Me gusta tener cargados de frutas los árboles, para que así los pájaros puedan ir y venir cada vez
que lo necesiten, a comer. Como un acto de rebeldía en contra de la lógica capitalista del
rendimiento y el crecimiento perpetuos.
Pero siempre habrá alguien que diga ¿Pero hombre, como haces eso, que si no el árbol no te
producirá para la próxima cosecha?
Y mi respuesta siempre es: Me gusta tener cargados de frutas mis árboles. Me gusta contemplar
el trasiego, que sobre todo al amanecer y al atardecer, a la hora del desayuno y de la cena, traen
los pájaros con este árbol, que es como una bendición, que es como una casa donde guarecerse,
que es una reserva, un aliento, un alto y un refugio en su camino.
Es muy placentero contemplar cómo se van sucediendo a oleadas las urracas, los rabilargos, los
mirlos y estorninos, también otros pájaros de menor tamaño, de los cuales no me sé ni su
nombre o no se identificar y que tampoco quiero. Porque lo que yo quiero es dejar que este
árbol, en concreto el olivo que tengo en mi jardín, se llene de aceitunas negras, que son cuando
están más maduras, y cuando mejor les sienta a mis amigos los pájaros. Que saben que cuentan
con un almuerzo seguro, o tal vez tan solo un aperitivo.
Es como un acto de rebeldía, tener mi árbol sin cosechar. Solo ofrecido para los pájaros. Para
que puedan anidar en su fronda, todo él, salvaje y desmelenado, sin podar siquiera. Un cobijo
donde reparar sus alas o entregarse al acicate de plumas y picos. Una parada de ida y vuelta,
donde tomarse un refrigerio, donde reponer fuerzas en el viaje. Donde enseñar a sus hijuelos,
que ahora por primavera revolotean por los alrededores, a dar sus primeros vuelos y ya de paso,
tomar un aperitivo.
Es Un acto de rebeldía. Como oponerse a la corriente y no dejarse arrastrar por ella.
Dejar mi árbol cuajado de frutos, sin cosechar, sin recoger, solo ofrecido a los pájaros y a los
visitantes forasteros que quieran repostar en sus despensas. Como una manera de ir
contracorriente.
Contra la corriente que impera y que nos marca el paso. Una manera de desobedecer,
pacíficamente, amorosamente, a la lógica del capitalismo, que solo quiere obtener beneficio de
la cosecha, cuanto más rendimiento, mejor.
Y yo no quiero eso. Hago un acto de rebeldía, y digo como Albert Camus en «El hombre
rebelde», digo NO.
No a la especulación de la lógica capitalista, ultra liberal y conservadora (conservadora
únicamente de sus propias prebendas de poder y su patrimonio amasado durante siglos).
No al pisoteo sistemático de la dignidad de las personas, al engaño continuado a través de las
potentes plataformas mediáticas, televisiones, redes sociales, wasaps..., con el único afán de
seguir enganchados al poder que ostentan en todos los ámbitos y a todos los niveles, de la
sociedad, de los gobiernos, de los países, de la economía del mundo; de la cultura simplona y
rampante que nos meten con calzador a cualquier hora del día y desde cualquier espacio o
medio.
Por eso me gusta tener cargado de frutas mis árboles. No solo para que puedan comer los míos,
sino y sobre todo, para que puedan comer mis aves, mis pájaros vecinos y los que andan de
paso, y todo aquel que quiera subir a sus ramas. Para que no se me olvide, que el ejercicio más
importante de libertad, es el ejercicio de la desobediencia, de la rebeldía, de pensar por uno
mismo, con criterio propio, y no a merced de donde me quieran llevar los «vientos dominantes».
Aunque a veces hay que dejarse caer y fluir, hasta ver, dónde te lleva la corriente. (Pero ese es
ya otro tema a tratar en otro escrito).
Y por cierto, también será un acto de rebeldía ir a votar las próximas elecciones. Si no queremos
que, una vez más, retrocedamos en el tiempo, y no solo en sentido figurado, a tiempos de
vasallaje, de siervos y de esclavos, y de pueblo al servicio de sus amos, los amos del mundo, los
amos del dinero, los amos de lo indecible.
Rafael Santana. Diario de una inquietud. 2023
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