeza. ¡Dice unas cosas más raras! Es sabio, dice mi abuelo, y cura y rojo. Don Dionisio también es muy bueno. Mi abuelo caza las serpientes.


Las caza con una caña hueca. Les da unos golpes en la cabeza y luego la serpiente se enrosca y muere. Luego don Dionisio las guisa y nos las comemos. Mi madre dice que no salga a la calle hoy, que toda la gente mala está en la calle. Yo he sido el primero de la casa en enterarme de la muerte de la Vieja. Cuando iba para el colegio lo gritaba Juan el Solo. Gritaba, bailaba y se reía porque se ha muerto la Vieja, y es raro porque Juan el Solo ni siquiera habla. Cerca ya del Cuartel de la Guardia Civil me he encontrado con Elenita. Era raro porque venía del colegio. Don Raimundo, el director, ha dicho que no hay colegio. Ni mañana tampoco, aunque Elenita no sabía por qué. Elenita nunca habla con nadie. Sólo conmigo. Alfonso, el de la Retalera, dice que somos novios. Pero yo sé que no somos novios porque nunca he besado a Eleni- ta. Le regalo cromos cuando japilo cromos de niñas. Pero eso no es ser novios, digo yo. Así que he vuelto para mi casa con Elenita, que es mi vecina. Esta mañana nadie liaba esparto en las calles. Debe de ser por la guerra. Debe de ser que lo de la guerra es ver- dad. Las mujeres estaban todas por las tiendas como locas. Unas reían y otras lloraban. Así que he entrado corriendo en la casa y he gritado, se ha muerto la Vieja, se ha muerto la Vieja. Y enton- ces mi madre ha subido corriendo a la habitación de la bisabuela Carmen. Pero la bisabuela no se había muerto, estaba dormida. Luego mi madre ha puesto la radio y yo me he ido a jugar al pa- tio. Me parece que voy a jugar al zompo. No me gusta jugar a las canicas en el suelo de cemento y total, cerca de la pila, está des- cascarillado. Ahora estoy solo con la bisabuela Carmen. El abuelo Zacarías se ha ido al casino. El abuelo Ismael se ha ido a la parada de taxis. Mi padre no sé dónde se ha ido. Don Dionisio se ha ido a la iglesia. Mi madre y mi abuela se han ido a comprar aceite y harina porque se acerca una guerra muy fea. Como hoy no hay huéspedes en casa me he quedado solo con la bisabuela Carmen. Cuando regrese el abuelo Ismael le voy a preguntar quién es esa Vieja que se ha muerto. Debe de ser muy vieja y muy fea para que haya una guerra por ella. A lo mejor ésa es la Vieja, o la muerte que vio el abuelo Ismael a sus pies. Tiene que ser más vieja que la bisabuela Carmen que ya grita porque quiere agua. Aunque a lo mejor le duele algo porque tiene una enfermedad muy mala y le salen llagas. La semana pasada se le cayeron dos dedos de un pie. A la abuela Ángeles no le gusta que la bisabuela Carmen grite. Ella no la escucha pero dice que por eso se van los clientes de la pensión. Mi madre le riñe a la abuela Ángeles y le dice que tenga compasión. Ya lo sé, hija, ya lo sé, hija, dice la abuela Ángeles. Luego se sienta en una silla y se resigna. Creo que no voy a jugar al zompo. No le gusta a la abuela... Ha entrado alguien. Son la abuela y mi madre. La vieja sólo ha gritado una vez, he dicho a mi madre. Pero las dos lloran. Lloran porque ya no quedaba aceite ni harina en las tiendas. No llores más, le ha dicho mi abuela a mi madre, saldremos de ésta. Vamos a cambiar la cama a la mamá Carmen. Yo maldigo a esa Vieja, a la otra, a ésa que sí que debe de ser muy negra y muy fea y que tanto asusta a mi madre.



Federico de Arce. La Vieja. Descrito Ed. 2015

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