Creo que no hay nadie
con la capacidad de José Antonio Fortes para leer a Lorca entre líneas. El
problema es que a Fortes, para comprender qué nos quiere decir sobre Lorca,
también hay que leerlo entre líneas.
Con lo primero que
rompe Fortes en su libro Lorca: Fraude,
negocio e ideología, es con la pretendida censura franquista sobre Lorca. En
efecto, a poco más de dos meses de su asesinato, el 29 de octubre de 1936, para
conmemorar el día de la fundación de Falange Española, el escenógrafo y pintor
José Caballero, amigo de Lorca y colaborador habitual de La Barraca, levantaba
en la plaza 12 de octubre de Huelva un escenario para el mitin que debía
celebrarse allí esa tarde. Al más puro estilo de la Alemania nazi, y con
desfile incluido de más de dos mil camaradas portando antorchas encendidas, los
actos incluían un original “Auto de Fe de los libros marxistas y amorales”,
como recoge el periódico La Provincia,
donde, según el discurso del Jefe de la Secretaría Política de Falange:
“Habremos de quemar toda la literatura de una triple significación: inmorales,
de masonería y libros marxistas (literatura anarquista, literatura
social-demócrata, Capital de Carlos Marx y Manifiesto Comunista de Engels. En
cambio (…) Yo me acuerdo de la poesía de nuestro tiempo, del Romancero Gitano (…y yo me la llevé al
río, creyendo que era mozuela, pero tenía marido…). De Bodas de Sangre, de García Lorca, del Torillo fiero (…) Y digo con el Cura del Quijote… Estos no merecen
ser quemados (…) porque no han hecho ni harán el daño que los del marxismo
hicieron”.
El 3 de abril de 1937,
el periodista falangista Francisco Villena publicaba en el diario
nacional-sindicalista Amanecer de
Zaragoza un artículo que dedicaba al poeta granadino con estas palabras: «A
Federico García Lorca, en la inmortalidad Imperial de su paraíso difícil». El
artículo lo titulaba De una historia que
vio la Alhambra; y en el mismo se decía
“Fue,
Federico, una tarde de agosto cuando nos hablaron de tu marcha (…) Pero pasó el
tiempo, nos sorprendió el otoño, el Imperio era ya nacido, mas le faltaba el
laúd de su mejor cantor; por eso le cantó sólo la tórtola, porque estaba
triste. Y pasó la caravana errante de los ‘calés’ entre quejas, chasquido de
labios y rumor de besos; y luego vinieron tus imágenes que nos dijeron estaban
huérfanas porque habían perdido la música de tu prosa; y sorprendimos la
campana fanática del convento lejano, desgreñando quedó sus notas, cual
queriendo lanzar tus versos inmortales al pozo tenebroso del ayer, mientras
nosotros, con la misma intención de implacable ira que la campana los lanza,
fuimos salvando uno a uno y gota a gota el bálsamo de consuelo de tu poesía,
que dejamos sazonando el aire con la madre de tu épica Imperial. De tu suerte
preguntamos a una luna, la que siempre acudió a tu conjuro, la que a tu dictado
cubrió la sangre de Ignacio Sánchez Mejías para que tú no la vieses. Nada nos
dijo; pero la vimos empañada con los suspiros de Yahya y las doncellas gitanas,
y entonces recordamos aquellos huevos de la muerte que tú descubriste en las
heridas de Ignacio y que, a decir verdad, estaban ya hace tiempo puestos por
cien mil flautas destempladas entre las estrofas de tu romancero gitano y el
alma de Yerma... huevos de muerte que fueron las arras de tus bodas de sangre.
¡Almas de metal! (…) El Imperio ha perdido su mejor poeta”.
Unos días antes, el 28
de marzo, los falangistas de Antequera publicaron en su semanario Antorcha, una loa por Federico García
Lorca en la que, entre otras cosas le dicen: “Tú hubieras sido su mejor poeta,
porque tus sentimientos eran los de Falange (…) Nadie como tú para sintonizar
con la doctrina política y religiosa de la Falange, para glosar sus puntos, sus
aspiraciones. A la España Imperial le han matado su mejor poeta, García Lorca”,
demostrando con ello en plena guerra su reivindicación del poeta.
