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lunes, 16 de mayo de 2022

DE UNO (I)


 

la reunión

(narra un observador):



El recinto, la Casa, es lecho de vaivenes.

Los estíos continuos envuelven la Esfera y alimentan al hueso.



Los Uno —vivos— van

muriendo —muertos—. Se acostumbran:

vienen se van.



Mientras

tanto

acciones.



Como siembra

se arruinan y renuevan el brote.

Sacian el hambre. Hurgan.



La Esfera: el templo de las hachas, de las perforaciones,

la cavidad del viento, el tazón

rebosante de clavículas que alteran

la felicidad.



Ella:

durmiente, procreada, alzadora de vivos y de muertos.

Ella:

sustancia pensamiento: urdimbre

de tormentas —¿hay

desdicha?— porque

se despedazan

los pulmones

se tienden

como el charco embarrado.



Uno desdobla el índice y apunta hacia la esfera.

Uno vigila el ojo que salpica de lodo a la jauría.



Salivazos de asombro los quebrados: los Uno

despeñarán su fondo

hacia los intestinos de la Casa.



Reorganizadores, mansos de gesto lento.

Los que se van sin ver.

La andadura tribal corriendo en círculo.

Cantando.



Entre el sueño y el ancho

de los ríos —como una sepultura

alejada del rezo—: cadenas de sonido.



Ver-oler-oír-tocar.

Lo nombrado no engendra más inicios.

Intermitentemente

aúlla la luz.

Los Uno se ladean.

¿Qué puede estar pasando?



Lola Andrés. De uno. Ed. Contrabando, 2022

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