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lunes, 4 de julio de 2022

Andalucía, historia trágica del tipismo



 

De haber vivido Lorca durante el franquismo, quizás hubiera creado una trilogía teatral paralela a la de sus “dramas de mujeres en los pueblos de España”. Hubiera sido un teatro profundamente surrealista, tanto o más que aquellos intentos seriamente surrealistas que el poeta de Granada practicó en obras como El público o Así que pasen cinco años. No le permitieron a Lorca presenciar el deterioro social y moral de su país, y fue un cineasta, Luis García Berlanga, quien tomó el relevo de retratar la España vergonzante de charanga y pandereta, la otra cara de lo rural español, en unas décadas en las que el Sur (llamémosle Andalucía, para entendernos) se encumbró como símbolo patrio.

El pueblo inventado por los habitantes de Villar del Río en Bienvenido Mr. Marshall no fue fruto de ninguna improvisación. El cimiento de sus calles de cartón-piedra lo pusieron los viajeros románticos, aquellos que vinieron de las heladas tierras europeas atraídos por la otredad en tiempos en los que lo insólito, lo exótico, lo irracional y lo fantástico empezaban a crear un nuevo imaginario colectivo, rebelde ante el pensamiento ilustrado y el racionalismo dieciochesco. A mediados del siglo XIX un hombre como Théophile Gautier retrataba nuestro país así de fascinado: “Un viaje por España es todavía una empresa peligrosa y novelesca; es necesario esforzarse, tener valor, paciencia y fuerza; se arriesga la piel a cada paso; las privaciones de todo tipo, la ausencia de las cosas más indispensables de la vida, el peligro os rodea, os sigue, os adelanta; no oís susurrar a vuestro alrededor más que historias terribles y misteriosas. ‘Ayer los bandidos han cenado en esta posada. Una caravana ha sido interceptada y conducida a la montaña por los brigantes para obtener un rescate’. Es necesario creer en todo esto, ya que se ven, a cada lado del camino, cruces cargadas de inscripciones de este tipo: Aquí mataron a un hombre”.

Muerte, pasión, hospitalidad y una incomprensible alegría anidando en la pobreza. Esos fueron los caracteres que el romanticismo extranjero atribuyó a España y, por metonimia, a Andalucía. Así se encontró pintado el país la Generación del 98, que razonablemente reaccionó al estereotipo reclamando una Castilla pobre e inmensa y una Andalucía habitada por la miseria y el analfabetismo que exigía una urgente regeneración. Y el testigo de los noventayochistas –con Antonio Machado haciendo siempre de intérprete y guía- lo recogieron con suma decencia los del 27, abominando todos del tipismo que esa imagen pintoresca pudiera ofrecer: Buñuel y su Tierra sin pan, Lorca y su Bernarda Alba, Alberti incluso y El alba del alhelí

Pero pasó lo que ya todos sabemos que pasó y a la no tan necia dictadura franquista le vino de perlas el pintoresquismo romántico, el traje de volantes de Carmen la Cigarrera, del que encargó una línea prêt-à-porter a la Sección Femenina, que en sus telares concibió la sevillana y dio a luz un engendro andaluz. Desde entonces Andalucía es lo que Canal Sur quiere que sea (o sea, ese engendro), pues en los últimos cuarenta años nadie se ha molestado en explicar a los andaluces que no están obligados a ser lo que en los folletos turísticos se dice de ellos, que no tienen por qué disfrazarse todos los días de gente típica para recibir al americano, que existe una dignidad personal, en definitiva. Y yo no comprendo qué se celebra el 28-F.


María Jesús Ruiz. Un mundo sin libros. Ed. Lamiñarra. Pamplona,  2018

 

 

 

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