Poco después, en zona
republicana, en la revista Hora de
España, Cernuda, al escribir un artículo recordando a Federico, dice:
“Nadie que conociera a Lorca o que conozca bien su obra le hallará el menor
parecido con ese bardo mesiánico que ahora nos muestran”. Un poco antes también
lo había dicho Antonio Machado en esta misma revista: “Lorca era políticamente
inocuo, y el pueblo que Federico amaba y cuyas canciones recogía no era
precisamente el que canta la Internacional”, y también en Fragua Social: “El teatro de Federico no era revolucionario. Todo
lo más que podían achacarle era que se nutría de la más pura cantera popular”.
Juan Ramón aún había
ido más lejos cuando en su Recuerdo al
primer Villaespesa (1899-1901), publicado en El Sol el 10 de mayo de 1936, reflexiona críticamente sobre la
después famosa generación del 27, con Federico García Lorca aún vivo y en la
cumbre de su fama. “El momento actual de la poesía española me recuerda a cada
instante el momento del modernismo. Hoy, el colorismo y el modernismo son o
acaban de ser el ultraísmo, el creacionismo, el sobrerrealismo, el jitanismo,
el marinerismo, el rolaquismo, el catolicismo, el demonismo, el murcielaguismo.
Yo definiría estos «movimientos» españoles como el villaespesismo jeneral. Lo
ve quien vio aquello. En poesía y en todo, en todo lo que viene o no de la
poesía y va no a ella. (…) Bastantes Villaespesas tenemos en la presente
«poesía nueva», y lo que hacen algunos olerá dentro de unos años, a mí ya me
huele, como lo de Villaespesa antier, ayer, hoy (…). Villaespesa estaba
estraordinariamente dotado para la poesía efectista, siempre con las candilejas
al pie. Arrastraba, entonces, como un actor de gran latiguillo y escelso
falsete, y embobaba a la juventud provinciana, como hoy García Lorca.” Con gran
agudeza, Antonio Burgos, en su libro Andalucía,
¿tercer mundo?, escrito en 1971, dirá: “García Lorca, a quien en su día
habrá que revisar como poeta y que, hoy por hoy (…) le ha hecho a esta tierra
casi más daño que los Quintero”. Casi cuarenta años antes Juan Ramón ya había
dicho que lo mejor de Lorca era su Romancero
gitano, “pero éste tampoco tiene espíritu, es otra Andalucía de pandereta,
vista de otro modo, pero de pandereta, poesía externa, brillante, pero sin
espíritu”.
Pero volvamos al tema
de la censura. En 1944 la editorial Alhambra, de Madrid, publicará sin mayor
problema una antología poética de Federico. Eso sí, al precio de 20 pesetas, el
sueldo semanal de un obrero, y en una edición de lujo y limitada a muy pocos
ejemplares. No ocurrirá lo mismo con la importación de la Antología poética que se le edita en México por Costa-Amic Editor
ese mismo año, pero la prohibición no es por el contenido de la misma sino por
el prólogo de Ismael Edwats Matte, donde se acusaba a Falange del asesinato del
poeta.
Hecho que, desde bien
pronto, como hemos visto, la misma Falange intentó desmentir, como hace Serrano
Suñer en una entrevista para El Universal
Gráfico, de México, el 3 de mayo de 1948. "Su muerte fue para la
Falange doblemente trágica: porque venía a convertir a Lorca en bandera del
enemigo, ¡y con qué impiedad lo usó éste!, y porque ella misma perdía un
cantor, el mejor dotado seguramente, para cantar la regeneración revolucionaria
que la Falange soñaba.”
Ni siquiera en
Portugal, donde Lorca era considerado comunista por el Estado Novo, se prohibió
su obra; por ejemplo, La casa de Bernarda
Alba se permitía representar porque, en palabras de la censura de allá,
afirmaba la autoridad de la madre de familia, la tradición, la honra, la
obediencia, la moral, la religión y las buenas costumbres, y todo ello se
ajustaba al ideario político salazarista, o dicho de otra manera, se ajustaba
al ideario político del fascismo.
