Páginas

domingo, 21 de agosto de 2022

IMPERIO ANTIGUO






¡Los días de mi infancia provinciana!

En cada casa había
siempre una habitación cerrada que los niños
no podíamos visitar.
Algunas veces era
un comedor con sillas enfundadas
y un bodegón sombrío flanqueado de retratos difuntos;
otras,
un salón de butacas repujadas donde olían las ceras
que se les aplicaba con la paciencia asidua
de quien no las va a usar;
la mayoría,
como en mi casa por ejemplo,
un tresillo de un lujo barroco y primitivo
sobre una alfombra mitológica de asunto indiscernible.

Las madres avisaban poderosos castigos
para el que se atreviera
a cruzar esas puertas, siempre
cerradas, siempre
de cuartos escogidos,
los más grandes, 
los mejor amueblados.
Nosotros procurábamos
momentos de descuido para colarnos dentro, sentir el tufo blanco del desuso
en la sombra de contras entornadas,
apagadas cortinas,
rígido cuero de un sofá que nadie ha profanado,
lenguas de puntilla que crujen;
en los mejores casos, plata
que unas manos atónitas preservan
de la injuria del aire.
Apagando las voces infantiles,
nos sentíamos
exploradores de una tierra incógnita;
jamás llegamos a entender
que entreveíamos
la sórdida región que nos estaba reservada,
esas habitaciones
que la pequeña burguesía de provincias,
amontonada en su cubil, tenía
por si acaso llegaban visitas de respeto.

De hecho, nunca vi
a nadie en esos cuartos.
Pasé mi infancia visitándolos
como un ladrón de pirámides.
Solo una vez, ya joven,
se levantó la alfombra mitológica,
se arrinconaron sillas y sillones
para dejarle sitio a un ataúd.

Muchas visitas sin respeto entraron 
a saludar la muerte que llegaba.



 Joaquín Sánchez. Historia del mundo antiguo. Ed. Pregunta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario