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martes, 17 de mayo de 2022

DE UNO (II)



Caerá con el tiempo nuestro nombre en el olvido,

nadie se acordará de nuestras obras;

pasará nuestra vida como rastro de nube,

Sab 2, 4-6



Decidme qué dulzura

tendrá que adormecer tanta tragedia

qué bondad de los nimbos

empapará el candor de los inmensos

comedores de aire

qué portará el decir

dónde el crujido

del látigo que azota lo absoluto.




***

 


Si fueren destruidos los fundamentos,
¿Qué ha de hacer el justo?

Sal 11, 3 





Es aquí donde miro o un poco

más allá solo esta distancia —no otra—

me engulle pero en el centro

en el abierto toldo

que ensombrece, allí

en la captura de algo

lentitud de los posos—

me abro-miro más

¿cómo mostrar las lejanas esferas

que conozco?



He mirado más

allá de los últimos árboles

sé qué reflejos qué simas

¿qué otro ojo

hace de mí palabra insospechada?

¿cómo hallo lo mudo

y entono cetros de inmortalidad?



***



como una flecha arrojada hacia el blanco: 
el aire desplazado vuelve enseguida a su lugar, 
y se ignora el camino que ella siguió.

Sab 5, 12





(última esfera)



Los sin vida son nuestros

desgarrados ¿dónde

habitan? Son

vientos —nos dijeron— otros

trozos se elevan

más allá. Luces

caídas. Bocas

de luz. No

obstante queman

sus desnudos. Chillan

son

bosques en llamas

picaduras de hielo.



Y nosotros, nosotros

los soñados

los destripados vientos

los Uno desde el Uno

sombríos amadores:

cuánto ardor en carrera

piedras mansas

los con vida

el armazón con muerte

las fauces

de la Casa

cómo ver a través

del escozor —del ojo

mutilado―.



La Casa cumple.



Duermen. Los arroyos

de noche

son laderas rasgadas.



Este amor por lo in-tacto.



Ese ruido —el agua sin tragedia—.



El abrazo tenaz de la locura.





Lola Andrés. De uno. Ed. Contrabando, 2022


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