La propia Pilar Primo de Rivera, en su libro de
memorias Recuerdos de una vida, cita
cómo, en 1952, los teatros ambulantes de la Sección
Femenina de FET y de las JONS, reivindicaban a Lorca y representaban su obra La zapatera prodigiosa. Mientras que
José Luis Alcocer, en Radiografía de un
fraude: notas para una historia del Frente de Juventudes, reconoce que, en
los años 50, "los falangistas del Frente de Juventudes reivindicábamos a
Lorca por encima de otros autores del régimen.”
En 1960, Luis Escobar
recoge en libro de memorias En cuerpo y
alma cómo, en su calidad de director del teatro María Guerrero y Comisario
de los Teatros Nacionales, solicita autorización a la censura para poner en
escena Yerma. Ésta no pone la menor
objeción. Los obstáculos llegan por parte de la familia que, ya por aquel
entonces, pero sobre todo a partir de los años ochenta, veremos ligada a no pocos
escándalos relacionados con el patrimonio documental del poeta, derechos de
autor, cuentas sin cuadrar, gastos onerosos y denuncias por malversaciones de
fondos públicos, fraudes, estafas y toda una gruesa trama de intereses, hechos
y personajes que siguen dando titulares a día de hoy, con un agujero en las
cuentas de la Fundación de más de 8 millones de euros que nadie sabe dónde
están.
Un pleno municipal de
finales de junio de 2018 del Ayuntamiento de Granada aprobó, con los votos en
contra del PSOE, la moción para llevar a Fiscalía la gestión del Centro Lorca.
Nos queda la contestación de Laura García Lorca al periodista Gonzalo Cappa del
diario Granada Hoy. “La familia Lorca
no es un clan”, pero las deudas de la Fundación, presidida por ella, pusieron
en riesgo incluso el legado del poeta. Se temió su partición y venta, incluso
en el extranjero. The New York Times,
en julio de 2016, informó de que, en abril de ese año, “el Ministerio de
Cultura de España aprobó una protección especial para el archivo [Lorca] y
prohibió su venta o su traslado al extranjero. Las autoridades dijeron que
temían que se vendiera parte del legado para resolver los problemas económicos
del centro”. La Fundación ha negado rotundamente que se quisiera partir la
colección, valorada en 17,4 millones de euros por Christie's. La llegada del
legado Lorca a Granada, no es el capítulo final de este drama lorquiano. Ya se
sabe que llega como usufructo, para pagar deudas por un millón de euros en tres
años. En Granada, al Centro Lorca ya le llaman “La Caixa de Bernarda Alba”,
pues es probable que esta entidad, por venta secreta de la familia, sea la
verdadera propietaria de la colección.
Por desgracia, estas
conductas vienen de lejos. En efecto, Lorca, por ejemplo, es aceptado en la
Residencia de Estudiantes, espacio privilegiado de sociabilidad burguesa donde
forjar vínculos de clase, porque así lo dispuso el director de la misma también
colocado a dedo en este puesto de confianza. No algo muy distinto ocurre con la
Junta de Ampliación de Estudios y su red de organismos paralelos,
instituciones, sociedades, círculos, tertulias, mecenas, patronos, directivos,
amigos, etc. que dan corporeidad al menos visible complejo entramado de
relaciones, personificaciones, jerarquías y autoridades cuyo fin último es su
reproducción como clase dominante.
La conquista del Estado
republicano supone también el reparto del Estado entre esta élite llamada a
realizar labores de funcionarios ideológicos de clase, en gran parte, reclutada
entre el señoritismo caciquil o financiero que, por tanto, solo verán en la
cultura una manera de bendecir lo ya dado por las relaciones sociales de
producción. Es en esta aristocracia de la cultura formada por vástagos de la
rica burguesía, banqueros, millonarios, empresarios, altos cargos
funcionariales, etc. donde se conocen todos y se sabe quién es quién, donde hay
que encuadrar a Lorca y a todos los que como él, se beneficiaron de ayudas para
ampliación de estudios (aunque nadie sepa qué estudios), subvenciones sin
justificar, premios nacionales de poesía, etc.
