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martes, 11 de octubre de 2022

6 poemas de EL PRINCIPIO DEL VUELO de ARTURO TENDERO

 


Cuando te acuestas


Me gustas cuando, duchado,

repeinado ante la leche,

te resbala el colacao

por la risa, entre los dientes.


Cuando te vas a la cama

y olvido trozos del cuento,

cómo me los vas sacando

mientras lucho contra el sueño.


Y qué placer cuando, luego

de “este cuento se ha acabado”,

me rechupas con un beso

y te me quedas mirando.


Apago la luz, me voy

pero tus ojos no apago

que siguen ahí encendidos,

brillantes, alucinados.


Y cuando, al cabo de un rato

me acerco para arroparte,

me parece que, dormido,

entre las sábanas, saltes,

metido en el cuento, amigo

de todos los personajes.


Entonces me gustaría

seguirte para ayudarte

pero no puedo ir tan lejos

porque solo soy tu padre.

 

 

 

La eternidad


Parece

más grande

cuando eres pequeño.

Cuando te haces

adulto,

se reduce a la nada

pero aún da

más miedo.

 

 



Consultas


El olor de la ropa de mi padre

aún lo mantiene vivo

en el armario.

A menudo me acerco

a hacer lo que no hacía

cuando él aún estaba,

a consultar zozobras.


Oráculo sin voz,

abro el armario

y ya no me hace falta

ni saber las preguntas.

Todo está en él,

como en un bosque.


Y mira que mi padre

se quejaba a menudo

de no entender las cosas

cuando lo superaban.

En cambio, ahora consuela

su olor, el sinsentido

de que no esté presente.





Sonata intemporal


Resguardado en tu casa,

leyendo, viendo tele,

la lluvia es un rumor

ajeno, imperceptible

que sin embargo arrecia

al acostarte

cuando eres todo oídos.

Entonces

te cala su insistencia,

su sonido te lleva de la mano

con alguien que ya fuiste,

con alguien que serás

si hay ocasión.

En la lluvia conviven

a la vez el presente y el recuerdo

de oscuras caminatas

con ropas empapadas

y zapatos que pesan como charcos.

La lluvia es una hipnosis.

Se adensa cuando inhalas

el vapor de la tierra.

Nunca, como al oírla,

escuchas a la vez

el planeta formándose

y la última mañana.

Igual que tú la oyeron

los que vinieron antes,

la escucharán tus hijos y tus nietos

y luego, un día, nadie.

 

 

Dios los cría ―escribió Petrarca―


Dicen que se parecen

los que han vivido juntos muchos años,

y así yo, de pequeño, me esforzaba

en descifrar qué rasgos

igualan la expresión de viejos matrimonios

y de ciertas mascotas con sus amos.

Tantos años después, cuando me río

con su risa y me alumbro cada vez

que nos miramos,

y me cuesta dormir sin sus pies fríos,

cuando hasta mi conciencia me corrige

con su acento canario,

me importa más bien poco

saber qué rasgos pueden igualarnos,

aunque ojalá sea yo

quien más haya cambiado.



Madrigal de niebla



Igual que, al levantar

la niebla, el campo asoma renovado

con su coro de pájaros,

más puros su fragor, su olor, sus verdes

(después de haber estado sumergidos

en pálido ensimismo),

así pasa a las tres, cuando tú vuelves:

de pronto sale el sol en mis quehaceres

tu voz me suena a canto, en todo veo

promesa de una tarde de paseo.




Guardar silencio



Cualquier ruido es fugaz.

El grito más desgarrador

acaba disolviéndose en silencio:

ya sea una discusión,

la más encarnizada,

el viento del desierto, el bombardeo

vivido entre las ruinas

de la ciudad sitiada, el corazón

cantando nuestro miedo.


Aunque entonces parezca

que nunca callarán las explosiones

ni tampoco el gemido

de los agonizantes,

ni el polvoriento vuelo de los cuervos,

ni la brisa que esparce

el olor a quemado, a sangre, a orina,


en el silencio vuelve

a establecerse el orden

que al vivir alteramos,

la perfección primera.


No existe acción más pura:

callar, y que el silencio

adelante su obra,

que lo que ha sido vuelva

a parecerse

a lo que otra vez

será tarde o temprano.

 

 

Arturo Tendero. El principio del vuelo. Ed. Páramo, 2022



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