Pero estas actitudes ya
estaban firmemente arraigadas antes incluso del advenimiento de la República,
las denuncia José Díaz Fernández en su ensayo El nuevo romanticismo. Polémica de arte, política y literatura,
publicado en 1930, “el fascismo literario (…) no es tal vanguardia. Es,
sencillamente, una farsa de señoritos que han merodeado alrededor de los
ministerios (…) insistir, además, en el carácter de vanguardia que tiene el
fascismo subvencionado por el Poder (…) si éste ayudaba antes al señoritismo
con empleos y prebendas ahora costea literatura y proclamas”.
El mismo Federico lo
había dejado claro en la primavera de 1929, en unas declaraciones hechas en
Granada a raíz del estreno de su obra Mariana
Pineda. “Yo he cumplido con mi deber de poeta oponiendo una Mariana viva,
cristiana y resplandeciente de heroísmo frente a la fría, vestida de forastera
y librepensadora”.
A la luz de estas
evidencias es, como nos recuerda José Antonio Fortes, donde hay que reflexionar
sobre cada uno de sus actos. No de otra manera hay que leer, por ejemplo, el
acto fundacional de lo que va a ser llamado Generación del 27. Aquella
excursión a Sevilla, en primera, pagada por José María Romero Martínez, poeta
aficionado y presidente de la sección de Literatura de la institución sevillana
que tuvo que dimitir en febrero de 1928 a causa del coste desorbitado (2.267
pesetas de la época), que habían supuesto aquellos fastos de fin semana
organizados alrededor de unos poetas que no conocía entonces nadie, aunque se
llamaran Dámaso Alonso, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Juan Chabás,
Jorge Guillén, Mauricio Bacarisse, Gerardo Diego y José Bergamín. Pedro
Salinas, muy crítico con el que él llamaba el “repugnante Ateneo de Sevilla”,
no acudió a la cita aunque estaba invitado.
El homenaje a Góngora
tuvo, como preámbulo, el agasajo organizado por el torero Ignacio Sánchez
Mejías el día antes, que los recibió en la estación y acompañó por el brujerío
de la noche sevillana con visitas a diferentes tablaos, tabernas y burdeles, y
que concluyó con la juerga flamenca que celebraron en su cortijo de Pino
Montano, donde hubo disfraces morunos, sesiones de hipnotismo, cante flamenco y,
donde como cuenta Jorge Guillén en sus Cartas
A Germaine (1915-1935), “Dámaso, borracho, se puso imposible, cantó en
inglés, hubo que llevarle al hotel. A todo esto, recitaciones de Alberti,
Federico y Gerardo (…) a las seis entrábamos en Sevilla (…) algunos no se han
acostado hasta las doce.” Con este panorama post etílico, el viernes 16 de
diciembre de 1927, aún con las gargantas cascadas por la juerga en Pino
Montano, acudieron a los actos que terminaron con un recital de Lorca y Alberti
de los coros de la Soledad Primera de
Góngora y, ahora sí, un banquete al que acudieron cuatrocientas personas cuando
los recitales y conferencias habían estado prácticamente vacíos. Luego, como
ellos mismos se encargaron de escribirla, la historia sería otra.
La velada careció de
toda trascendencia para los medios de comunicación de la época (sólo recogieron
la noticia, dos días después, los periódicos de la misma Sevilla, y para
calibrar la repercusión en su día, basta decir que, en uno de ellos, comparte
espacio con el reparto de premios en una coral y en los otros solo aparece la
foto y un breve pie informativo), pero poco importa eso cuando este homenaje ha
sido elevado por la automitografía a rito fundacional, si bien ocultando
bastantes detalles menores, por ejemplo, que el homenaje no se celebró en el
Ateneo de Sevilla, ocupado esos días con la preparación de la cabalgata de
Reyes sino en la Sociedad Económica de Amigos del País; y que ya antes, en
Madrid, habían llevado a cabo otros actos menores pero no menos significativos
desde un punto de vista simbólico e ideológico, como una misa en las Salesas
por el alma del poeta cordobés a la que asistieron doce personas. Como las
farsas tienden a repetirse, el diestro extremeño Miguel Ángel Perera promovió,
hace unos años, una reedición conmemorativa de esa reunión con intelectuales de
hoy entre los que no faltaron tenores acosadores, poetas paniaguados y
filósofos reaccionarios.
Un lustro después, el 6
de junio de 1931, en el periódico La Libertad,
escribió José Díaz Fernández, desde sus posiciones de liberal de izquierda,
cercanas a la socialdemocracia, sobre esta literatura de señoritos. “La
literatura de vanguardia, el culto de la forma, la deshumanización del arte, ha
sido cultiva aquí por el señoritismo más infecundo (…) Sería inútil, sin
embargo, que quieran acogerse a las banderas revolucionarias los señoritos de
la literatura. Estamos hartos de estafas y con el ánimo bien dispuesto para
ejecutar al fascismo literario que dedica a Góngora el homenaje de una misa”.
Pero solo unos pocos
parece que estaban dispuestos a resistir. Los más dieron por buenas que así
eran las cosas y trataron de adaptarse a ellas, imitando la literatura de los
señoritos, haciendo del servilismo su bandera y del vasallaje su forma de
medro, intentando con su arte negar la evidencia de la lucha de clases, la
existencia de los privilegios, pretendiendo con sus plumas ser admitidos en el
círculo de los elegidos como funcionarios ideológicos, como le ocurrió al
empecinado Miguel Hernández, ese advenedizo incapaz de comprender cuál era su
lugar de clase, por mucho que por activa y por pasiva se lo recordaran aquellos
a los que pretendía halagar y de los que esperaba una compasión que rara vez
llegó. El 1 de febrero de 1935 le escribe en estos términos a un Federico que
no quería verlo ni en pintura.
“Amigo Federico:
Aún estoy esperando tu
carta, aún no se me agotó la vena de la esperanza: todos los días bajo de la
sierra en busca de ella que no llega. Te escribo en una situación penosísima:
parado, ni pastor siquiera, con novia que no se conforma viéndome así, madre,
padre, hermanas que tampoco, por nuestra pobreza, yo menos. Y no encuentro
trabajo, y cada bocado que como es vigilado con el rabillo del ojo por todos,
que me quieren a regañadientes. No sé, pero si sigo así un mes más me iré Dios
sabe adónde en busca de un ganado y un mendrugo. Quiero que me digas. Federico
amigo, algo, ¿no se estrenará El torero
más valiente? Bueno, hombre. Será que no vale la pena, hice una tragedia
para aliviar la mía. Dime, en cambio, que has visto algún amigo tuyo político
influyente como me ofreciste, que has hallado algún rincón a mi medida.
Moléstate un poco más por mí, hazme el favor.”
¡Qué lejos están uno
del otro! Miguel le escribe desde el pueblo, donde sigue ayudando a sus padres
en el campo, de pastor. Federico vive en la calle de Alcalá de Madrid, junto al
Retiro. Asiste a cenas, es un hombre popular y requerido aquí y allá. Miguel lo
exhorta, le suplica, Federico lo ignora. Cuánta vulgaridad hay en esta carta,
cuánto servilismo rastrero, cuánto descaro al hablar Miguel de dinero, de
pobreza, de necesidad, de tráfico de
influencias, dispuesto a cualquier cosa para salir o saltar de la pobreza a la
fortuna y la fama. Qué diferente todo de ese Alberti subvencionado por la Junta
de Ampliación de Estudios (¿de qué estudios a los treinta y tres años?) para
viajar a Berlín, ese Dámaso Alonso premiado con el Nacional de Poesía por sus
amigos Salinas y Guillén, de aquel mismísimo García Lorca que había encontrado
acomodo inmediatamente en la Residencia de Estudiantes donde nunca estudió nada
o en aquella universidad de Columbia donde lo enchufaron para justificar su
viaje a New York. Los recuerdos de los funcionarios orgánicos son siempre frágiles,
por eso Alberto Jiménez Fraud olvida en sus memorias que fueron las
indicaciones precisas de Fernando de los Ríos sobre su protegido lo que
hicieron que él, nada más ver a Federico, le considerara “en el acto como
miembro de nuestra casa”, hasta 1928, cuando ya hacía cinco que había
“concluido” su carrera de Derecho y cuya licenciatura también le regalaron con
la condición de que nunca ejerciera.
¿Dónde están los
méritos de uno y otros para justificar esta discriminación? Sobre Lorca todos
sus contemporáneos coinciden en que tenía una instrucción literaria muy escasa,
que era de todos ellos el que menos había leído, que era vago, al punto que él
mismo se justifica cuando dice que es poeta de nacimiento. Antonio Espina dirá de
él que era un poeta de oídas. Poeta de guitarra y pandereta, subraya Juan Ramón
Jiménez. Costumbrista trasnochado lo llamará Cernuda. Francisco Ayala lo hacía doctor
en ciencia infusa y, como decía Dámaso, lo que no sabía se lo inventaba.
“A mí, Federico García
Lorca no me acabó de ser simpático como le fue a casi todo el mundo –confiesa
César González Ruano en sus Memorias-.
Era como un chico de pueblo ordinario que se hubiera puesto un lazo de seda en
el pelo y sentado frente a un piano a hacer gracias. Federico era feo, agitanado
y con cara ancha de palurdo. Vestía cursimente y presumía de ser gracioso,
espiritual y mariquita del Sur (…) sus versos (…) con ese cursileo histérico
lleno de ayes, de limoneros, de fascinación por los hombres morenos y de
incursiones en lo folklórico. A mí me pareció siempre un zangalotino”.
Cómo es posible que un
gobierno de izquierdas y a un personaje así se le apruebe un proyecto como La
Barraca para representar obras del autosacramentalismo imperial, subvencionado
con cien mil pesetas anuales, una verdadera fortuna para la época, sin que
medie un informe, un recibí o una justificación de gastos.
En efecto, como bien
nos recuerda José Antonio Fortes en su libro, no hay ningún concurso público,
ningún nombramiento oficial, ninguna partida presupuestaria o subvención, ningún
documento acreditativo, dictamen, providencia, factura, nada. Sólo Lorca y el
sr. Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, don Fernando de los Ríos; y
esto es lo que denunciarán los falangistas en su prensa, el agujero negro por
donde se van los dineros públicos sin control y las costumbres licenciosas,
promiscuas y clasistas de sus actores, porque todo lo demás, el fundamentalismo
católico y la moral integrista que rezuman las obras que representan les parece
de lo más apropiado.
“Teatro (…) que lleva por los pueblos y aldeas
el rancio sabor de nuestro teatro clásico. Los estudiantes del SEU te saludan y
te desean albricias en la obra de renovación cultural que te está encomendada.
Que te está encomendada pero que no cumples (…) Vuestro deber ante ese pueblo
hambriento que os escucha es darles un ejemplo de sacrificio (…) no un ejemplo
de libertinaje y derroche de un dinero que no es tuyo (…) No traiciones al
campesino que oye en ti los sublimes versos de Calderón, burlándote de su
expresión candorosa, mostrando ante él unas costumbres corrompidas, propias de
países extranjeros. No asombres con sus ojos ingenuos paseando ante él una
promiscuidad vergonzosa (F.E. 13, 5, 1934)”.
No le están hablando al
enemigo, les están hablando a sus iguales, a los señoritos de España. Su
amonestación es moral, como es moral su acto de protesta en Soria, que recoge
el ABC del 16 de julio de 1932: “ante la forma de dar estas funciones y el
precio de las localidades, dirigiendo fuertes insultos, tachándoles de
enchufistas y al grito de ¡Abajo la F.U.E.!” En efecto, resulta inexplicable
que La Barraca cobrara por algunas funciones cuando su labor ya estaba
ampliamente sufragada por el Estado.
En 1935, Lorca termina Yerma, obra que exalta la virginidad, la
maternidad, el hogar, la familia, la honra y la monogamia de la mujer, tan
caras al integrismo hispánico, y unos meses después, ya en 1936, Bodas de sangre, donde exalta la
represión de las pasiones, el recato, la virginidad y el patriarcado, con el
hombre siempre como centro del mundo y la mujer reducida a sus funciones
doméstica y reproductivas. En ambas obras el conflicto es resuelto de forma muy
similar, a través de la violencia y la sangre, tan presentes en la retórica
fascista. Todo, pues, al gusto de la ideología más conservadora,
tradicionalista y reaccionaria, argumentos que le sirven a José Antonio Fortes,
en su Lorca: Fraude, negocio e ideología,
no para decir que Lorca fuera fascista, que no lo era, sino que Lorca escribió
en fascismo porque ese fue siempre su inconsciente ideológico.